Debemos a la pluma enjundiosa de Pablo Fermín Oreja una síntesis de un hecho aciago que ocurrió en la meseta patagónica y que se convirtió en una verdadera leyenda popular casi sin precedentes. Lugar de propiciación para tener suerte en el viaje, para curar dolencias y sobre todo para respetar a este santo sin altares, pero motivo de una gran devoción popular.
En un ameno libro don Elías Chucair aportó importantes datos sobre el protagonista de esa tragedia que se ha convertido ya en una leyenda.
Según el historiador Pablo Fermín Oreja “el Marucho, como se sabe, era un muchachito cuya edad oscilaba entre los 12 y los 16 años, que integraba la tropa, destinado al arreo de las mulas, y quien, durante los altos en la huella, juntaba leña para preparar el fuego y ayudar en diversos menesteres”.
Según Leandro Toledo “pobres esos humildes muchachitos que en su hora y, sin saberlo, también dieron de su parte mucho por el progreso y bienestar de los que vinieron después”.
En su ameno libro sobre el tema escribe Elías Chucair: “Transcurría el verano del año 1919…. La tropa se había detenido en el dobladero de los carros del paraje Bajada Colorada, entre Cerro Policía y Aguada Guzmán”.
“La intensidad del calor de esa zona del Departamento El Cuy los había obligado a detener la marcha. Al día siguiente, con las primeras luces del día y la frescura de esas horas, iniciarían una nueva jornada”.
“Mientras las mulas buscaban la protección de los algarrobos y otros montes altos, cosa que el sol no les cayera a pique sobre el lomo. En los fogones las pavas y las ollas tiznadas de humo y abolladas de golpes, calentaban el agua para el mate y el puchero. La guitarra y los relatos de sucedidos, ingredientes indispensables de todas las ruedas fogoneras, no iban a estar ausentes”.
El Marucho, en el único momento que tuvo libre, intentó acariciar la guitarra que se encontraba apoyada en una rueda de los carros, pero la mirada severa y penetrante de Onofre Parada, capataz de la tropa, hizo que detenga a tiempo su mano y resigne su propósito”.
“Recordó entonces aquel niño-hombre, inocente aún, que no había conocido el encanto de un juguete, que le tenían vedado acariciar si más no sea, aquel instrumento de maravillosa sonoridad que tanto lo cautivaba”.
“Pero todo lo prohibido se convierte en irrenunciable tentación… Y Pedro Farías, el Marucho, así a secas, para todos, horas después intentó tomar la guitarra, ignorando hasta qué punto podía llegar la reacción irracional y salvaje de su dueño, el que se caracterizaba siempre por la prepotencia y la ostentación de bravura que lo animaba”.
“Cuando sus ojos se agrandaban de asombro y de placer, al sentir vibrar bajo sus manos las cuerdas del instrumento, el enorme y filoso cuchillo de Parada se introdujo dos veces en su vientre y cayó casi inconsciente abrazado a la guitarra”.
“Su sangre que brotaba abundante, mojó la tierra e hizo que desde aquel día sea más rojo el suelo de Bajada Colorada”
“Asistido por los peones, que no ocultaron si indignación por lo ocurrido y reprocharon al capataz por su brutal acción, llevaron al peoncito hasta el rancho de una famosa curandera chilena de Aguada Guzmán, doña Catalina Rieuser, dejándolo en sus manos”.
“La tropa continuó su marcha, mientras el Marucho se quedó librando una dura batalla contra la muerte… Pero lamentablemente, pudo más ésta que la sabiduría de la curandera y la resistencia que ofrecía su cuerpo, tierno todavía, para sobreponerse a dos profundas puñaladas”.
“Decían después, que el cruel y desalmado matador, impresionado de su salvaje reacción, huyó a caballo y fue a refugiarse allá en la Meseta de Somuncurá con la pesada carga de su remordimiento que terminó por trastornarlo y hacer que deambule por años, huyendo de la justicia y la presencia inocente de la víctima, que lo perseguía implacable a luz y sombra”.
Hasta aquí el sucinto y atrapante relato de Chucair que muy conmovido por el hecho también escribió, aparte del libro, dos poemas, en homenaje al humilde muchacho de los carros.
Hoy su tumba es venerada permanentemente por los lugareños y los viajeros, no faltando velas encendidas ni flores.
Como colofón estas palabras de Fermín Oreja: “Pero queda el Marucho. Su extraña capillita, como un desafío del pasado, se levanta al costado de la ruta. La sombra de Pedro Farías ronda entre los algarrobos y, de vez en cuando, el sordo rasgueo de una guitarra surge en el lugar de la tragedia”.
Jorge Castañeda
Escritor – Valcheta