A 30 kilómetros al Norte de Viedma la noche que cubría la ruta 3 era clara y sin Luna, colmada de estrellas. A las tres de la madrugada del 23 de septiembre de 1978, el piloto chileno Carlos Acevedo, al volante de un Citroën GS, buscaba recorrer los últimos mil kilómetros que lo separaban de la meta de la extenuante Vuelta a la América del Sur; a su lado estaba el copiloto, Miguel Ángel Moya, de la misma nacionalidad.
En ese momento, Acevedo vio una luz en el espejo retrovisor, que él tomó por los faros de otro auto y se corrió para dejarlo pasar. Pero esa luz se acercó más y más, y lo que sucedió después resultó ser la historia más extraña que se haya contado de esa carrera: los ocupantes del vehículo aseguraron haber sido “llevados” durante unos 70 kilómetros, hasta cercanías de Pedro Luro, durante dos horas, sin que ellos hayan recordado nada. ¿Los secuestró un ovni, fueron teletransportados o mintieron deliberadamente para ganar tiempo en la carrera? Al día de hoy continúa siendo un enigma sin resolver.
Aquel año fue prolífico para los fanáticos de los ovnis. El 9 de marzo se había estrenado “Encuentros cercanos del tercer tipo”, de Steven Spielberg, y se sucedían por doquier avistamientos, fotografías y testimonios de encuentros con presuntos ocupantes, en lo que más tarde se llamaría “la gran oleada de 1978”. Fue un año también de dos grandes acontecimientos deportivos: el Mundial de Fútbol y la Vuelta a América del Sur, una competencia automovilística de 29.000 kilómetros a lo largo de 10 países.
“Fue una carrera única”, le contó el expiloto y conductor del programa A Todo Motor, Rubén Daray, a este cronista. “Por la longitud que tuvo, fue la carrera más larga de la historia, 29.000 kilómetros en treinta días, con etapas que a veces superaban los mil kilómetros por día. Y se corrían con autos normales, por decirlo así, no eran autos especiales que tiene una carrera como el Dakar, éstos eran autos de calle preparados para correr”.
Entre los detalles rocambolescos de la carrera se cuenta la participación del escritor Jorge Asís, quien cubrió la Vuelta para el diario Clarín mientras manejaba cientos de kilómetros por día en un Citroën Ami 8.
A una semana del acontecimiento la revista Somos, dedicada a temas políticos, salió en su tapa con una ilustración del vehículo iluminado por un supuesto ovni y el título “El extraño caso del auto volador”. La nota incluye un reportaje a Acevedo y a Moya, donde repiten el relato que le hicieron a un policía en la estación de servicio de Pedro Luro. “Acevedo se agarraba la cabeza con desesperación; estaba a punto de llorar. Moya, en cambio, no conseguía articular palabra, parecía paralizado”, aseguró el oficial inspector Jorge Osimi, quien había sido convocado al lugar por el sereno de la estación.
El piloto comenzó diciendo que “a 30 kilómetros de Viedma vi por el espejo retrovisor que se acercaba una luz densa de color amarillo y violeta. Primero pensé que se trataba de un coche y, por la velocidad que traía, tenía que andar a unos 300 kilómetros por hora. Intenté darle paso y me corrí hacia la izquierda. Entonces la luz inundó todo el habitáculo y no pudimos ver más allá del capot del auto. Miré por la ventanilla y comprobé que nos encontrábamos a dos metros del piso. Creí que era un lomo de burro, pero continuamos subiendo, y entonces tomé conciencia de que algo completamente distinto estaba sucediendo”. Moya estaba aterrado. “Tiré de las perillas pero las puertas no se abrieron”, aseguró. Un minuto más tarde descendieron y la luz se alejó. Manejaron un poco más y descubrieron que estaban Pedro Luro, apenas minutos después de haber pasado por un punto a 70 kilómetros de distancia.
