Los fierros. “Chofer…chofer apure ese motor que en esta cafetera nos morimos de calor”

 

Eduardo bajó presuroso del colectivo, miró hacia la vereda de en frente, a mitad de cuadra estaba el taller, y todavía abierto. Era sábado, pasado el mediodía. Cruzó la avenida ágilmente con el semáforo a su favor,  entró al taller.

  • Te estaba esperando –le dijo Daniel- tu auto está afuera, listo para que lo lleves, toma las llaves

Caminaron hasta la vereda.

  • Qué pasa –dijo Eduardo- un auto nuevo, tiene apenas un año, lo saqué 0 km y vive roto. Tiene más problemas que los Pérez García.
  • Lo que pasa es que vos no lo querés, lo maltratás, le echás nafta porque sino no anda, no lo lavás, no le levantás el capot. Estoy seguro que ni sabés adonde está la varilla del aceite. Y… el auto se desquita. “Los fierros tienen alma, Eduardo “.

Al escuchar esto último, Eduardo comenzó a reír. Reía a carcajadas. Hizo con la cabeza un gesto de negación levantó el brazo a modo de saludo. Subió al auto y, aún riéndose, lo puso en marcha y partió haciendo chirriar las ruedas como en una picada.

Daniel lo miró alejarse por la avenida y entró nuevamente al taller.

Se dirigió al cuartucho del fondo, en el rincón del galpón que oficiara de depósito de repuestos, vestuario y cocina. Un lugar desprolijo, hasta algo sucio pero agradable para estar sentado a la  mesita que apretada contra el rincón, con una silla a cada lado, cobija esos momentos de relax que cada tanto impone el trajín laboral del taller. O la visita de algún amigo a tomar unos mates.

Prendió la hornalla de la cocina y puso la pava a calentar. Se acordó que hoy no  tenía apuro en volver a su casa. A la tarde no trabajaba, era sábado y la Betty, su esposa, desde la mañana estaba en casa de su madre para ayudarla con la limpieza general de la casa,  a la noche él iría a buscarla

No tenía hambre ni apuro.

Recordó la risa de Eduardo. “Que los fierros no tienen alma “… se dijo mentalmente mientras salía del cuartucho para bajar la cortina del taller. Lo hizo y se quedó mirando hacia el rincón de enfrente dónde se veía media trompa y un guardabarros completo, que una lona no llegaba a tapar, de un Chrysler coupé año 36. Lo había heredado de su viejo que, ahora, seguro le estaba haciendo el servicie al auto del barba, allá   arriba.

Hace una pila de años su viejo apareció por la casa trayendo a remolque una bola de chapa oxidada y abollada con alguna forma de coupé. Por las ruedas, por supuesto desinfladas, se podía decir que era un auto.

-“Que los fierros no tienen alma “.

El viejo ni pestañeó por las cargadas que sus hijos le hacían cantándole a coro: chofer…chofer…apure ese motor…que en esta cafetera nos morimos de calor

La desarmó íntegra en la calle y comenzó con amorosa paciencia la restauración de la coupé que él ahora miraba.

-“Que los fierros no tienen alma “.

Como una película pasaba aquél viaje inaugural de la coupé junto a sus hermanos, todos niños. Luego del largo esfuerzo y tiempo que le demandó al viejo la restauración, dado que lo hacía en los francos y feriados que su trabajo le permitía. Más la estreches económica de la época en donde la coupé no era ninguna prioridad.

Y llegó el día. Para los que tienen fe como el viejo, y trabajan. Siempre llega el día.

-“Que los fierros no tienen alma “.

Cinco menores más dos mayores hacinados en la coupé, partiendo hacia Pehuajó en el viaje inaugural, 365 kilómetros que demandaron 12 horas en recorrerlos. 12 horas en las cuales el viejo soportó estoicamente cargadas y quejas de todos los ocupantes de la sobrecargada coupé. Hoy en día con un auto moderno 4 horas son más que suficientes para el mismo viaje.

Llegaron y de a poco, sin darse cuenta, a Daniel le fue creciendo el orgullo de que su viejo fuera su viejo, cuando toda persona que veía la coupé se deshacía en alabanzas hacia el que había convertido al vehículo en semejante joya: Su viejo.

  • “Que los fierros no tienen alma “.

 

Volvieron a Morón sin ningún inconveniente y en 11 ¡horas! Todo un record.

La vida continuó. La coupé como un integrante más de la familia.

