Valentina Camara (24) habla con seguridad. Las decisiones que tomó en su vida fueron fuertes pero nunca dudó de ellas. Jugó al básquet por 12 años e incluso dejó Viedma para seguir con su carrera en Córdoba cuando todavía estaba en el colegio. Y se anotó en la Universidad Nacional de Córdoba para la carrera de Kinesiología.
Pero hace cinco años le dio un giro a su vida: luego de una rápida búsqueda en Google, llegó al Racing cordobés para hacer fútbol. Enfocada en el estudio, rechazó varias propuestas para sumarse a la Selección. Ahora, en medio del repechaje con Panamá, se impresiona porque su ciclo solo lleva un año y llegó a tener destino de Mundial 2019.
“Siempre digo que caí. Pero no, estoy mintiendo, es muy loco para mí. Si bien el deporte estuvo siempre en mi vida, la prioridad fue otra. Prioricé el estudio hasta que me recibí. Fue entonces cuando me dije ‘¿por qué no?’. Y hoy cuento con mi título pero estas emociones y sensaciones que te da el deporte no te las da ningún papel. Por eso soy muy agradecida de lo que me pasa”, cuenta la volante de UAI Urquiza.
-¿Cómo llegaste al fútbol?
-Un malestar en el básquet de Córdoba de ese momento me hizo googlear “fútbol en Córdoba capital” y ahí me salió un Facebook de Racing. Arranqué y me di cuenta de que si quería crecer tenía que ir a otro club. Entonces, llegué a Belgrano. Y hace un mes y medio estoy en Buenos Aires, en la UAI.
-Empezaste a los 19 años. ¿Te costó mucho adaptarte?
-Me costó muchísimo, inclusive un año practiqué los dos deportes y fue una locura inmensa, encima ya estaba estudiando. Me incliné y me la jugué porque sentía que ya le había dedicado mucho al básquet. Creo que como era base, el primer DT que me agarró en fútbol me puso de 5, pero me gusta ser polifuncional. En la táctica sí me costó mucho. Cinco años no es mucho tiempo para entender de fútbol y saber cómo se juega y adaptarse. Por suerte me encanta aprender de las que sí se han tomado todo el tiempo de sus vidas para aprender.
-¿Y cuando eras chica cuál era tu contacto con el fútbol?
-El fútbol siempre estuvo en mi familia. Mi padre ha jugado, muchos primos también. Mi familia siempre me apoyó. Aunque en mi época no había fútbol femenino, si yo les decía que quería ir a jugar a la plaza con mis primos nunca había un ‘no’, una oposición. Ahora en Viedma hay fútbol y yo cada vez que vuelvo hablo con directivos, hago reuniones, hago que se incline la balanza. Espero que todo esto les sirva a las chicas que están jugando.
El apoyo de su familia se repitió el jueves en Sarandí, para acompañarla en el histórico 4-0 a Panamá en una cancha de Arsenal repleta de hinchas. Sus padres y algunas amigas llegaron desde Viedma, mientras que otro grupo comandado por su madrina, Verónica, lo hizo desde Córdoba. Todos llevaron puesta una remera ploteada con imágenes de Valentina y una frase: “Solo entiende mi locura quien comparte mi pasión“.
“La frase creo que describe exactamente mi situación. Para mí fue una locura cambiar el rumbo de mi vida hacia algo que jamás me había propuesto o pensado. Y hoy, intentar vivir del fútbol siendo profesional, considero que es una locura. Pero todos sabemos que esa locura es entendible a partir de la pasión que le pongo, y la primera que entiende eso es mi familia”, remarca desde Panamá, a la espera del partido de vuelta y de una ansiada clasificación al Mundial.