Pero acá no había terminado el misterio, porque según Acevedo “en Viedma llené el tanque y cargué 40 litros más en uno suplementario ubicado en la parte trasera. Una vez en Luro, quise volver a reponer lo que había gastado y me encontré con que los 40 litros del tanque adicional habían desaparecido”. El sereno de la estación de servicio comentó con cierto escepticismo que “quizás a los marcianos les guste tomar nafta”.
En otra publicación de la época, UFOpress, hay más detalles de la narración de Acevedo y Moya. El piloto contó que una vez que “aterrizaron”, “la luz dejó el habitáculo y observé que hacia el oeste se alejaba. Algo así como un cono de luz amarilla, pero que no terminaba en punta sino que estaba como truncado. No sé, sería como de cuatro o cinco metros en la base y dos o tres en la cúspide, y de unos seis metros, quizá siete, de altura. La base iluminaba el terreno, aunque en realidad no se veía que era lo que iluminaba, o sea no se veía a través de la luz. Unos segundos después la luz se, ¿cómo podría decirlo?, se retrajo… o se levantó como una cortina, de abajo hacia arriba, y lo único que quedo a la vista fue una luz blanco-amarillenta, ovalada, que siguió rumbo al oeste hasta desaparecer en la distancia”.
¿Qué era esa luz? ¿Qué había ocurrido con los pilotos, por qué habían “perdido” tiempo y combustible, y “ganado” kilómetros? El caso es que en las crónicas de la Vuelta a la América del Sur se recuerda el hecho con extrañeza y hasta con sorna. “Fue incomprobable”, dicen algunos. Otros afirman que los chilenos fueron descalificados por haber querido hacer trampa en la competencia. Acevedo aseguró que tanto la firma Citroën como una organización francesa dedicada a estudiar ovnis querían hacer tests con el auto, pero nunca se supo nada de eso. El incidente también fue nota en otra revista que hizo historia en este campo, Cuarta Dimensión. Allí se lo relacionó con otro incidente similar ocurrido en Brasil.
Luces en un pasillo
Aquí terminaba todo lo que se conocía sobre este tema. Hasta que en el año 2000 el periodista chileno Patricio Bañados entrevistó para su exitoso ciclo OVNI a Miguel Ángel Moya (Acevedo había fallecido en un accidente en 1987).
El copiloto contó en esa oportunidad que cuando la luz levantó el auto “apareció un pasillo largo con puertas a ambos lados. Nosotros íbamos avanzando. Por esas puertas se cruzaban luces. Sabía que Carlos estaba ahí porque lo escuchaba gritar. Llegamos al final del pasillo y había una cúpula. De allí colgaba un tablero, de donde salían luces dando vueltas. Dos se nos acercaron. Carlos me dijo ‘¿Qué pasa?’ Y le contesto ‘parece que nos agarraron los marcianos, huevón’. Ahí toda la escena desapareció y volvimos a estar en el auto”.
Finalmente, allá por 2012 el investigador del tema ovni Daniel Lecomte, de Pigüé, se puso en contacto con Silvia Perez Simondini, directora de la Comisión de Estudios del Fenómeno Ovni de la República Argentina (Cefora) y le contó que un policía retirado le regaló expedientes que estaban a punto de ser tirados a la basura. Entre ellos estaba la denuncia original del caso de los pilotos. De esta forma, se convirtió por casualidad en el primer archivo OVNI desclasificado de la Argentina.
Final sin final
En 1961 Betty y Barney Hill fueron presuntamente secuestrados por alienígenas en New Hampshire (EE.UU.), lo que constituye el primer y famoso caso de abducción de personas en un automóvil.
A nivel local tuvimos el caso del matrimonio Vidal, en 1968, del que suponen que fue una pantalla publicitaria para el bizarro filme “Che, ovni”, de Aníbal Uset.
El caso de los pilotos secuestrados en el rally sería uno más en una serie que seguramente no ha terminado aún. Un misterio más de las noches en la ruta. (DIB) MM
Por Marcelo Metayer
de la redacción de DIB
Este caso fue difundido este domingo a las 4.30 por el canal televisivo internacional History Channel