En 1996, en la Universidad de Buenos Aires estudiaban 2.220 extranjeros, mientras que en 2016 estudian 13.200. Un 1,2% del total de alumnos hace un par de décadas, 4,4% del total ahora. El dato generó un debate referido no tanto a la posibilidad o prohibición de que muchachos y chicas nacidos en otros países estudien en nuestras universidades públicas, sino a si deberían pagar el costo de su educación (por lo cual la cuestión no se planteó en el caso de los extranjeros que estudian en universidades privadas).
Al respecto, conversé con el español César Héctor Belaunde (1918-1990), llegado a nuestro país en 1925. Enseñó en la UBA, en la UCA y en las universidades del Salvador y de Belgrano. Fue mi primer profesor de Economía en la UCA, porque dictaba el curso introductorio. La UCA, en 1960, era vespertina y barata (la cuota equivalía a un dólar por mes). Mi recuerdo de sus clases es que las preparaba, que no confiaba en su memoria y, por ende, llegaba al aula con un ayudamemoria, y que eran muy sobrias. De aquella UCA, entre los profesores, también recuerdo especialmente a Miguel Ángel Almada, Francisco García Olano, Carlos María Moyano Llerena, Clemente Panzone y Francisco Valsecchi, y fuera de la economía, a José Enrique Miguens.
-¿Qué le parece que estudiantes extranjeros estudien en las universidades argentinas?
-Una buena idea.
-Para los estudiantes extranjeros, supongo.
-No sólo para ellos.
-Explíquese.
-Se ha dicho, y se ha dicho bien, que por lo menos la mitad de lo que aprenden los estudiantes lo aprenden de sus compañeros, no de sus profesores ni del material que utilizan en la universidad. Esto quiere decir que convivir con estudiantes extranjeros a los estudiantes argentinos les completa la formación. De manera que aun pensando de manera egoísta o nacionalista, la idea es buena.
-¿Cómo ocurre tal aprendizaje?
-A través de la propia convivencia, pero también viendo cómo cada estudiante reacciona frente a los eventos que se producen mientras se estudia en la universidad. Ejemplos: cómo reacciona un ecuatoriano cuando en la Argentina se realiza una marcha o se corta una ruta; cómo reacciona un ecuatoriano cuando ocurre algún hecho impactante en su propio país; qué piensa él (o ella) de la elección de Estados Unidos, el 8 de noviembre próximo, entre Hillary Clinton y Donald Trump. A propósito: a usted, en Harvard, ¿no le pasó algo parecido?
-Efectivamente. Conviví con norteamericanos, pero también con colombianos, mexicanos, sudafricanos, israelíes, etc. Recuerdo el esfuerzo del sudafricano para convencernos de que el apartheid tenía sentido, y el del israelí para justificar la Guerra de los Seis Días de 1967. ¿Deben pagar los extranjeros la educación que reciben en las universidades públicas argentinas?
-Para responder el interrogante, utilicemos el análisis económico. Para ejemplificar el uso de la matemática en economía, en 1954 Paul Anthony Samuelson distinguió los bienes privados de los bienes públicos, sobre la base de trabajos anteriores escritos por Erik Robert Lindahl, Richard Abel Musgrave, Emil Sax y Johan Gustav Knut Wicksell. La distinción no tiene que ver con quién los fabrica, sino si existe exclusión en el consumo. Una empanada es un bien privado, la fabrique el Estado o Juan Pérez, porque la que se come una persona no la puede comer ningún otro; mientras que las emisiones de radio, públicas o privadas, son un bien público porque muchas personas pueden escuchar un mismo programa de manera simultánea.
-¿Qué tiene que ver con el caso
que estamos analizando?
-Un estudiante extranjero que asiste a una clase donde hay asientos vacíos no le quita el lugar a ningún estudiante argentino, y por consiguiente no corresponde ni pensar en que pague. Quizás habría que pensar en cupos para extranjeros en carreras como Medicina o Química, donde la enseñanza depende de facilidades hospitalarias o laboratorios. Cupos que, dicho sea de paso, hoy existen entre el estudiantado local, vía los tan criticados exámenes de ingreso.
-Don César, muchas gracias.