Uno ama este Sur. Y más todavía el Sur del Sur, donde en un puñado de pueblos esforzados y sufridos su gente todavía tiene de la Patria una idea de limpia grandeza.
Uno ama las zonas aledañas a los rieles y a la 23, donde en cada puesto, en cada paraje, viven personas, brilla una pequeña lucesita y laten los corazones con el ritmo de la tierra y de las estaciones.
Allí, Sur adentro, está la verdadera riqueza de los rionegrinos: su gente. De mano abierta, gesto franco, donde el pan casero aroma las mañanas y el balido de las chivas alegra el ambiente.
Uno ama la extensión azulada del Somuncurá y la travesía desolada y sedienta del bajo del Gualicho. Sus ranchitos bajos, sus corrales de pircas, sus promontorios de piedras apiladas, el azul de sus lagunas y las noches que de tan estrelladas parece que el cielo se viene encima de los hombres.
La soledad de algún molino, la tranquera de los alambrados, el canto de las calandrias y el alboroto de los teros.
Mi amigo, Abel Orlando Cabrera, radicado por esas cosas de la vida en Sierra Colorada, supo decir en la austeridad de sus versos, lo que todos pensamos y difícilmente expresamos con tanta belleza:
SUR ADENTRO
Allá donde la meseta
lo besa al cielo,
allá donde la bandera
es una flor natural,
hay un ranchito de barro
pegadito a un manantial.
En el patio y a la sombra
de un árbol, está el telar
donde tejen si descanso
manos blancas como el pan
matras y matras mapuches
que en invierno abrigarán.
Suelen ladrarle los perros
al viento que al pasar
va esquivando los cerros
queriendo todo arrancar
y en un corralito de piedras
los niños lo han de encerrar.
Bajando de las lomas,
despacito, al atardecer,
se ve una punta de chivas
que no serán más de cien,
del resto quedan rastros
sólo Dios sabrá por qué.
Poema de Abel Cabrera
Fotografía: Salvador Luis Cambarieri
Difusión: Jorge Castañeda