Leyendas rionegrinas que meten miedo. El diabólico Chonchón, el cuero uñudo…

 

El investigador Félix Coluccio, con respecto a la fauna del terror en nuestro folklore, escribió que “cada uno de estos míticos seres aparece arteramente en los poblados y en los caminos, en lo espeso del monte y de los ríos, en los lagos y lagunas, en el mar y en la selva, en las calles desoladas y en los cementerios. Por lo común atacan de noche, algunos con luna llena,  cuando los sorprendidos tiemblan ante las sombras inasibles, silenciosas y fugitivas que por sí solas presagian el llanto y la muerte”.

“Estos engendros demoníacos –prosigue Coluccio- son crueles, sanguinarios, no retroceden ante nada ni nadie y son ciegos en su furia. Todos ellos integran la legión de criaturas creadas por la superstición popular y presentan individualmente una fuerza tan poderosa y maligna que el hombre no puede vencer”.

La región patagónica es prolífica en estas leyendas infernales, desde el mismísimo Gualicho, pasando por la temible piedra rodadora de la meseta o el feroz cuero del agua, fenómenos estudiados y cuyos relatos amedrentan las “contadas” en los fogones.

El Trelquehuecuve “es un fabuloso monstruo concebido como un pulpo cuyos brazos rematan en afiladas uñas y vive en las aguas de ríos y lagunas acechando a sus víctimas, animales y humanos, a quienes envuelve en un abrazo letal”. En la Región sur de Río Negro se lo conoce como “el cuero uñudo”.

Otro engendro fantástico es el Camahueto. Al respecto de él dice Vidal Gormaz: “Los supersticiosos, que son algunos, hablaban impresionados de éste animal, que se come a la gente y tiene el singular poder de variar el tiempo a su antojo y de hacer llover o tronar como mejor le cuadre, para intimidar a los osados que intentan llegar al lugar de su reposo”.

Según Vicuña Cifuentes “el Chonchón es un animal mítico que tiene la figura de una cabeza humana: las orejas, que son extremadamente grandes le sirven de alas para volar en las noches oscuras. Chonchones son brujos, tal vez, si se quiere, de una especie particular, pero que están dotados del mismo poder que el que la gente atribuye a los individuos que considera “brujos”. Es muy peligroso molestarlos, y a este respecto se cuentan innumerables consejos”.

Don Elías Chucair, prestigioso escritor rionegrino, supo rescatar en sus libros muchos sucedidos con estos seres míticos y temidos.

Uno de sus relatos más conocidos se basa en un hecho real que si se lo lee de noche impresiona y amedrenta. Su protagonista don Antinao, es presa de los terribles “anchimallenes”.

Cuenta Elías que “Desde hacía mucho tiempo, la gente de Colitoro, lo venía mirando con cierto recelo al viejo Antinao. Alguien echó a correr la noticia que el hombre tenía “brujos”, y eso fue suficiente”.

“Entonces, aquellos que creían en el Gualicho, posiciones del ñanco, el trauco, y otros elementos de la mitología de los mapuches, comenzaron a temerle y a observarlo como un bicho raro”.

“No faltó quién dijera más de una vez, que el viejo Antinao tenía miedo de quedarse solo, porque de noche llegaban a su rancho ciertos espíritus extraños que lo perturbaban”.

El relato de Chucair finaliza narrando que Antinao había tenido la visita de unas luces que le anunciaron que al otro día se moriría. Los que al otro día lo fueron a buscar “simultáneamente se vieron sorprendidos ante la aparición de dos pequeñas luces o fuegos que se movían verticalmente entre los matorrales, a no más de cincuenta metros del sitio donde estaban acampando”.

“Los caballos, bufando y reculando, hicieron cimbrar las sogas que los tenían atados y los perros se enfurecieron ladrando…”

“Los hombres, sin decir palabras, se entendieron solamente con la mirada y se marcharon hacia el lugar de la aparición…El orgullo de ambos no les permitía claudicar, ni ensayar pretextos, no se podía retroceder…”

“A medida que avanzaban, las luces se iban alejando y perdiendo su intensidad hasta desaparecer totalmente”.

“Cuando llegaron al sitio preciso donde las vieron en el primer momento, encontraron apoyado contra el barranco que miraba hacia el naciente el cuerpo sin vida del viejo Antinao”.

“La luna se asomaba enorme en el filo del horizonte y amagaban encenderse las primeras estrellas. Momentos después desde lo alto del cielo, con lumbre velaban al muerto”.

“Los seres sobrenaturales –escribe Coluccio- que participan en los relatos transmitidos por nuestros campesinos son algunas veces crueles, despiadados. Pero también los hay inofensivos, incapaces de hacer daño, a pesar de que los personajes estén siempre rodeados de misterios y sean habitantes de las noches profundas o –por lo menos- de la soledad de las siestas, en especial las calurosas del verano”.

¿Quién no oyó contar sucedidos sobre las luces malas, la huella de la “rodadora”, la “dama de blanco” de Pailemán, la Salamanca de Bernabé Lucero, el anatema del Bajo del Gualicho o los anchimallenes de Antinao?

Con preferencia, el habitante que vive en medios rurales, está siempre a la espera de lo que escapa a sus sentidos, de lo que puede aprehender con su imaginación para hacer un mundo distinto al que conoce o para explicar misterios que vienen de lejos.

Texto: Jorge Castañeda

Escritor – Valcheta (Río Negro)

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