Siempre hay pequeñas historias en los entresijos de la gran historia. Misterios, secretos bien guardados, pero que no carecen de un gran atractivo.
El escritor francés Antoine de Saint Exupèry, fallecido trágicamente en el Sahara mientras volaba su avión, es mundialmente conocido por el ser el autor de uno de los libros más emblemáticos del siglo pasado y más leído por varias generaciones: “El Principito”.
Fue uno de los pilotos heroicos de la Aeroposta Argentina que sobrevoló especialmente la Patagonia a bordo de los frágiles aviones de entonces. En su homenaje el aeropuerto de San Antonio Oeste lleva su nombre. Mencionamos al paso que en el mismo se encuentra un mural del artista plástico uruguayo Carlos Páez Vilaró.
Mi amigo, el escritor de Río Colorado Ramón Minieri, en su ameno libro “Los nombre de la hierba” dejó un apasionante relato sobre el asunto que nos ocupa.
Dice Ramón:
“En Carmen de Patagones está el castillo Landalde: así llaman a un edificio de ladrillo visto con piso alto palomitas y muchetas, saledizos y nichos, escalinatas y balaustradas, caballerizas y columnas, que ocupa casi toda una manzana. Dicen que es copia de un palacete que su primer dueño había visto en su infancia en Baviera. Cuando el hombre hizo fortuna aquí con el comercio de lanas, mandó a construir una réplica de aquella mansión que admiraba en su niñez. Contigua al castillo, estaba la barraca de lanas; una vez embaladas, se las enviaba por barco a Europa. Los barcos anclaban a dos cuadras de allí, en el muelle sobre el río Negro: cargaban los grandes fardos y luego se iban por el río hacia el mar y hacia el mundo”.
“Landalde, el castellano, se casó con una hermosa francesa. Tienta pensar –dice Minieri- que entre el olor de los vellones y la vida pueblerina, la mujer se habrá sentido languidecer un poco”.
“En alguna recepción lo conocieron a Antoine de Saint Exupèry, piloto de la Compagnic Aeropostale, que por entonces iniciaba sus vuelos comerciales sobre la Patagonia. Se interesaron por él y a menudo lo tuvieron de invitado a su mesa”.
“Dicen que más de una vez el escritor volvió a visitar Patagones y que supo llevar a la dama francesa en vuelos de paseo sobre el río y el mar”.
“Comenté entre amigos esto que me había contado Jorge Quiroga. Una nena que me escuchó fue poco después a Patagones con sus padres. Con todo el desenfado de sus alegres catorce años, se llegó hasta la casona, llamó, y por feliz coincidencia la atendió la señora, ya más que octogenaria. Le ofreció un té con galletitas. En el curso de la conversación, la muchachita le preguntó lo que yo habría querido preguntar acerca de aquel encuentro de cincuenta años antes (claro que no me habría animado a hacerlo)”.
“Éramos amigos… le contestó la dama”.
“-Pero lo dijo así, con puntos suspensivos- se cuida de aclarar mi joven relatora”.
Hasta aquí el apasionante relato de Ramón Minieri, una verdadera perla para los amantes de la historia regional.
Jorge Castañeda
Escritor – Valcheta
Especial para masrionegro
Fotos portada e interior: Olga Ricci
Otras notas del Palacio Landalde
Casona Landalde, el esplendor arquitectónico y la llamativa historia de Leonor
Nota publicada el 6 de junio de 2019 por masrionegro
Como en los párrafos de una novela de la “Belle Époque” de fines del siglo XIX, el majestuoso Palacio ubicado entre las calles Francisco Pita, Elsegood (continuación de calle Villegas) y Pérez Britos (continuación de Zambonini), en Carmen de Patagones, no sólo muestra su fantástico pasado a través de su fachada, sino que también nos atrapa con el sólo hecho de imaginarnos cómo será por dentro.
La inmensa arquitectura representa toda una época de oro de la economía regional y la más grande construcción del siglo XIX realizada en Carmen de Patagones.
La familia Sassemberg, de origen europeo, fue la encargada de construir esta espectacular arquitectura de la cual no se conoce la fecha exacta de su creación, pero si podemos asegurar que fue entre los años 1880 y finales de 1913, en vísperas de la Primera Guerra Mundial.
El “palacio” fue víctima de la gran inundación de fines de 1899 en la Comarca Patagones – Viedma, pero a pesar de ello y que las aguas del río Negro llegasen a dos metros de altura en el interior, quedó intacto y se mantuvo en buenas condiciones.
Sin dudas, la belleza del palacio Sassemberg, que luego trascendería como el castillo Landalde por la familia que lo compraría posteriormente, es la estructura arquitectónica más imponente de todo el Poblado Histórico de Patagones.
Epicentro de la economía local
En las inmediaciones de lo que en un tiempo fueran unos ostentosos jardines, se construyeron las dos barracas más grandes del pueblo de Patagones, que eran utilizadas para el acopio de lanas y cueros que tenían como destino final a Europa.
