El poder de la piedra Bezoar, la más difundida y usada por machis y curanderos

 

Desde los orígenes de la humanidad el hombre ha recurrido al uso de amuletos o talismanes para protegerse de los trastornos de la naturaleza, para tener éxito en la caza y la recolección de alimentos, para el amor, para adquirir fuerza y, en fin, “para tener suerte”.

Y aquí, en la Patagonia, al Sur del Septentrión, no podía ser diferente: los pueblos preexistentes a la llegada del hombre blanco por esos secretos de la magia simpática, también los utilizaron y aún se siguen usando, porque nuca pasan de moda.

Recordamos a uno de los más famosos la célebre “piedra azul” del cacique Calfulcurá (eso significa su nombre), que el Toqui  jamás se separaba de ella y le daba suerte en sus luchas al frente de su Confederación de tacuaras. Se dice que actualmente se halla en la Comunidad de San Ignacio y que ningún hombre blanco la ha visto.

Ahora bien, la más difundida y usada por machis y curanderos es la “piedra bezoar”. Se cuenta que la China Tacuavé, con el noventa y nueve por ciento de sangre indígena, en las cuchillas entrerrianas, era muy prestigiada por sus curaciones. Algunas a base de la piedra “besar” o bezoar”, que se encuentra en el estómago de las vicuñas, guanacos y otros animales. Estos cálculos gástricos los usaba como contraveneno y también para curar el “daño”.

Agregaba a esto “aceite, cal y agua de espíritu”. Pero sus recetas garabateadas en un papel, pasaban a manos del boticario, quién las descifraba e interpretaba en forma de hacerla quedar bien”.

Se sabe que “en el año 1256, el rey de Castilla Alfonso X “El Sabio” manda a traducir al castellano las 400 páginas del antiguo grimorio mágico árabe Picatrix. Obra del alrededor del año 1000 que entre sus muchas indicaciones señalaba como preparar diversos talismanes en base a las piedras bezoares extraídas del tubo digestivo de ciertos animales, en especial de los mamíferos rumiantes”.

“Bajo este ambiente de superstición, su escasez y elevado precio las hicieron más cotizadas que el oro y las piedras preciosas. Se sabe que la reina Isabel I de Inglaterra ostentaba una particularmente bella que decoraba su corona”.

El padre Diego Rosales en su “Historia general del Reino de Chile” expresa que “crían muchos en el vientre piedras bezoares que fraguan de yerbas muy cordiales y expulsivas de todo veneno, las que adquieren una capa sobre otra con que toma cuerpo y grandeza”.

Por su parte, el célebre escritor y cronista Inca Garcilaso de la Vega (1604) en sus amenos “Comentarios reales de los Incas del Perú” escribe que “de todos estos animales bravos (venados, ciervos, corzos, gamos, vicuñas) sacan la preciosa piedra bezoar”.

En su maravillosa novela “Yo el Supremo” el gran escritor paraguayo Augusto Roa Bastos sostiene que el famoso dictador de su país el Doctor Gaspar Rodríguez de Francia poseía una que era su más preciado tesoro.

Dice de él: “No se ha separado de su piedra bezoar. La guarda escondida bajo el nicho del Señor de la Paciencia. Más poderosa que la imagen del Señor  Ensangrentado. Talismán. Grada. Plataforma. Último peldaño. El más resistente. La sostiene en el lugar de la constancia. Lugar donde ya no se precie ninguna clase de auxilio. La obsesión se fundamenta allí. La fe se apoya toda entera en sí misma. Qué es la fe sino creer en cosas de ninguna verosimilitud. Ver por espejo en obscuro”.

Como corolario, podemos decir que en la Región Sur y sus parajes son todavía muy apreciadas.

Nuestro poeta y amigo Ramón Minieri las glosó para siempre en su poema “Historia del bezoar”: “Al son urgente del ansioso corazón del venado, bajo la tensa tienda del diafragma en el vientre del venado, en el secreto jardín de pétalos sedosos rojos y azules de las entrañas, donde aletea como un viento momentáneo la sangre del venado, allí, sin embargo crece la gema imperturbable: el bezoar”.

Amuleto preciado de antiguo linaje, talismán para la buena suerte, medicina para los males del cuerpo y del espíritu, tótem protector del guerrero. Así, de generación en generación pasando sus virtudes.

 

Texto: Jorge Castañeda

Escritor – Valcheta (Río Negro)

 

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