En la vida, que al decir de Cortázar es un “tarot de claves olvidadas que unas manos gotosas rebajan a un triste solitario”, hay momentos estelares, sublimes, como alcanzar la cúspide de una montaña, sabiendo que esos instantes justifican todos los infortunios y las decepciones que cada día la vida “proxeneta de la muerte” nos trae.
Porque a veces –casi siempre- como decía Isidoro Blaistein “ruge un demonio y sonríe un ángel”.
Esos momentos donde se alcanza la gloria, de alguna forma nos complementan y le encontramos algún significado a la pregunta de porque venimos a este mundo que algunos llaman un “mar de lágrimas”.
Y el “loco” Corbatta vivió mucho esos momentos estelares donde supo descollar y casi “tocar el cielo con las manos”, como aquel gol fabuloso que le hizo a Chile y quedó en los anales del fútbol mundial.
Decir Omar Orestes Corbatta es decir ídolo, “el loco”, es decir Racing Club, talento, gambeta, pero también decadencia y tristeza.
Decir Corbatta es escuchar contar a Campagnucci que ese “jugador un domingo memorable llegó a jugar en un estado de ebriedad muy alto, tanto era así que le tiraron una pelota sobre la raya del costado, asegurando que veía doble, dos pelotas, y que siguió a una y por poco no cayó dentro de la fosa que rodeaba la cancha, pero que al regresar del descanso del entretiempo, ya repuesto, Corbatta “la descosió” y convirtió nada menos que tres goles”.
Decir Corbatta es recordar lo que siempre supo sostener: “el jugador de fútbol no se hace, jugador se nace” Y Omar Orestes Corbatta nació jugador para la alegría de muchos.
“Formado como un jugador de dibujos animados, dio para la Academia sus mejores tardes de fútbol. Ligero como un pajarillo, con patitas de alambre y una altura que se alzaba apenas por encima de un bastón”. Así era el “loco”.
Ese Corbatta –hoy una leyenda del fútbol argentino- por esas cosas que tiene la vida y que mencionábamos al principio de este relato- ya bastante venido a menos y en el ocaso de su carrera, supo trajinar las polvorientas calles de Valcheta, que por la década de los sesenta era un pequeño pueblo casi olvidado de la provincia de Río Negro.
Dicen que lo trajo el “negro” Acosta y el “loco” que todavía la rompía supo jugar para el Club A. Tigre. Muchos de los muchachos recuerdan esos tiempos con mucha emoción cuando fueron compañeros nada más ni nada menos que del gran Omar Orestes Corbatta.
Recuerdan que solía parar en la pensión “El Gaucho”, lugar emblemático de Valcheta que todavía está en pie.
Dicen que en un partido que jugó Tigre en Bariloche un hincha le pidió la camiseta y que el “loco” se largó a llorar porque todavía lo reconocían y admiraban.
Después de su paso por aquellos años ya alejado de Valcheta en algunos comercios de Ramos Generales tradicionales del pueblo lo volvieron a ver: Corbatta, en una vieja estanciero andaba de…¡vendedor de zapatos!
Algunos vecinos bautizaron a sus hijos con el nombre Omar, en homenaje a ese excepcional puntero derecho que alguna vez trajinó las calles de Valcheta y esos honores lo sabían poner muy contento.
“Hoy –dice una crónica- Omar Orestes Corbatta es una calle situada junto al “Cilindro”, nombre con el que se conoce al estadio de Racing Club de Avellaneda. Allí pasó sus últimos días el pequeño driblador, cobijado entre cartones durmiendo, quién sabe si en la grada, junto al banquillo o pegado a la línea de cal; soñando que rompía una y otra vez la cintura del adversario desde su posición de extremo”.
¿Soñaría el “loco” Corbatta alguna vez con Valcheta? Tal vez. Porque la vida tiene esos misterios y a veces como decía Blaistein “ruge un demonio y sonríe un ángel”.
JORGE CASTAÑEDA
ESCRITOR VALCHETA