Estas grandes cantidades de productos primarios exportadas al viejo continente significaron para Patagones y la región un gran impulso y crecimiento de la economía, dado que no sólo se beneficiaba el partido de Patagones, sino también la Línea Sur de Río Negro y todo el Valle Inferior desde donde era traída la materia prima.
Estas cargas eran posibles gracias a la apertura del puerto de Patagones a partir de 1880. Allí se recibía la producción de los distintos puntos regionales para luego ser transferida a las barracas. Una vez ahí, se acopiaban grandes cantidades de lana para ser enviadas a Buenos Aires, o directamente hacia el puerto alemán de Hamburgo.
La primera huelga del Sur argentino
El gran esplendor de la empresa que funcionaba en las barracas del palacio comenzó a entrar en decadencia con la apertura del puerto de San Antonio Oeste, dado que toda la producción se comenzó a enviar hacía ese nuevo punto estratégico de exportación e inclusive la familia Sassemberg se trasladó allí.
La situación se tornaba difícil para los trabajadores, quienes organizaron una huelga, allá por 1907, en reclamo de sus fuentes de trabajo convirtiéndose en la primera huelga del sur argentino.
La realidad era cruda, la empresa se trasladó a San Antonio, motivo por el cual la familia Sassemberg puso el palacio en venta.
El inicio de una nueva etapa con sus nuevos dueños
Con esta situación de crisis de la empresa Sassemberg en Patagones por el traslado a San Antonio Oeste, la imponente arquitectura estaba a la venta.
No pasó mucho tiempo hasta que la familia Landalde, de Buenos Aires, accedió rápidamente a adquirir el hermoso “castillo”, radicándose en Carmen de Patagones.
No podemos dejar de mencionar sus grandes muros de ladrillos descubiertos, sus pisos de pinotea, los retoques interiores con maderas de roble, los empapelados lujosos que ornamentan las paredes y los mármoles que también destacan el lujo de aquella época. Sin dudas, los grandes salones, como la sala de baile dan cuenta de innumerables reuniones y fiestas allí realizadas por la familia, con los más destacados funcionarios y músicos y lo más granado de la sociedad maragata.
Las cuarenta habitaciones, las cocinas, los locales de servicios, los inmensos subsuelos y sus bodegas, expresan claramente la fortaleza arquitectónica de fines de siglo XIX, con materiales, en su mayoría, importados especialmente desde el viejo continente.
Unos grandes detalles, hasta los más mínimos, hacían que el palacio aflore belleza y atracción, pero como consecuencia del paso del tiempo y tal vez un poco de descuido, aportaron para que esta perla arquitectónica se vea desgastada, casi abandonada.
Más allá de seguir atentamente esta narración, usted en este momento estará intentando imaginarse aquellos años, o por lo menos esa es mi meta a través de estas líneas: dejarle una impresión de lo que significa esta maravilla maragata, intentando transportar tantos detalles de tan seductora historia.
En la imponente casona vivía junto a su familia, desde los 15 años de edad, Leonor Landalde, una joven mendocina. Allí vivió su adolescencia y adultez, rodeada de importantes figuras maragatas. El destino, tan especial, dictó que Leonor contrajera matrimonio con el capitán de fragata Eduardo Nicolás Otaño.
Pero no se puede continuar con este relato, sin mencionar los gratos recuerdos de los que Leonor y su marido Eduardo fueron partícipes, como esos maravillosos días de gala junto a la sociedad de Patagones, en donde se compartían largas horas de excelente música despedida en el aire por la vitrola o por las mejores combinaciones de notas que las orquestas ofrecían para tan agradables momentos como aquellos días en que el salón de baile era el principal testigo de admirables armonías que interpretaba el bahiense Carlos Di Sarli, músico de renombre internacional en la escena del tango argentino y gran amigo del matrimonio.
Pero no todo fue fiesta y bellos recuerdos para la familia Landalde – Otaño, ya que 15 días después de haber agasajado con las más significantes notas musicales del tango el querido y apreciado Carlos Di Sarli falleció, dejando de luto a la música argentina.
Profundizando un poco más en la destacada figura de Leonor Landalde, que fue casi “una princesa en su palacio”, debo remarcar sus inquietudes literarias, su amistad con el francés Antoine de Saint Exupéry, creador de la obra “El Principito” reconocida a nivel internacional, aviador de renombre, pasión que compartía con Leonor Landalde quien se transformó en la primera mujer que representó a las argentinas en un viaje inaugural del servicio de Aeroposta entre la ciudad de Bahía Blanca y la ciudad sureña de Comodoro Rivadavia.
La gran familia de Leonor estaba conformada por renombrados, empresarios y funcionarios políticos, como el ex gobernador de la provincia de Chubut.
Los nuevos dueños, los recordados “Landalde”, habitaron la casona hasta el año 1943 aproximadamente, época de grandes cambios en Argentina y por supuesto también en Patagones.
