En el Fuerte Argentino anda el caballero Parsifal. Un  lugar de misterios. Un caballero templario

 

La vieja saga del caballero Parsifal está más vigente que nunca asociada al Fuerte Argentino, accidente geográfico cercano al balneario de Las Grutas.

Cuentan las viejas leyendas que en un viaje por mar, donde se cambiaron las constelaciones, Parsifal y sus caballero de la Orden del Temple llegaron al lugar donde hay una gran diferencia de mareas, para dar entrada y luego esconder en algún lugar ignoto de la meseta de Somuncurá los tesoros del Templo del Rey Salomón, entre ellos el sagrado cáliz en el cual el señor Jesús bebió el vino en la Ultima Cena. O sea el Santo Grial que tantos libros y películas ha inspirado, desde “El código de Da Vinci” y las series de Indiana Jones, pasando por libros  de investigación serios como “El misterio del Grial” de Julius Evola y René Guenón, entre otros.

El Fuerte Argentino es un  lugar de misterios y atractivos y hasta uno puede encontrarse con un caballero templario de época.Ahora bien, la pregunta importante ¿Es probable que el caballero Parsifal, inmortalizado en una obra de Richard Wagner sea inmortal y viva muy orondo en esos tiempos modernos, añorando un paso legendario?

El escritor de Las Grutas Doroteo Prieto en su ameno libro “Cuentos del Teo” dará su versión bajo el clásico título de “NON NOBIS, DOMINE, SED NOMINE TUO DA GLORIAM”.

Dice Teo: “Sobre la mesita que hay en la recepción descansa un folleto turístico con fotos de las Grutas. Mis ojos se solazan repasando siluetas femeninas tendidas al sol, niños barrenando las olas, rojizos atardeceres, la Segunda Bajada, Piedras Coloradas, el Sótano, la magia de las mareas…”

“Un shock indescriptible sacude mi cerebro; por las pupilas dilatadas me ingresa la imagen del Fuerte; la foto es como la imagen, “¡Muy fuerte!”. Vuelven a mí como en un sobrevuelo retazos de perdidas memorias, de ajados recuerdos, de vidas ya vividas y muertes repetidas….”

“Miro, y remiro el folleto; anduve por aquí, hace quizá mil años o algo así. Fui viento y fui estrellas, arena y soledad, enojo, silencio y carcajada, caricia y puñalada; la humanidad me llevó en sí como un ave maldita, como un sublime don, como un insigne costo y un pesado suplicio. Y yo llevé mi propia humanidad y la de oros…”

“Yo fui, estuve, muté, lloré y morí, sobreviví y volví, volví para vivir y otra vez morir, volví…”

“Aquella vez fue el asombro de los salvajes grandotes y sus lanzas con puntas de piedra rindiéndose estupefactos al acero de nuestras espadas. A ellos obligamos a construir unas inmensas dársenas de roca y tierra, construimos, construyeron, previendo nuevos ataques de nuestra flota”.

“Trajimos esa copa de luz, de vida, de deidad, de energía celestial, de sacrosanta magnificencia; yo mismo la escondí junto al bastón aquel y después nos extraviamos. Guardé de referencia las estrellas y su cruz en el cielo, las enormes mareas, la aridez, la sed y la certeza de aquellas increíbles vertientes de agua dulce brotando en plena bajamar… Reparamos, recuerdo, la nao en una de las dársenas del islote aquel”.

“Mis ojos sobrevuelan el golfo, el cielo igual de azul que hace mil años mira silencioso mientras una luna desteñida se aburre de tanta luz y yo insisto en mis recuerdos, miro y remiro ese islote aplastado que parece expulsado del mar, todo es aridez… He vuelto, pasó un milenio, todo está distinto, incluso yo que visto pantalón vaquero, remera y en mi nariz un “pears”… El islote es hoy un cerro o tal vez no lo es o quizá siempre fue cerro; las mareas enormes, la aridez, la sed, las vertientes de agua dulce brotando en bajamar y la Cruz, la vieja Cruz del Sur sigue estando en el cielo, aunque algo invertida; no estoy nada seguro pero las dársenas persisten (aunque algunos dudan de su factura) , insisto en mi recorrida, ahora a pié y en de ellas hallo un trozo de metal corroído, parece un clavo de mil años…”

“Y el viejo y fundamental latín vuelve a mí: “Non nobis. Domine, sed nomine tuo da gloriam” (“No a nosotros, Señor, sino a tu nombre sea dada la gloria”); vuelve a mí el lema bajo el cual dábamos la vida por defender los tesoros de la fe…”

El clavo corroído está en un bolsillo del pantalón, el pantalón en mis piernas y mis piernas descreídas y torpes me pasean, ahora, desganadas por el patio del Psiquiátrico. La enfermera gorda y pelirroja, con sonrisa de tedio y disgusto, me grita: ¡Miranda!; ¡Señor Miranda! ¡A su habitación que ya es horas de dormir! El nombre Miranda me suena familiar, pero me grito a mí mismo: “¡Parsifal, soy Parsifal!”

“¡Uh, ah, ¿y el clavo corroído? ¡No está!  ¡No está, no está!”

“¡Miranda, a dormir! Me grita el grito gordo de la rubia gorda… Pero soy Parsifal, ¡Qué Miranda ni Miranda…!

“A pesar de todo, me iré a dormir, tal vez cuando despierte y si la marea es propicia, mi nao leve anclas…”

Texto: Jorge Castañeda

Escritor – Valcheta

 

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