Construida a principios del siglo pasado a metros del Canal Grande y por inmigrantes alemanes, hoy disfruta de una nueva plenitud tras la paciente restauración de sus nuevos dueños. El misterio, la historia y el apogeo de un lugar emblemático de la ciudad.
Escondida sobre el extremo Este de Roca y a metros del Canal Grande, una casa antigua de tonos verdes llama la atención de los visitantes con su porte señorial y su estado de conservación. Acompañada de álamos que resaltan su figura, que transmite la solidez de las cosas bien hechas, la que fuera una de las viviendas centrales de la historia de Roca es un pasadizo temporal a los primeros años de la ciudad.
Un halo de misterio rodea la construcción, levantada con todas las características de las viviendas alemanas y donde aún sobreviven pequeños elementos venidos del país europeo, allá por la Primera Guerra Mundial.
El temor a los fantasmas, una pregunta recurrente que sus actuales dueños se toman con humor, también colabora en hacer más atractiva su historia.
Sus actuales dueños, Eduardo Sptizmaul y Graciela Torres, junto a su hija Brenda y la mamá de Eduardo, Olga Inostroza, disfrutan de vivir en sus ambientes tranquilos y espaciosos, que poco a poco han ido restaurando y cuidan con entusiasmo.
A principios del siglo pasado
La casa tiene una rica historia que explica su construcción y se remonta a más de cien años atrás.
En 1910 Carlos Podlesch llegó desde Alemania a General Roca.
Traía de su país natal una sólida formación militar de origen prusiana y una gran capacidad de trabajo, que desplegó hasta el día de su muerte.
Sobre la calle que era en esos años una de las vías más importantes de comunicación con Cervantes, Mainqué y Regina, compró 58 hectáreas de tierra.
La formación que traía la trasladó a la casa que empezó a construir alrededor de 1920 y a sus actividades en aquel campo, ahora a la orilla del Canal Grande.
En Roca, se casó con Teresa Sptizmaul. La historia que conocen los familiares no aclara si llegaron juntos desde Alemania o se conocieron en Roca, pero todo indica que Carlos y Teresa ya eran novios antes de viajar desde Alemania.
En el lugar elegido en Roca construyeron la casa, planeada para durar muchos años y con las comodidades necesarias para no tener que ir hasta la ciudad durante semanas enteras.
A comienzos de la década del 20 llegaron a Roca Otto y Federico Sptizmaul, hermanos de Teresa. Ambos trabajaron en la chacra que de a poco crecía de la mano de las diversas actividades que encaraba Podlesch.
La primera fue plantar alfalfa y engordar y vender ganado que traía desde la zona de Zapala y Cutral Co. Los animales eran traídos arreándolos con caballos y montando campamentos a lo largo del camino.
A mediados del siglo pasado
Ernesto Sptizmaul nació en 1944 y ahora vive en Zapala, pero se crió en la chacra de su tía Teresa. Ernesto es tío de Eduardo, actual dueño de la tradicional casa.
Bioquímico e instalado en Neuquén después de trabajar en el hospital de Roca, Ernesto recordó que Carlos y Teresa no tuvieron hijos. Él y su hermano Carlos se convertirían con el paso del tiempo prácticamente en sus hijos adoptivos.
Recuerda con lujo de detalles los trabajos y la vida diaria en ese lugar durante su apogeo. Y entre esos recuerdos asoma el de la carpa que usaban en los campamentos para arrear ganado desde la cordillera, que describe como gigante, y que llegaron a usar años más tarde en la costa del río Negro.
Tras la etapa dedicada a la ganadería, Podlesch plantó 45 hectáreas de viñas en la chacra de Stefenelli. De a poco empezó a vinificar y en su mejor momento, según recuerda Ernesto, llegaron a producir 800.000 litros que eran distribuidos en bordalesas en la región o enviados a otras provincias desde al estación de trenes de Stefenelli.
La casa de los Podlesch estaba ahora rodeada por la bodega y un aserradero que proveía leña para la calefacción y madera para los toneles de vino. Además había una herrería, con fragua incluida, donde se reparan los arados que a veces se dañaban por las raíces de las viñas.
Según cuenta Ernesto, la bodega tenía un sistema eléctrico a combustión y baterías que permitía disfrutar en la casa de varias horas de electricidad durante la noche.
