“La nota que me publicó el diario Río Negro (20 de enero de 2013), acerca de la historia de una tumba misteriosa en el cementerio de Clemente Onelli, cerró (al menos provisoriamente) un interrogante que me acicateaba desde hace más de 20 años, cuando por primera vez visité el camposanto de ese paraje y vi esa tumba tan majestuosa y diferente al resto de los modestos enterratorios del lugar, donde se mezclan los restos de los descendientes de los pueblos originarios, como los Prafil, con los inmigrantes llegados del Líbano, como Elías Chaina, fundador del poblado”.
“Quiero compartir con ustedes la trama oculta de la nota, que fue posible gracias a una casualidad. Algunos días atrás estaba yo en la cola de una ventanilla para el pago de servicios y me encontré con mi amiga María Luisa Weber (docente retirada, criadora de ovejas y hace muchos años excelente locutora en radio Viedma), charlando de temas varios me contó que estaba conectada con una señora que venía de Europa, a quien debía asistirla como traductora del alemán al español (cosa que hace muy bien) porque ella (la visitante) venía en busca de la historia de su padre, muerto y enterrado en Onelli”.
“¡Me quedé boquiabierto, porque después de tantos años podría enterarme del caso y así fue que gracias a María Luisa pude conocer a Kristine Engelhard y por ella al policía retirado Cumilaf! Así llegué al material que permitió construir el relato, que hoy ha tenido mucha repercusión desde las páginas del diario”.
Carlos Espinosa, periodista de Carmen de Patagones y Viedma
Una tumba misteriosa en el cementerio de Clemente Onelli
La pasión de una hija por conocer las circunstancias de la muerte de su padre, ocurrida hace 60 años, la trajo desde Austria a la soledad inmensa de la Línea Sur rionegrina.
Una tumba misteriosa en el pequeño cementerio rural de Clemente Onelli, un paraje de la Línea Sur rionegrina. Una mujer que viaja, sola, muchos miles de kilómetros desde Austria a la Patagonia para rescatar fragmentos de la historia de su padre y tratar de comprender los silencios de su propia madre.
Un policía retirado que 60 años más tarde se encuentra, frente a frente, con la hija de aquel hombre cuyo cadáver “NN” vistió con su mejor camisa para darle piadosa sepultura.
La sombra ominosa de los científicos y técnicos nazis refugiados en nuestro país después de la Segunda Guerra Mundial. Todos estos datos están reunidos en este relato, que comienza el 15 de febrero de 1953, cerca de las 23:15, en el interior de un tren que volvía de Bariloche a Plaza Constitución cuando un pasajero muere de un infarto en el pasillo de uno de los coches dormitorio.
El hombre volvía de unas vacaciones familiares en la cordillera, acompañado por su esposa y sus pequeños hijos, un varón de diez años y una niña de cinco. Poco después de la súbita muerte, que sorprendió al pasajero en ropa interior unos minutos antes de meterse en la cucheta, el convoy arribó a la estación de Onelli. Allí la orden del guarda fue terminante: “Hay que bajar el cuerpo, el tren no se puede detener más de tres minutos”.
En el reducido apeadero se encontraban el jefe ferroviario, el encargado de la estafeta del pueblo, Selem Chaina, y el responsable de guardia del destacamento policial, el agente José María Cumilaf. Este joven policía del territorio se hizo cargo del cuerpo y con la colaboración de otro agente y de algunos vecinos lo trasladó a la modesta dependencia. El cadáver, apenas vestido con un short corto, no presentaba ningún signo de violencia y decidieron enterrarlo cuanto antes, dado que temían una rápida putrefacción. Un vecino construyó el cajón y a la mañana siguiente, sin ceremonia alguna, lo sepultaron en el modesto cementerio. Como no sabían su nombre le colocaron una rústica cruz con la inscripción “NN” y dieron por terminada la tarea.