Un nuevo capítulo en la historia del “Castillo”
Atrás habían quedado las grandes reuniones de gala en el principal salón del palacio, atrás había quedado la adolescencia de la joven Leonor y sus mejores momentos y recorridas por el pueblo maragato, porque la familia había puesto en alquiler la gran casona.
Desde aquellos años, mediados de la década del ´40, el palacio se convirtió, provisoriamente, en la sede de los efectivos militares del Distrito Militar 66 que funcionó allí hasta 1952, cuando dicha sede inauguró sus instalaciones en la vecina ciudad de Viedma.
Luego de que la sede militar se trasladara a Viedma, Leonor regresó allí, a su maravilloso lugar, al palacio, donde disfrutó sus últimos días añorando viejos recuerdos.
Como en una inusual novela de época, el capítulo final de esta historia conlleva una desolación impensada por aquellos habitantes. El paso del tiempo, refleja el abatimiento de su estructura. Un lugar espléndido, una de las siete maravillas de Patagones, es víctima de un desgaste edilicio por consecuencias del paso del tiempo.
Junto a la Parroquia Nuestra Señora del Carmen, el puente ferrocarretero, el Fuerte del Carmen, el Cerro de la Caballada, las Cuevas maragatas que habitaron estas tierras, el Castillo Landalde conforma, según mi criterio, una de “las siete maravillas de esta ciudad”, sin descartar el resto, porque en sí, la historia maragata es una maravilla, aunque no tan apreciada.
Lo cierto es que como constituyente fundamental del desarrollo económico de la ciudad en aquellos años de auge, por sus cautivantes historias, porque es de los maragatos, por sus añorados años y por todo lo acontecido en su pasado, por los largos años, el castillo está en camino a ser expropiado por la Municipalidad de Patagones.
Bajo el expediente Nº 4084-4688/2008 ingresado al Honorable Concejo Deliberante del Partido de Patagones se sancionó con fuerza de ordenanza la declaración de interés general y sujeto a expropiación el predio denominado como “Castillo Landalde”, ordenanza registrada bajo el Nº 234.
Un hecho realmente significante dado que la historia nos pertenece a todos los que habitamos y a los que habitaron y aportaron en esta increíble novela, cuyos capítulos no se terminan de escribir.
Por Marcos Saldaña
Publicado por Huilliches Mensajes del Sur
Desde fines del siglo XIX, el palacio Landalde fue testigo privilegiado de la época de mayor esplendor de nuestra región. Patagones. A metros del río, donde la calle Villegas cambia su nombre, desafiando al tiempo y al olvido se erige la mansión Landalde. En el amplísimo salón de baile que tiene la inmensa casona se sucedieron bailes al ritmo de la orquesta de Carlos Di Sarli junto a reuniones sociales y comidas regadas con champagne traído especialmente de Buenos Aires para la ocasión. La mansión Landalde, como la conocen los maragatos, debe su nombre a su antigua dueña, Leonor Landalde de Otaño, viuda de Landalde, quien fuera gobernador interino de la provincia de Chubut. Y vale detenerse en la figura de esta mujer, que rompiendo los cánones sociales de la época voló en el avión que hizo el primer servicio aéreo del sur uniendo la Capital Federal con la Patagonia, piloteado por Antoine de Saint Exupery y Jean Mermoz. Algunos vecinos memoriosos la recuerdan paseando en su Peugeot 404 con la única compañía de una gallina en la luneta trasera. Los Landalde la habitaron hasta principios de la década del 40, cuando el último de sus habitantes se radicó en Buenos Aires, y la casona permaneció deshabitada largos años hasta que fue ocupada como Distrito Militar. El palacio Landalde fue claro exponente y testigo de la época de mayor esplendor vivido en Patagones. Hoy es una atracción turística más en el Casco Histórico maragato, pero al observar la inmensa fachada con sus 15 ventanales y su gran patio interno con paseos y escalinatas deteriorados por el tiempo, pero fieles testigos de una época maravillosa, se puede percibir la majestuosidad y el misterio de este lugar, ubicado a metros de la mítica calle Roca. La casona resiste elegantemente el paso del tiempo y con su silenciosa estampa deja claro que, como dijo Roberto Arlt, “Patagones es bonito como un beso de novia y un lugar donde todavía se puede morir de muerte romántica”. Publicado por La Tapa Web | |
A pocos metros del río, en el marco del casco antiguo de Carmen de Patagones, se levanta el caserón que construyó hacia 1880 el acaudalado comerciante alemán Juan Sassenberg, con una enorme barraca para el acopio de lanas y cueros. Cuando Sassenberg se mudó al incipiente puerto de San Antonio Este esta construcción pasó a manos de Landalde, quien en algún tiempo la alquiló al Ejército y la Gendarmería. Leonor Landalde de Landalde, viuda de aquel gentilhombre, se la vendió al farmacéutico Roig hacia fines del siglo 20.
Publicado por Carlos Espinosa, periodista de Carmen de Patagones y Viedma y recopilador de historias de la Patagonia