Los culebrones de la nostalgia. Rolando Rivas y Nené Cascallar con todo el elenco

 

Para nuestras madres, primero estaban aquellas atrapantes revistas de amor con fotografías de actrices y actores, en blanco y negro, que versaban sobre historias de amor, que siempre tenían un final feliz, que terminaba generalmente en una boda. Entre las que recuerdo puedo citar al “Nocturno” e “Idilio”. Claro, era otra época, sin televisión y mediante esas lecturas se podía viajar a un mundo de fantasía, donde todos los sueños se podían cumplir.

Y ya para las más lectoras los muy difundidos libros de la escritora española “Corín Tellado”, con alma de folletines, de lectura rápida y que solían aparecer en forma semanal, si mal no recuerdo, estando presentes en casi todos los kioscos. Por supuesto que para nosotros los varones estaba su opuesto: las impagables aventuras de “cowboy” del también prolífico Marcial Lafuente Estefanía, precursores ambos de las ediciones de bolsillo, propicias para leer en trenes y colectivos.

Pero sin duda que con el advenimiento de la televisión cambiaron las costumbres, pero los gustos femeninos siguieron siendo lo mismo. Imitando a los melosos radioteatros de la época nacen los primeros programas románticos en forma de “culebrones” destinados especialmente para el público femenino pero que atrapaban a toda la familia por igual y que después eran el comentario obligado en todas partes.

Creo que la magia -lo decía uno de los más exitosos autores don Alberto Migre- estaba en dejar la historia de cada día en suspenso en un momento crucial de la misma hasta la emisión del día siguiente en que la historia continuaba.

Su formato de folletín fue llevado a la gran literatura por el gran escritor Manuel Puig con sus “Boquitas pintadas”.

Historias de amor y de desamor por supuesto que hubo siempre, como otras de aventuras, de viajes, biografías y otros géneros. Es que todos necesitamos a veces identificarnos con alguna situación que nos alivie de alguna manera de los avatares que trae consigo la vida cotidiana.

Lo más llamativo de estas series televisivas es que algunas de ellas supieron dejar una profunda impronta que perdura hasta nuestros días y cuyos personajes se fueron incorporando a nuestra memoria.

Algunas, como antes, por ejemplo Los “Pérez García”, solían atrapar al televidente de tal manera que a la hora (a la tarde) se paralizaba toda actividad y más si los episodios estaban por terminar. Se conjeturaba sobre cuál sería el final y la suerte de cada personaje.

La más influyente y recordada ha sido sin duda “Rolando Rivas taxista” del ya citado Alberto Migré  con Claudio García Satur y Soledad Silveyra como protagonistas principales, que los encasilló en sus memorables papeles, donde Satur encarna y da vida a uno de los trabajadores emblemáticos de nuestro país: los taxista, con sus “tachos” pintados de negro y amarillo.

Por su parte, la señora Nené Cascallar (su nombre real era Alicia Inés Botto) supo marcar toda una época dorada del teleteatro argentino con la serie “El amor tiene cara de mujer” que ocho años consecutivos en el aire, una verdadera proeza.

A raíz de haber sufrido de poliomielitis desde los cinco años  vivió postrada en una silla de ruedas. Dejó también “Cuatro hombres para Eva”, “Propiedad Horizontal” y tantos otros éxitos. Es bueno destacar que a raíz de haber estudiado Filosofía y Letras tenía una sólida formación académica.

Y aquí una digresión risueña que sirve para destacar la repercusión popular que supo alcanzar: Mi padre tenía una motoneta descompuesta y la llevo a arreglar con un mecánico amigo. Luego de tenerla varios días se la entregó con la particularidad de haber “desarreglado” la manija de los cambios, dado que le puso primera donde estaba la marcha atrás y le dijo a mi padre que “tenía un problema de novela” y como contestación mi padre le dijo que “seguramente estaba Nené Cascallar con todo su elenco”.

Solamente la intención de esta nota ha sido recordar a dos más emblemáticos y quedan muchos, pero muchos en el tintero que hicieron historia.

Para finalizar, otra anécdota risueña: a un querido vecino y amigo que tenía la cara con un tono algo lívido le había apodado Rosa de lejos”. ¿Por qué? Porque de cerca es violeta.

Texto: Jorge Castañeda

Escritor – Valcheta

 

 

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