Mujeres de la Meseta de Somuncurá. Hacen Patria junto a sus familias. Las más olvidadas

Parafraseando a Antoine de Saint-Exupèry, podemos decir que la Meseta de Somuncurá, además de ser “tierra de hombres”, es también “tierra de mujeres”.

Supo expresar en el comienzo de su libro que “en su labor el campesino arranca de a poco algunos secretos a la naturaleza y la verdad que desprende es universal”.

Cuando en su frágil avión de la flamante Aeroposta el autor de “El Principito” sobrevolaba la Patagonia sentía que volaba en “una noche sombría en que centellaban solas como estrellas las pocas luces dispersas en la llanura. Cada una señalaba, en ese océano de tinieblas, el milagro de una conciencia. Allá amaban. De distancia en distancia  brillaban esos fuegos que reclamaban su alimento. Pero entre esas estrellas vivientes, cuántas ventanas cerradas, cuántas estrellas apagadas, cuántos hombres dormidos”.

Si Saint-Exupèry hubiese bajado y caminado esa tierra que veía desde su avión, se hubiera encontrado con esos hombres y mujeres que habitaban el espacio duro e insumiso del Somuncurá.

Pequeños crianceros atados a una unidad económica de subsistencia, insuficiente aún para atender las mínimas necesidades, luchando contra las plagas y los inviernos hostiles donde las grandes nevadas diezman a pobladores y animales, donde los jóvenes buscan otros horizontes más promisorios y solo quedan los viejos.

Las mujeres que habitan la Meseta merecen un gran homenaje: juntan la poca leña que allí es escasa y mezquina, cuidan sus animalitos, van a veces a muchos metros para traer unos baldes de agua, de noche encienden el farol, hacen tortas fritas y pan casero cuando las escasas provisiones lo permiten y muy pocas veces bajan a los poblados y pueblos porque los caminos son huellas de pura piedra y casi siempre intransitables. Ellas hacen de todo: crían a sus hijos con grandes sacrificios, acompañan a sus hombres en sus duras tareas, andan a caballo, bajan los cueros del animal, a la mañana con algunas brasitas encienden el rústico fogón donde cocinarán sus alimentos. Dependen del tiempo, del valor de sus animales, y más que nada de la solidaridad de sus propios provincianos que durante muchos años han vivido de espaldas a sus necesidades.

No solo estas mujeres bravas tienen un gran corazón, sino que son hospitalarias con el forastero, siempre dan una mano, convidan con unos mates y a veces hasta con un costillar de capón: de lo poco que tienen dan todo.

Son calladas, no se quejan jamás de su suerte, tienen una gran dignidad que la mayoría de los puebleros carece y son humildes. Saben muchas cosas que casi todos ignoramos: Si va a llover, cómo son las costumbres de los animales, para qué sirven cada una de las plantitas de la Meseta.

Pocas veces al año pasan los agentes sanitarios. En verano solamente son una postal turística para las fotos, pero muy pocas podrían vivir en ese medio que ofrece una oposición superlativa a quienes quieran habitarla.

Sus vehículos tienen que ser fuertes por la impiedad de los caminos. En la caja algún animal para consumo propio o algunos fardos de pelo de chiva. Y después volver a los puestos con algunos pocos víveres porque en los pueblos todo está muy caro.

Si no fuera por ellas y sus hombres la Meseta estaría vacía, sin gente. Están a veces poblando una tierra que es fiscal y donde raramente tendrán alguna vez su título de propiedad.

Decía Saint-Exupèry que a esa gente “es preciso alcanzarla. Es preciso tratar de comunicarse  con algunos de esos fuegos que arden, de distancia en distancia, en el campo”.

Todavía queda gente solidaria en los pueblos que viajan y los asisten en tiempo de inviernos crudos como este. Ellas, las mujeres de la meseta de Somuncurá están allí, esperando con una gran paciencia un tiempo mejor.

LAS MUJERES DE LA MESETA: Con el paso precavido/ juntan leñas por el campo/ son mujeres muy valientes/ lasa que viven en el pago. 

Alguna “leña de piedra” / en el fuego hace milagros/ fogoncito de los pobres/ cobijo de perros flacos.  Rompen la capa de escarcha/ del tambor que está en el patio/ y a baldes entran el agua/ sin conocer el cansancio. 

Mujeres de Somuncurá/ más duras que los basaltos/ en sus mesas de maderas/ multiplican los milagros. Poco saben de lindezas/ usan ropas de trabajo/ y no es para nada raro/ que arreglen los alambrados. 

Mujeres de Somuncurá/ que nunca bajan los brazos/ para todos un ejemplo/ de humildad y de trabajo.

Jorge Castañeda

Escritor – Valcheta

Foto: Luciana Mirán (Viedma)

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