El doctor Omar López Mato en su interesante libro “Trayectos póstumos” escribe que “a veces la muerte es sólo el comienzo de la historia… Y acota que “no siempre es fácil decidir cuándo termina la actividad vital de una persona. Los criterios médicos para determinar el final de la vida fueron cambiando a lo largo de los siglos. Esta falta de discernimiento ha suscitado terribles errores. Se dice que Vesalio, el famoso anatomista, a la sazón médico de Felipe II de España, después de haber dictaminado el fallecimiento de una noble dama, decidió hacer una autopsia para determinar la causa de muerte. Descubrió para su horror y el de los presentes, que el corazón de la dama aún latía”.
“Por siglos se sucedieron historias como estas. Errores, confusiones e ignorancia que terminaban con muertos que no lo eran y en fosas que no necesitaban”.
Así –continúa López Mato- comenzaron a suceder estas historias, reales en parte, fantásticas en mucho, sobre resucitaciones milagrosas, muertes dudosas, nacimientos post mortem, autofagia de cadáveres, entierros precoces y toda suerte de maravillas, horrores y ejercicios del morbo que sólo tienen un factor en común: el miedo a ser enterrado vivo, temor tan viejo como la muerte misma”.
Tan es así que se han inventado ataúdes que permitían una comunicación con el exterior en el caso de un inesperado retorno a la vida y otros de lujo con un sistema de señalización para avisar sobre inesperados retornos del más allá.
En todos los pueblos hay “mentas” de muertos que han resucitado para el horror de sus familiares. Valcheta tampoco escapa a esos relatos terroríficos y se conoce a un vecino que “resucitó” cuando ya le estaban enviando las ofrendas florales y vivió varios años más atendiendo su famoso “Copetín al paso”.
El maestro Elías Chucair en uno de sus amenos relatos titulado “Resurrección” cuenta uno de esos casos que al encontrarse enfermo don Celedonio en una camioneta lo llevan al pueblo para ser atendido en el hospital, pero que en el viaje “en una de las curvas de la ruta y cuando más de medio camino había quedado atrás, la cabeza del viejo Celedonio golpeó fuertemente contra el vidrio de la puerta, se cayó su sombrero negro, se suspendieron sus quejidos y se quedó inmóvil en esa posición y ya sin pulsaciones había dejado de existir”.
Ya en el pueblo se certifica que Celedonio Treuquén había fallecido, según el certificado de defunción otorgado por el facultativo de turno a consecuencia de un paro cardíaco.
Deciden entonces regresar al paraje con el ataúd, una cruz y unos paquetes de velas, para dar sepultura al muerto.
Y dice Elías que ante una avería al subir a la caja de la camioneta con la luz de la linterna “descubrió al viejo Celedonio semis entado en el interior del ataúd, con los ojos enormemente abiertos y como si se hubiera quitado una cobija de encima, la tapa del ataúd, que no había sido clavada, estaba a un costado”. Según el relato don Celedonio volvía a la vida después de ataque que lo había matado por más de 10 horas”.
Eduardo Reyes, en su libro “Historias pueblerinas” relata un acontecido muy similar que le sucedió a un tal Heráclio Sandoval. Y afirma Eduardo que es real y ocurrió en su pueblo natal de Coronel Dorrego.
Narra Reyes que “los vecinos observaron a Heraclio caído en el patio de su modesta vivienda y de inmediato acudieron en su auxilio. Al cabo de algunos minutos coincidieron que estaba muerto, por lo que avisaron a la policía que acudió al lugar y junto a ellos lo hizo una ambulancia que trasladó el muerto al hospital donde también los médicos también confirmaron su muerte”.
“Como Heraclio no tenía obra social, ni seguro, ni plata, lo colocaron en una de las cajas que construían en los talleres municipales para los indigentes y lo trasladaron al cementerio pero como era sábado por la tarde, y ya no se realizaban enterramientos, lo dejaron en la capilla para proceder a su sepelio el día lunes, lo que resulto un detalle no menor, ya que ello le salvó la vida. Porque milagrosamente resucitó”.
“Lo cierto es –concluye Reyes- que una vez recuperado Heraclio tomó una bicicleta que había en el predio y en ella partió hacia su vivienda, para lo que debió atravesar todo el pueblo, lo que hizo suponer a los vecinos que se trataba de su espíritu”.
Las leyendas medievales sobre resucitaciones milagrosas cuando caían las primeras paladas de tierra sobre el ataúd, todavía se perpetúan en las “contadas” de los pueblos. Si es cierto como dijo Borges que “morir es una costumbre que suele tener la gente”, resucitar después de muerto es mucho más inusual, pero otra costumbre al fin.
Jorge Castañeda
Escritor – Valcheta
Reedición
Foto: Guillermo Giagante, paisaje del Sur rionegrino