La muerte encontró a Carlos Podlesch, en 1952, en una sólida posición económica. Se había convertido en un hombre de consulta de la sociedad roquense. Por su casa aparecían los primeros autos de Roca, que eran mirados con ojos maravillados por Ernesto y su hermano Carlos. El propio Carlos tuvo un Chevrolet 38 que fue vendido en la década del 60.
Don Carlos falleció de tuberculosis, seguramente, afirma Ernesto, desarrollada en aquellos viajes trayendo ganado desde la cordillera a la zona.
Su esposa Teresa junto al padre de Ernesto continuaron con los trabajos de la chacra.
Pero de a poco, la actividad empezó a languidecer. El apogeo había pasado. Ernesto volvió en la década del 70 a Roca luego de estudiar en Buenos Aires. Estuvo unos años y partió hacia Zapala. La vida en el lugar siguió, pero la chacra cada vez tenía menos vida. La bodega, con la llegada de los vinos varietales, también dejó de a poco de producir.
Teresa murió a los 93 años. Hasta sus ultimas semanas estuvo activa y una fractura de cadera desencadenó su fallecimiento. La chacra quedó en manos de Ernesto y Carlos Sptizmaul. De a poco la propiedad fue fraccionada y las partes se fueron vendiendo. Carlos quedó con seis hectáreas y la parte de la bodega. Se dedicó a criar animales. La bodega, derruida, aún conserva parte de su pasado de esplendor.
En la actualidad
“Por sentimiento, mi tío Ernesto no quería vender. Pero qué mejor que un sobrino pudiese quedarse con la casa. Ellos (Ernesto y su esposa) siempre tratan de venir desde Zapala”, explica Eduardo.
La principal exigencia de Ernesto para venderle la vivienda al matrimonio de Ernesto y Graciela fue que trataran de mantener lo mejor posible aquella casa que marcó su infancia.
Y el matrimonio lo ha respetado al punto de volver a hacer brillar nuevamente la vivienda que habitaron Carlos y Teresa hace ya un siglo atrás.
“Estoy chocho”, han respetado mucho el estado original, afirma Ernesto ahora.
“En el entretecho de la casa de dejaban zapallos, cebollas y papas para mantenerlos durante el invierno. Doña Teresa nos mandaba a buscar alguna de estas cosas para cocinar. Era una forma de mantener las verduras”, Ernesto Sptizmaul, ex dueño de la casa.
“Los primeros días fueron lindos. El día que compramos llegamos y nos quedamos. Fue raro también”, recuerda Ernesto sobre su mudanza a la casa, hace ya seis años.
Brenda, uno de los hijos de la pareja, fue la que les demostró que el lugar era perfecto para todos. Con alrededor de diez años cuando compraron la casa, solía perderse entre las habitaciones y sus padres solían encontrarla leyendo tranquilamente sin temor a ningún tipo de fantasma.
Con el tiempo “nos fuimos enterando que antes, como no había casas fúnebres, los velatorios se hacían en las casas y acá se hicieron varios, en el comedor”, explica Ernesto, bajo la atenta mirada de Graciela.
“Nos gusta el comedor chico que tiene. Conservamos pisos y muebles. La gente viene y le gusta verlo. Es nuestro comedor diario”, señala Eduardo junto a Graciela, definitivamente a gusto en esa casa de 100 años llena de historias familiar.
Dos generaciones y el disfrute del canal
“Con mi hija Brenda usamos el Canal Grande como pileta de natación”, afirma Eduardo Sptizmaul mientras mira el caudal de agua que pasa frente a su casa.
Como muchos de los que viven al costado del canal, tienen una cámara de camión que los trae plácidamente con la corriente a favor. “Nos tiramos y venimos flotando”, dice el actual dueño de la Casa Podlesch.
Graciela Torres celebra cómo el riego despierta a la chacra cada año: “Nos da vida. Revive todo cuando comienza. Nos ponemos felices cada vez que se larga el agua”.
Ernesto Sptizmaul, antiguo dueño de la casa y sobrino de sus primeros propietarios originales, rememora sus tiempos de niño, cuando pasaban limpiando y se ponían con su hermano Carlos a “jugar con el barro”. También recuerda a los tomeros, que siempre pasaban por la casa y se los trataba con cariño. “Especialmente uno de apellido García”, destaca.
Foto interior: Sus actuales dueños, Eduardo Sptizmaul y Graciela Torres, junto a su hija Brenda y la mamá de Eduardo, Olga Inostroza.
Texto: Néstor Pérez, diario RÍO NEGRO
Foto: Emiliana Cantera
Título original de la nota: La casa testigo de la historia