Supo decir Ciro Alegría que “el hombre es igual al río, profundo y con sus reveses, pero voluntarioso siempre”. Y razón tiene. Poetas de las más diversas edades y regiones han glosado la magia de sus ríos.
El uruguayo Aníbal Sampayo dejó una de sus mejores metáforas al escribir que “El Uruguay no es un río, es un cielo azul que viaja”. Y mucho antes uno de nuestros primeros vates, Manuel José de Lavardén dejó uno de los primeros elogios de nuestra literatura a nuestro río padre: “Augusto Paraná, sagrado río, / primogénito ilustre del océano, / que en el carro de nácar refulgente, / tirado de caimanes recamados/ de verde y oro, vas de clima en clima, / de región en región, vertiendo franco, / suave frescor y pródiga abundancia”.
Pero ya más cercano, Jaime Dávalos con profunda voz lírica le cantó al mismo río con aires de zamba diciendo “Brazo de la luna que bajo el sol/ el cielo y el agua rejuntará/ hijo de las cumbres y de la selva/ que extenso y dulce recibe el mar”.
El gran humanista español don Miguel de Unamuno sintetizó en cuatro versos los ríos de su país para que nadie los olvide: “Ebro, Miño, Duero, Tajo, / Guadiana y Guadalquivir./ Ríos de España que trabajo/ irse a la mar a morir”. Una versión popular le agrega toda la sal española al decir “Ega, Arga y Aragón/ hacen al Ebro varón”.
Y otra vez Ciro Alegría en lírica lucha le increpa: “Río Marañón, déjame pasar. / Eres duro y fuerte, no tienes perdón. / Río Marañón tengo que pasar. / Tú tienes las aguas; / yo mi corazón”.
Pablo Neruda, poeta nacional de Chile, en su “Canto General”, glorifico a los grandes ríos de América. Dijo al Bío Bío: “Tú me diste el lenguaje/ el canto nocturno; / mezclado con lluvia y follaje. / Y luego te vi entregarte al mar/ dividido en bocas y senos/ ancho y florido/ murmurando una historia/ color de sangre”.
En su “Oda de invierno al río Mapocho” le pide que “una pata de tu espuma negra/ salte del légamo a la flor del fuego/ y precipite la semilla del hombre”. En cambio al Orinoco le pide “déjame en las márgenes/ de aquella hora sin hora/ Orinoco de aguas escarlata/ río de razas, río de raíces”. Y al Amazonas lo encumbra como un “padre patriarca” y le dice que es la “eternidad secreta de las fecundaciones”.
¿Acaso Miguel Hernández no escribió que “Podrá porfiar el Tíber/ su vetusta grandeza de siglos/ arrumbándose en siete colinas. / Podrá regar las fuentes/ del derecho y la belleza/ quedó al mundo, Roma/ severas leyes, / y extendió por doquier su blasón latino”. Y recuerda memorioso que junto al Tíber “escribió Virgilio de su inmensa/ y pródiga lira/ con tanta fama la Eneida”.
¿Acaso Julio César no dejó una de sus frases inmortales cuando afirmó que “hay que cruzar el Rubicón”, con todo lo que ello implicaba para los enemigos de Roma? ¿Acaso no son famosos los ríos que nombra el Génesis donde estaba el paraíso terrenal: El Éufrates, el Tigris y el Pisón? ¿Y no dijo el sabio Salomón que “todos los ríos van a dar a la mar”?
No le han faltado rapsodas a los grandes ríos del mundo como al Nilo, el Volga, el Sena el Támesis, pero sin embargo al Danubio le cupo la gloria de inmortalizarlo a un músico, el maravilloso Johann Strauss.
Y salvando las grandes distancias entre estos grandes maestros de la literatura universal, yo poeta rionegrino, no pude menos que dejar los versos de la “canción para mi río”, por darme siempre una lección de grandeza y de fugacidad: “Quiero mojar mis manos en el río/ su agua fresca bajando del Limay/ viajar en las lanchitas por sus aguas/ buscar el sol en su boca de sal.
Nostalgia del río Negro en la Comarca/ de frutas y manzanas me hablará/ su corazón perfuma en las riberas/ como mis penas sus aguas se van. Quiero dejar mis horas en tu cauce/ hablando de mis cosas al pasar/ me saludan los sauces y los mimbres/ y esta vida con ganas de soñar. En la arteria de tus aguas quedaré/ y en tus olas su espuma de cristal/ cómo pasa el caudal de tu corriente/ pasan también mis años que se van.
Jorge Castañeda
Escritor – Valcheta