Para que no se pierda la identidad de los pueblos es una obligación de los escritores rescatar los hechos protagonizados por sus pobladores, sus anécdotas, sus vivencias y sus recuerdos, porque es una forma de perpetuar la pequeña pero gran historia de los mismos para traspasarla a las nuevas generaciones.
Valcheta siempre se ha caracterizado por ser un pueblo hospitalario y su gente por ser capaz de realizar actos solidarios cada vez que las circunstancias los han necesitado. Todo siempre requiere de vecinos con iniciativas que son capaces de ponerse al frente y echarse todas las dificultades al hombro. Muchas veces no son líderes ni dirigentes, sino ciudadanos esclarecidos que han encontrado una causa para luchar por ella hasta verla concretada.
Como algunos memoriosos habrán de recordar –para poner algunos ejemplos- cuando un tornado derrumbó paredes y techo del Club Atlético Tigre, toda la comunidad colaboró para su reconstrucción, recordando siempre a don Máximo Redaelli y los miembros de aquella Comisión Directiva. Mi padre, como obrero albañil, levantó nuevamente las paredes.
Traer la primera central telefónica fue una tarea denodada, haciendo socios con contribuciones mensuales, cuya cobradora fue la siempre recordada María Inés Koop, y después de mucho esfuerzo Valcheta pudo contar con teléfonos fijos.
Poder captar la señal televisiva por microondas demandó un trabajo enorme a un puñado de vecinos progresistas que hasta llevaron los materiales para construir una cabina de material en el cerro “Sombrero” y las antenas en ese lugar y el paraje Percy Scott. Las alturas fueron medidas desde un avión Cessna 182 – LU – JBC siendo sus pilotos Fernando Geoffroy y Ricardo Negrucho Mieres.
El Centro Libanés Argentino fue un esfuerzo de aquellos inmigrantes árabes que vieron la enorme necesidad de contar con un salón para sus actos sociales, siendo donadas las instalaciones del vecino don Andrés Lorca, en el cual había establecido una fábrica de conservas de tomates.
La necesidad de dotar de luz eléctrica en forma continua (la misma se cortaba a las doce la noche) mereció también arduas bregas y autoridades y vecinos.
Según algunas viejas crónicas el antiguo edificio de la Escuela Común N 15 fue también levantado con el esfuerzo del vecindario, siendo su primer director el señor Adolfo Alaniz y como maestra su esposa, doña Clara Leyes de Alaniz.
La Colonia Pastoril llegó a ser un ejemplo de esfuerzo, trabajo y amor a la tierra cuyos pioneros lograron hacer un verdadero oasis en el desierto. Podemos decir que desde las chacras del señor Juan Asconapé se llevaba una remolacha de primera calidad al ingenio azucarero de General Conesa. Se destacaron por su pujanza los establecimientos “Villa Virginia” y “El tropezón”.
Las instituciones deportivas marcaron una época de oro del deporte valchetero, de donde salieron jugadores excepcionales, lo mismo podemos decir de los bochófilos locales. Algún libro de oro debería registrar el nombre de aquellas comisiones directivas.
Hay mucho para recordar y escribir y siempre se cae en omisiones involuntarias. Pero lo realmente importante es que cuando una comunidad se une detrás de un destino común es indestructible.
“Todo cuánto vale algo sobre la tierra ha sido hecho por un grupo de personas selectas en franca lucha contra los obstáculos que a veces parecen infranqueables”.
Las nuevas generaciones al mirarse en el ejemplo de las pasadas tendrán la responsabilidad de continuar para hacer de Valcheta un pueblo grande y pujante.
Texto: Jorge Castañeda
Escritor – Valcheta
Foto ilustrativa