Esta mañana, con el ánimo bien dispuesto, enciendo mi radio celeste. Entre todas las que tengo y he tenido es mi favorita. Tiene una magia diferente.
Con sus tres botones me entiendo a la perfección y ella, como es dócil y buena, también me entiende.
La enciendo y, ¡oh, sorpresa, comienza la magia!! Me transporta a un tiempo distinto y si se quiere más feliz. Cuando vivía con mis buenos padres en el barrio La Falda de la ciudad de Bahía Blanca en la casita de la calle Belgrano 1138.
A pesar que han pasado sesenta años me trae otra vez la voz futbolera de Fioravanti, la propaganda de Copa y Chego, del Glostora Tango Club, del “Mordisquito” de Discépolo, de esa familia entrañable que eran los Pérez García y de los radioteatros apasionantes de Javier Rizzo con todo su elenco en la emisora local LU2. Y al lado de mi radio celeste me parece ver a mis queridos padres.
Me lleva a un tiempo si se quiere más feliz, el de la infancia, y como a Proust la magdalena mi radio celeste me lleva a recuperar añoranzas casi perdidas. La mesa familiar con el vino clarete que se tomaba en aquellos años el “Patagón”, al “Arizu” o el “Bombara” y los viejos sifones de gruesos vidrios azules o verdes.
Yo sé que mi radio celeste es una radio vieja, que tiene sus años, pero la quiero mucho porque es parte de mis afectos, y cuando la enciendo me pongo contento, casi como Hamlet Lima Quintana en su famoso poema.
Ya sé. Hoy no funciona. Está integrando la colección mis radios viejas y se hacen compañía de buena vecindad. Tal vez de noche se enciendan y conversen de sus cosas, pero cosas de otros tiempos o como bien se decía antes de cosas de María Castaña.
Soy feliz porque en mi escritorio se guarecen del paso del tiempo, están abrigadas, y saben al decir de Jorge Luis Borges que de alguna manera nos trascienden.
Texto: Jorge Castañeda
Escritor Valcheta
Foto: Salvador Cambarieri