Un par de días después doña Eduarda Hernández de Chaina, responsable del Registro Civil del pueblo, recibió los datos de filiación del occiso: Wilhelm Engelhardt, alemán, nacido el 5 de abril de 1909 en Nüremberg, con domicilio en la calle Dorrego 1910, de la localidad de Olivos, provincia de Buenos Aires. Con estos datos se extendió el acta de defunción, acompañada con la certificación del médico Jorge Marcelo David que viajaba en el mismo tren y había constatado el fallecimiento “de un infarto de miocardio, en presencia del abajo firmante”.
Pasarían algunos meses y tal vez un año hasta que don Federico Dominick, un inmigrante alemán radicado en el pueblo desde varias décadas antes, recibió una suma de dinero para hacer construir la tumba y colocar la lápida sobre el mísero sepulcro. Desde algún paraje de la zona llegaron piedras de coloración rojiza y tal vez de Buenos Aires una placa de chapa, prolijamente grabada, que desde entonces identifican el sitio del descanso final y al accidentado viajero.
El paso del tiempo y los rigores ásperos del clima no pudieron arruinar el túmulo; pero algunos de los escasos testigos del episodio se alejaron de Onelli, otros fallecieron, y el olvido fue ganándole a las memorias de fogón y cocina. Una mujer rubia, muy comunicativa y animada por una enorme dosis de curiosidad, llegó hace pocos días a Onelli, en un auto contratado con chofer.
Habló con varios de sus habitantes, incluyendo descendientes de la familia Chaina, para reconstruir la mayor cantidad de datos de los sucesos de aquellos días de febrero de 1953 y, naturalmente, le dedicó gran parte de su visita al silencio y los sollozos al pie de la tumba misteriosa. Esa mujer se llama Kristin Engelhardt y voló casi 13.000 kilómetros desde Viena a Bariloche, pasó por Esquel y finalmente recorrió la ruta 23 desde la cordillera hacia Viedma, tras los rastros del viaje final de su padre. Su objetivo es armar las piezas de un doloroso rompecabezas.
“Recién a los 40 años (ahora tiene 65) empecé a preguntarme por la muerte de mi padre, que era un recuerdo borroso, sepultado por el silencio de mi madre”, le contó a este cronista. “Ella intentó justificarse como que la Marina se iba a ocupar de traer el cuerpo para enterrarlo en Buenos Aires, pero la verdad es que quedó allá en ese lugar tan alejado y nunca se habló del tema hasta unos pocos años antes de su muerte, en el 2008, cuando yo había logrado enterarme de algunos detalles de la vida de mi padre en la Argentina a través de Lother Herold, otro alemán, muy conocido por su actividad como andinista”, agregó.
Kristin afirma que su progenitor “era ingeniero en radiotelegrafía y tuvo grado militar y afiliación al partido nazi, pero no era un criminal de guerra; llegó a la Argentina en 1949, trabajó en la Marina, en la fábrica Siemens (de capitales alemanes), y daba clase en la Universidad de La Plata”.
En Viedma, que fue el punto final de su itinerario patagónico la mujer tuvo un emotivo encuentro con el sargento de policía retirado Cumilaf, quien con sus lúcidos 83 años revivió con precisión aquella noche de hace seis décadas y el entierro posterior.
“El hombre estaba con el torso desnudo y pensé que así no lo podíamos meter en el ataúd, entonces le puse una camisa blanca, de seda, que había comprado acá en la tienda La Piedad, porque me pareció que era lo mínimo que podía hacer por el difunto”, recordó con respetuosa memoria. Kristin tomó fotos y prolijos apuntes, es periodista (tiene una agencia de prensa institucional en Viena) y promete reunir toda la historia recuperada en un libro bilingüe para el que ya tiene título, en su versión en español.
“Se llamará ‘Arroz con leche’ porque de aquellos años de infancia aquí me quedó el recuerdo imborrable de ese delicioso postre” aseguró, feliz pero con los ojos enrojecidos por el llanto.
Texto: Carlos Espinosa (periodista de Carmen de Patagones y Viedma) perfiles.espinosa@gmail.com
Foto: diario Río Negro