Daniel, ya adolescente trabajaba en un taller mecánico,  había empezado como aprendiz a los 14 años al dejar el estudio secundario. Para gran desilusión del viejo.

Un sábado le pide la coupé prestada por primera vez para  invitar a la Betty al autocine. Con disimulado orgullo el viejo le entregó la llave diciéndole que el tanque estaba lleno y lo devolviera igual, sin más recomendaciones ni palabras. Daniel cumplió, devolvió la coupé con el tanque lleno y a partir de ese pacto cumplido la coupé se convirtió en el cómplice con ruedas de la relación entre la Betty y el Daniel.

Tres años después se casaron y hasta el día de hoy, con sus altos y sus bajos, después de muchos años siguen juntos, los tres.

-“Que los fierros no tienen alma “.

Entro al cuartucho y apuro el paso, el agua estaba a punto de hervir,  retiro la pava de la hornalla apoyándola en la mesa, se sentó a montar el mate. Mientras hacía esto, miraba la cocina, vieja muy vieja, casi una pieza de museo, color verde clarito y con muchos lugares del enlozado cachado. Marcas de los años transcurridos y todavía en servicio. Ahora funcionaba a gas natural de red pero sus comienzos fueron más humildes. Hace mucho tiempo, Daniel era un niño todavía,  el viejo se apareció un día con la cocina de cuatro hornallas y horno, funcionaba a kerosene, era nueva y reemplazó al calentador “Primus”. Con el tiempo la modernizaron convirtiendo su funcionamiento a gas de garrafa. Así hasta que el Daniel y la Betty, apenas casados la necesitaron.  La rescataron del galponcito del fondo de la casa de los viejos donde estaba guardada, aparentemente en retiro efectivo. La llevaron y Daniel la modificó para gas natural de red y pasó a ser parte del hogar del Daniel y la Betty.

– “Que los fierros no tienen alma “.

Así fue hasta que pasaron los años, las cosas mejoraron y se remodeló la cocina completa modernizándola con cerámicos y  muebles de acero inoxidable. Otra vez parecía que el destino de la cocina era el galponcito del fondo. Pero no. Daniel la cargó en  “JOSESITO “, el jeep para los mandados del taller y allá fue la vieja cocina rumbo al cuartucho a seguir prestando servicios.

“Que los fierros no tienen alma “

Sentado, sereno, las piernas estiradas y la espalda apoyada en el respaldo, tomaba mate a sorbo pausado y como meditando miraba la pared que tenía al frente, donde en un póster almanaque gigante reinaba la foto de Araceli GonzáleZ en ropa interior. Siguió sorbiendo lentamente el mate. Mirando sin ver.

  • Qué lo parió- dijo en voz alta, “Que los fierros no tienen alma.”

Volvió al silencio y en sus pensamientos vio aquel día hace varios años, cuándo a los poquitos meses de él haber comprado, bastante destartalado, el jeep-camioneta para los mandados del taller y que por esa necesidad solidaria barrial terminó siendo por algún tiempo para los mandados del taller de al lado, del almacén de mitad de cuadra, de la casa de repuestos de enfrente o de cualquier vecino que por un tiempo precisara el jeep.

  • “Que los fierros no tienen alma “

Así, un día todos los beneficiados por el uso del jeep, reunidos en solemne cónclave y después de escuchar atentamente la sugerencia de cada uno, decidieron bautizar a ese amigo que  era el jeep.

Resuelto el nombre se proveyeron de moldes en chapa con las letras del abecedario y, sin que Daniel los vea,   pasándose el pincel, cada uno pintó la letra elegida hasta que se leyó “JOSESITO “, en un color azul brillante sobre el techo. Después lo estacionaron en el lugar de siempre, al costado del portón. El flaco Esteban se asomó y le gritó que ese mediodía no se vaya a la casa, había asado en el taller de Miguel, que estaba todo comprado, que no se hiciera problema. Y ésa fue la fiesta del bautismo.

“Que los fierros no tienen alma “

Regresó de los recuerdos cuando se acabó el agua, dejo el mate sobre la mesa y siguió sentado mirando al piso por unos instantes, hasta que de repente se le iluminó la cara, se paró, alzó los brazos y gritó:

Que lo parió…claro…qué van a tener alma… ¡vida tienen! ¡Vida tienen los fierros!

 

 

 

                                                             Jorge D. Incola

                                                                                                                        Las Grutas-RN

                                                               jorgincola@live.com

 

FOTO ILUSTRATIVA

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