La Piedra Blanca de poderes maléficos del Bajo del Gualicho… cuando se enoja

“La cultura espiritual de los tehuelches patagónicos sólo legó dos o tres voces a la cultura hispano-criolla. A saber y sin duda, la palabra “chúlem”, denominación de la cría del guanaco, transformado comúnmente en “chulengo”. La otra más difundida aún es “walichüm”  vulgarmente generalizada como “gualicho”.

Señalan los investigadores “que se refiere al Señor del Laberinto. El Alto Dios tehuelche, infinitamente justo, juzgando las acciones de los humanos, podría convertirse, al negar el acceso de un espíritu de un injusto al Paraíso (negar su tránsito franco por el Laberinto, en el que se extravían las almas de los pecadores), en inflexible castigador”.

Por eso “en los viejos tiempos del esplendor de la cultura tehuelche, el Gualicho fue casi todo poderoso. Entre otros rasgos y atributos, Progenitora del Tehuelches Septentrionales o Ahoniken (la entidad es femenina y también significa “la que merodea por afuera”), Dueña del Viento (lo que amedrentó en el Bajo del mismo nombre a los guías del Perito Moreno y de Claraz), autora del Arte Rupestre (de grecas y laberintos) Señora –en fin del Más Allá y otras.

Por su marca, al Gran Bajo del Gualicho de 72 metros bajo el nivel del mar se lo coloca en el segundo lugar de la Argentina, siendo el escenario de múltiples leyendas entre las de Bernabé Lucero y la Salamanca.

Según los estudiosos existieron dos lugares rituales en su ámbito: La famosa y temida Salamanca y la Piedra Blanca de Poderes”. Mucho se ha escrito sobre la primera, pero el misterio de la Piedra de Propiciaciones es aún más misterioso y debemos ilustrarnos por relatos orales de primera mano de quienes la conocieron.

Según contó don Macedonio Belizán (reconocido y respetado vecino de Valcheta) a la historiadora Josefina Gandulfo Arce en primera persona: “Yo trabajaba en jagüeles, por la laguna La Escondida; viniendo con dos carros del Bajo Gualicho, en una oportunidad a unos setenta metros del camino, sobre mano derecha observé una piedra blanca que brillaba igual que un cristal. Estaba rodeada de paredones de piedra, con una puerta a la salida del sol, (se la denomina también la “Puerta del Sol”); nos bajamos los cuatro que me acompañaban: Gaspar Mailín, Ignacio Zárate, Juan Linares y yo. La piedra tenía un escrito que decía: “que todo el que pasara algo debía dejar, para poder seguir”.

Han pasado más de setenta años –contaba don Macedonio- y todavía mis ojos atraen aquel brillo de la Piedra Blanca, con Poderes, del Gualicho. Los cuatro hombres rodeamos la misteriosa antigüedad. Había a su alrededor monedas, cajas de fósforos, colas de caballo, géneros, botellas conteniendo líquido, tabaco, cigarros, también prendas personales.

Gaspar Mailín (primer poblador del Gualicho) incrédulo de lo espiritual se rió; se tomó el atrevimiento de levantar las monedas y guardárselas; salimos del lugar, como a quinientos metros desatamos los animales para almorzar; sobre las 15, preparamos el regreso, desatamos los caballos…estos no dieron un paso adelante. Empacados, no hubo forma de que anduvieran; nos tomó la noche; al otro día tuvimos que hacer 25 kilómetros hasta La Escondida en busca de agua; tomamos nosotros y le dimos a los animales; en un descuido nuestro Mailín devolvió las monedas; pero, la verdad es que tuvimos tres días de castigo, que no pudimos salir”.

Años después cuanta la historiadora que en una excursión al sitio con don Macedonio como guía que este “ante la Piedra que yacía semi enterrada en grandes pedazos, se bajó del caballo, de rodillas, sacó su cuchillito y escarbando, como si la hubiera visto enterrar, con la emoción de algo muy querido que se iba nos mostró, queriéndola unir, como era en su origen, su forma: como estaba colocada y custodiada; un ciclón probablemente la destruyó y sepultó en el corazón de la tierra, para que guarde su misterio dentro del monte, al igual que los chenques, cubiertos por el manto bienhechor del silencio y los recuerdos”.

Años después, un maestro que realizaba artesanías en piedra, de apellido Cabral, trajinaba las calles de Valcheta exhibiendo un trozo de piedra blanca y muy brillante que aseguraba haber encontrado en el Bajo del Gualicho.

Ya lo dijo la voz del poeta Julio César Guarido: “Luego todo fue silencio. / Luego todo sílice, vértice y salitre y una brisa seca. / La luna gigante ascendía con rapidez escarchando de grises la meseta rionegrina. / Todo se fue diluyendo sobre las simétricas ráfagas de arena / que crepitaban sobre el fuego que se extinguía. / Se borraba las pinturas, las columnas, los sonidos… / Todo se fue yendo / tampoco hubo viento esa noche”.

JORGE CASTAÑEDA

ESCRITOR VALCHETA

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