“En un pueblo de Río Negro las clases sociales estaban divididas por una soguita”

 

Cuentan mis padres que en los bailes de antaño, en su pueblo, Ramos Mexía, en la Línea Sur de Río Negro, las clases sociales estaban divididas por una soguita que delimitaba el lugar de las mesas. Los hijos de los inmigrantes, “altos y blancos”, en este caso mi padre, hijo de libaneses, solían bailar de un lado, mientras que los descendientes de los “paisanos”, mi madre, lo hacían del otro.

 Mi papá burlaba la soga de un salto y venía a buscar a mamá. Allí fundaban el espacio propio, ese lugar de miradas y risas donde no entraba nadie más que ellos. Para la época y la región este amor no era bien visto. Por lo que un día, en una pequeña reunión de seres queridos, dijeron que esa misma noche se marcharían.

Cargaron sus cosas en la camioneta y se fueron para no volver más.

La luna de miel los acompañó por toda la Patagonia, hasta Ushuaia. Cruzaron el Estrecho furioso, visitaron barracas de lana, estancias, pueblos y playas desconocidos. Llegaron hasta donde se esconde el viento, donde dormita la lluvia.

Ya por estos lares, pensaron en Bariloche y frente al cruce de El Chocón, decidieron entrar a pasar la noche y se quedaron trece años. Allí nacimos mi hermano y yo.

Hace 50 años que están juntos, y lo cierto es que nunca se casaron. Aún hoy cuando les preguntan por qué no lo hicieron, responden que “todavía están probándose”.

Algunos años atrás, vinieron a verme a París. Recuerdo una tarde en que andábamos caminando y nos acercamos a un carrusel. De pronto, un vals sonó a puro acordeón. Juro que vi el amor. Estaba ahí. Otra vez bailando los dos.

Texto: Oscar Sarhan, Neuquén

 

 

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