Hacía ya bastante tiempo que el amigo Juan venía quejándose de dolores en distintos lugares del cuerpo, especialmente en su cabeza. En reiteradas ocasiones consultó a su médico de cabecera y siempre obtuvo la misma respuesta, tras responder al extenso cuestionario al que fue sometido relacionado con la ingesta, actividad física, descanso o noticias que pueden haberlo afectado.
Como la situación continuaba y periódicamente los dolores o malestares se reiteraban, decidió consultar a un especialista en neurología que ordenó una serie de estudios, los que finalmente arrojaron un resultado que si bien daba certezas sobre el mal que padecía, el enterarse le asestó un golpe fulminante.
Con todos los estudios en sus manos el neurocirujano le dijo: “Mire Juan, por los exámenes que ordenamos hemos podido detectar que lo que usted padece es la presencia de un tumor que tiene un desarrollo importante y está alojado en la base del cráneo.”
Juan desconcertado y temeroso preguntó, como es lógico suponer, que se puede hacer? El profesional sin explayarse demasiado solo hizo referencia a lo que consideró era lo único que se podía intentar y los riesgos del caso.
“Ante la realidad que tenemos a la vista, únicamente se puede intentar una solución quirúrgica, pero sepa desde ya Juan, que entraña un riesgo más que importante para su vida, le anticipo que la cirugía es el último recurso y sino extirpamos ese tumor, su estado de salud irá desmejorando y no hay muchas posibilidades de futuro.”
Ante la certeza expresada por el facultativo respecto a la situación que atravesaba Juan, quien advertía que no le quedaban alternativas, expresó: “Y bueno corramos todos los riesgos doctor”.
El médico dispuso de inmediato la internación e impartió las instrucciones para que se inicie un tratamiento pre-operatorio a fin de intentar entonces salvar la vida de Juan, algo que se anticipaba muy complicado.
Iniciado el tratamiento indicado, Juan comenzó a recibir medicación a esos efectos que le produjo un estado de somnolencia y fue entonces cuando alcanzó a percibir al costado del lecho que ocupaba, la figura de una bella mujer con la indumentaria que la identificaba claramente como perteneciente al personal de salud del lugar.
La presumiblemente doctora tomó suavemente la mano de Juan y también con suave voz le dijo: “Juan, he venido para ayudarte y salvar tu vida.”
“De ahora en más –añadió la mujer – estás bajo mi cuidado y protección para agregar, todo saldrá bien.”
Juan no recuerda mucho sobre el tema, ni cuánto tiempo se mantuvo bajo los efectos del sueño hasta que recobró el conocimiento y nuevamente la mujer estaba a su lado, con su misma indumentaria y una sonrisa manifiesta, empujando la camilla que ocupaba y la escucho repetirle: “Todo saldrá bien Juan, no temas, yo te estoy cuidando.”
Entre dormido, Juan pudo reconocer que se trataba de la misma mujer que le había asegurado en dos oportunidades, que todo saldría bien, y entonces se interesó en saber si era doctora y si formaba parte del equipo que lo intervendría quirúrgicamente, pero solo obtuvo un gesto negativo una sonrisa ampliada y su suave voz que insistió; “Juan, estoy para cuidarte y protegerte, vine a eso para salvar tu vida”.
Juan, que ya había recibido un sedante comenzó nuevamente a dormirse, pero una intensa luz lo hizo abrir otra vez los ojos y advirtió que estaba en un amplio y moderno quirófano, entones si, el sueño se hizo cargo.
No supo Juan cuanto tiempo había pasado, al momento de advertir que comenzaba a recobrar el conocimiento y al abrir sus ojos advirtió que a su lado estaba aquella enigmática mujer, que tomándole nuevamente con suavidad la mano, siempre con su expresión de felicidad y su amplia sonrisa le dijo; “Juan, ya esta, ese maligno tumor fue extirpado y como te anticipe vine para cuidarte para que todo salga bien, y asì es, estarás bien Juan”.
Pasado el tiempo, mi amigo cuenta que el quiso hablarle a la mujer para agradecerle, pero no sabe si fue porque no se despertaba aún totalmente o porque ya la mujer no estaba, pero aunque tenía toda la intención de expresarle su gratitud, su presencia y ayuda, no pudo hacerlo, pero está convencido que su visión fue real y no deja entonces de sostener que era su “Ángel de la Guarda”.
Pasado un tiempo de este episodio, los amigos de Juan que periódicamente nos acercamos para interesarnos por su estado, además de recibir información de sus propias palabras que confirman que sigue en franca mejoría, escuchamos su repetido relato sobre la presencia de aquella enigmática mujer que lo acompañó y repetidamente le expresó “Vine a cuidarte Juan, quédate tranquilo, todo saldrá bien.”
Texto: Eduardo Reyes, escritor y periodista de Viedma
Las Grutas – Río Negro