Un sheriff norteamericano que denuncia el descubrimiento de un supuesto animal prehistórico todavía vivo y coleando en las aguas de una laguna; una especie de gnomo dicharachero que llegó al pueblo como representante personal del presidente Juan Domingo Perón repartiendo zapatos y colchones; y, como si esto fuera poco, los hippies fumando hierbas estimulantes en estado de meditación permanente en sus cabañas montañesas y artesanales lejos del mundanal ruido.
Estas y otras historias se recortan sobre el espléndido escenario natural de la localidad andina de El Bolsón, en el extremo Sudoeste de la provincia de Río Negro, (vale situar para lectores de tierras lejanas), a veces originadas en las tradiciones tehuelches y mapuches, y también en tiempos más cercanos, como las que están afincadas en los años 70 del siglo pasado.
Por ese territorio se internó Juan Matamala -escritor, docente, periodista y por sobre todas las cosas: andariego- para recolectar el material que compone su obra “Mitos y leyendas de El Bolsón”, en un volumen de147 páginas.
El autor nos revela que las primeras narraciones las escuchó de labios de su madre, y luego de sus abuelos, tíos y vecinos, y que “con el tiempo me fui haciendo de una voluminosa carpeta de aquellas narraciones y de los cambios que se producían de una leyenda a otra, guardando celosamente sus caracteres originales para no traicionar la memoria y la conciencia”.
Matamala cumple con este compromiso que se autoimpuso y así ofrece un variado catálogo sobre los contenidos del imaginario popular de los habitantes de El Bolsón y la denominada Comarca Andina del Paralelo 42.
El libro arranca con varios capítulos referidos a leyendas fundacionales sobre árboles, flores, pájaros, creencias ancestrales, supersticiones, comidas y rituales típicos.
Después pasa por un poco conocido episodio político de 1911 –cuando un grupo de comerciantes y colonos extranjeros pretendió institucionalizar un gobierno local autónomo- y arremete contra uno de los mitos contemporáneos más difundidos, el de las comunidades hippies instaladas en El Bolsón a partir de fines de la década de los 60.
En este punto la advertencia es clara: “si bien es cierto que los hippies se instalaron en El Bolsón y han dejado su huella innegable, no todo lo que se comenta es exactamente así y las proyecciones de aquellas experiencias, lejos de acercar a la verdad, le han permitido tomar un vuelo de insospechadas derivaciones”. Sobre la base de estas premisas Juan Matamala aporta documentación incuestionable, desmenuza situaciones y concluye, tal vez para desilusión de muchos, que el fenómeno del hippismo bolsonés “fue parte de unos segundos de eternidad que rápidamente pasaron”, y que el derrumbe de la utopía dejó algunos huérfanos, a quienes bastante les costó recuperarse.
Hay un segmento de la obra dedicado a una historia bastante divulgada, la del sheriff Martín Sheffield y el plesiosuario, sobre la cual aporta elementos originales como lo son las publicaciones en periódicos norteamericanos de aquella época dándole crédito al supuesto descubrimiento y el testimonio de Juana Sheffield, hija del pintoresco yanqui, que fue quien observó el rastro del animal de extraña apariencia entre unos pastizales que rodean un ojo de agua en el paraje Epuyén. Este relato en primera persona, que se ofrece en una abreviada síntesis escrita y también en forma completa a través de la voz de la mujer en una entrevista del año 1989 (contenida junto con otros documentos en un disco digital para computadora), aporta valiosa información en torno al episodio que dio lugar a una equívoca intervención del mismísimo director del Zoológico de Buenos Aires, el científico Clemente Onelli.
Un capítulo curioso y revelador es el que está dedicado a Coquito, un extraño hombrecito llamado Omar Hernán Villalba, que apareció por El Bolsón en 1950 con el supuesto mandato y representación del entonces presidente Perón y su esposa Eva Perón para coordinar y responder a las demandas sociales, aunque un tiempo más tarde se supo que había sido engañado y abusado en sus pocas entendederas por un familiar, con el perverso propósito de condenarlo por insano y escamotearle una herencia paterna. Lo singular de la historia es que después de la misión apócrifa este personaje se ganó la simpatía de los habitantes del pueblo y allá se quedó, desempeñando diversas tareas para su módica subsistencia.
La vigorosa reconstrucción del novelesco suceso y sus consecuencias fue realizada con el invalorable auxilio de los dichos del propio Coquito, entrevistado por Matamala en radio Nacional de El Bolsón (también incorporada en el disco digital anexo), y el artículo adquiere perfiles emotivos cuando el autor sostiene que “Coquito en la recta final de su vida fue amado y cuidado por los turistas, los mochileros y el pueblo en general. Recibía el amor de las chicas más lindas con quienes se paseaba orgulloso y era la envidia de quienes sólo podían mirarlas de lejos”.
El libro contiene el detalle de otros mitos y leyendas, pero bastan estos tres aquí mencionados para valorar y aplaudir el esfuerzo del autor. Aquella máxima de Tolstoi acerca de pintores, aldeas y mundos, que suele invocarse para la exaltación de la literatura costumbrista, pasa por alto una de las exigencias elementales del oficio de escritor de lo cotidiano. Esta es la valentía, la valentía necesaria para el abordaje de las historias simples que han transcurrido a la vuelta de nuestra casa, cuyos protagonistas directos o sus descendientes están demasiado cerca y es muy posible que no duden en hacer conocer su opinión sobre nuestras narices, si tal o cual párrafo no ha sido de su agrado.
Por eso, es justo destacar la valentía demostrada por Juan Matamala, a la hora de internarse en el territorio de los mitos y leyendas de El Bolsón, para dejarnos un libro útil y ameno.
Carlos Espinosa, periodista de Carmen de Patagones y Viedma
(Comentario para Agencia Periodística Patagónica APP)
Foto ilustrativa (actual)