Valentina eligió posponer el fútbol en su vida porque entiende que la carrera es corta y más entre las chicas, donde son pocas las que pueden cobrar por jugar. “Esto es muy bonito y te da experiencias increíbles pero el día de mañana, al menos en el fútbol femenino y también en el masculino, es muy difícil llegar. Yen el camino nos tenemos que armar de herramientas para el día de mañana porque no sabemos lo que nos puede pasar. Por eso, llegué hasta acá sin dejar de estudiar en ningún momento. Hay tiempo para todo, lo que por ahí faltan son ganas”, remarca.
Recibida de kinesióloga, ya tiene un consultorio y varios proyectos por poner en marcha. “Sé que para trabajar voy a tener toda mi vida, pero estoy en un área que continuamente se va actualizando y no me gusta quedarme en el tiempo. Me gusta mucho lo que elegí, por suerte, y se me hace difícil dejarlo de lado, por eso me pongo a leer o voy a cursos. Jugar al fútbol me juega en contra a veces porque no puedo ir a algunos seminarios los fines de semana o pagarme maestrías a las que después no puedo ir. Es medio decepcionante. Pero mi vida siempre fue ‘hago un poquito de esto y un poco de la otro'”, explica.
Tuvo que ocuparse de otros asuntos también cuando quiso dejar Racing de Córdoba para sumarse a la UAI. Al ser amateur, en el fútbol femenino no se firman contratos sino fichas (como deportistas federados) y las jugadoras son libres de acordar su llegada a otros equipos. Pero eso no le ocurrió a Valentina.
“Los tres años que jugué en Belgrano se firmó un préstamo porque me decían que era una especie de cobro por reforzar a un equipo de la misma liga. En cambio, me dijeron que si yo quisiera irme a otro equipo del país no tenían por qué pedirme nada. Pero no fue así y tuve que acudir a abogados que sabían del tema para poder destrabarlo“, relata Camara, que se sumó a la UAI recién hace dos meses, cuando comenzó el torneo de primera división
El fútbol fue también un vehículo para pertenecer a otra lucha: la defensa de la igualdad de derechos para las mujeres. “Estoy súper orgullosa de que me haya tenido que tocar transcurrir este camino, esta transición, porque hemos sido el cambio. Estamos apoyadas también por todo un movimiento feminista que se dio al mismo tiempo. A partir de nuestra queja, de decir lo que nos faltaba y necesitábamos y lo que merecíamos, se escuchó a todo un país”, dice.
El efecto contagio les hizo recibir mensajes de futbolistas desde Tierra del Fuego hasta Jujuy y Salta, que les contaban que también sufrían la falta de apoyo. “Ha habido un gran cambio, otra mirada de muchas personas y un cambio de pensamiento”, agrega, y cuenta una anécdota que vivió su padre con un cliente.
“Se le acercó y le dijo ‘¿así que las chicas estas quieren cobrar? Qué bárbaro’. Mi papá, muy astuto, le dijo ‘vení, acompañame al campo a hacer unas cosas’. ‘No, tengo que laburar’. le respondió. Entonces, mi viejo le dijo: ‘Bueno, mi hija tiene que laburar y va a jugar y no le pagan’. Y el señor lo entendió. Es analizar la situación y ponerse en el lugar del otro. Es la empatía que nos falta tanto como sociedad. Es ese clic. Confío y espero que el día de mañana haya un cambio en la sociedad con la mirada de la mujer, más allá del fútbol“, comparte.
Por eso también vivió con alegría que 11.533 personas hayan estado en el estadio de Arsenal. “Desde el precalentamiento se sentía ese suspiro argentino, ese apoyo, ese sentimiento… Era imposible no querer mirar para un costado, no querer localizar a un familiar, quedarte pensando en una bandera que miraste por ahí“, recuerda la rionegrina de 24 años.
“Venimos trabajando duro y nos lo merecemos, porque pese a las circunstancias que teníamos en contra avanzamos y acá estamos. Uno con trabajo merece y las cosas que se merecen llegan“, remarca . Y sabe de lo que habla.
Texto: Sabrina Farja para Clarín
Foto: Silvana Boemo