El comisario retirado Roberto Cancio, hombre de muchos saberes y lecturas, está escribiendo algunos relatos de su vida al servicio de la Policía de Río Negro, cuando eran otros los tiempos.
Éste, que trata de un abuelo ciego, es muy emotivo y puede servir de ejemplo para las generaciones más jóvenes y también nos habla de la solidaridad entre los seres humanos y de los lazos entrañables que muchas veces en la vida une a las personas.
Cuenta Cancio que “pidió hablar con el jefe o el encargado porque quería llegar a San Antonio Oeste para visitar a su amigo Amadeo Wucusich y pedía “si fuera posible que lo embarcaran con alguno que viaje para el Sur”. También dijo “soy pampeano, nativo de la Colonia Victorica y hace varios años que me quedado ciego. Las cataratas me han dejado sin las vistas”.
Así fue como lo conocí, estando a cargo -1976- de aquel Primer Cuerpo de Tránsito, con asiento en Viedma, a metros del entonces único y hermoso puente ferrocarretero. Tomar mate con él, oír sus andanzas por gran parte del país, su estilo de vida –no era linyera- y en la foto se puede ver con lo poco que se arreglaba, la maravillosa humildad, sencillez, y dignidad que surgía de su aspecto y la educación y respeto con que se expresaba, despertaron en mí sentimientos de mucha simpatía, que pronto se extendió a todos aquellos excelentes camaradas (no los nombro por temor a los olvidos) que trabajaron conmigo, tanto en Viedma como en San Antonio Oeste y General Conesa”.
“Ese día se hizo tarde para viajar y pidió quedarse. No había más lugar que mi oficina (todavía se estaba construyendo) y en ella durmió. Con el verijero al lado, el que siempre llevó en la cintura. El día siguiente alguien lo llevó a San Antonio. Volvió varias veces y se hizo querer por todos. Con el tiempo le conseguí una pensión y para su cumpleaños le regalé un par de botas”.
“Decía: “Yo soy del otro siglo, nací el 28 de mayo de 1898, y he sido domador, bastante buen soguero, cosedor de bolsas en las trilladoras, supe trabajar en el Puerto de Buenos Aires, en bodegas de Mendoza, esquilé miles de ovejas, muchos años fui alambrador y a Bariloche llegué alambrando a la par de las vías y casi junto al tren. Siempre me gustó conocer, conocí a Gardel y también al famoso Teatro Colón. Por andar caminos nunca estuve mucho tiempo fijo en ningún lado”.
“Me trasladaron a General Roca y fue a visitarme varias veces, quedándose semanas con nosotros. Mis hijos solían tomarle el bastón y llevarlo a la mesa o a otros lados de la casa. Un día le hice escuchar a Yupanqui y su “los caballos argentinos”. Escuchó en silencio y en silencio sacó su pañuelito del bolsillo y se puso a secar sus lágrimas diciendo: “Cómo pueden llevar a los mataderos a un animal tan noble, tan benefactor de la humanidad. Pero ese hombre no se lo vendió y lo sacó carpiendo. Debe ser un gaucho”. Mi señora y yo quedamos también con los ojos nublados. Me llamó la atención pues no conocía a don Atahualpa”.
“Tengo bastante para decir de este hombre tan singular, pero me extendería demasiado. Otra vez será”.
“Una buen y santa señora le dio una pieza en el fondo de su casa en las afueras de Coronel Belisle. Dejó de andar caminos. Pasamos con mi señora a visitarlo y llevarle algunas provisiones tres veces. En la última ya no estaba”.
“La señora me dijo que se lamentaba que se iba a morir sin poder despedirse de usted. Fuimos al cementerio y vimos que no tenía cruz su sepultura. Tiempo después llevé una, pero me agarró la noche y no pude colocarla. Pasé por la Comisaría y le pedí al camarada y subcomisario Zoilo Zorio –que era jefe en ese momento- si podía hacerlo por mí. Siempre agradezco ese gesto”.
“Allí descansa don Máximo Dentoni, un criollo verdadero y un hombre de otro siglo”.
Hasta aquí el relato de Cancio. Como vemos “todavía da criollos el tiempo”.
Jorge Castañeda
Escritor – Valcheta
Título original: EL ABUELO CIEGO. UN RELATO IMPERDIBLE, ERAN HOMBRES DE GRAN DIGNIDAD
Foto ilustrativa: San Antonio Oeste (parte de este relato histórico)