Siempre he dicho que soy un hombre afortunado. Y me parece que, como todo poeta, tengo todavía a mis casi setenta años mucho de niño. Digo esto porque hay muchas cosas que todavía me emocionan y mi alma se asombra a menudo.
Cuando estoy en el hermoso balneario de Las Grutas suelo caminar a mis anchas por la avenida Río Negro y al primero que saludo es a Condorito que me reconoce en el acto y me cuenta que está un poco aburrido y se quiere volver a Pelotilehue. Yo me quedo meditando un rato y le digo que tiene mucha razón. Para colmo no veo a Yayita, a don Chuma y ni siquiera al pesado de Cortisona. Pobre Condorito, está muy solo y por eso lo comprendo.
Al seguir caminando me voy preparando para otro encuentro feliz. Yo afirmo que de ninguna forma se ha perdido, tan seguro como que es de color azul. Sí, me está esperando y su cuerno señala –ojalá- un futuro mejor. Se trata como se habrá adivinado, de mi unicornio azul. Hierático y bello también me cuenta sus cosas. Que tiene alguna pena. Yo le digo que su presencia siempre es grata porque simboliza las utopías y la esperanza, tan necesaria en estos de tiempos de pandemia. Al igual que Condorito –me había olvidado mencionarlo- me pregunta si es necesario usar un barbijo. Yo le digo que no. Que ellos están al aire libre y que no habrá Covid 19 que los pueda.
En otro espacio del bulevar está el duende de Las Grutas en buena vecindad con la bailarina de madera. No me puedo imaginar siquiera de que conversarán en los largos inviernos de la Villa. Algo tendrán para contarse. Pregunto ¿Habrá sido alguna estrella del teatro Colón? Es muy bella.
Pero esta vez como tenía muchas ganas de conversar con ella, un poco cansado llegué donde está aposentada la famosa (tan famosa como Condorito) Manuelita, la tortuga que vivía en Pehuajó, pero que como se pasó de largo se aclimató a Las Grutas y se encuentra a sus anchas. Como es muy lenteja uno nunca se da cuenta se avanza un poco. A mí me parece que no. Yo pienso que Pehuajó debe ser una ciudad muy linda y simpática, por el solo motivo de abrigar a Manuelita.
Ayer –le cuento- en una excursión al Fuerte Argentino, donde vimos un Caballero Templario hasta con espada y escudo, otra tortuguita del lugar le mandó saludos.
Manuelita no entiende como en temporada los automóviles y los transeúntes andan con tanta prisa. Yo tampoco lo entiendo. No tienen ni siquiera tiempo estando en vacaciones. Con lo lindo que es sacarse una foto y conversar con ella.
Algo cansado emprendo el regreso. Todo me parece mejor. Los dejo a ellos muy orondos mirando pasar la vida de los seres humanos y me acuerdo de otro hermoso personaje, del Principito. Y me pregunto ¿Por qué seremos así los seres humanos? Complicados, inquietos. Y me digo “que Manuelita nos acompañe para devolvernos toda esa inocencia de niños grandes.
Jorge Castañeda
Escritor – Valcheta