“Muchas veces se habla de científicos y científicas, pero de ingeniería específicamente muy poco. Entonces se nos ocurrió llegar a las universidades desde una propuesta que reconozca el trabajo, porque la formación argentina en este ámbito es realmente muy buena”. Verónica Garea, miembro del directorio y presidenta de la Fundación de INVAP, empresa rionegrina referente en proyectos tecnológicos a nivel mundial.
El concurso premió a las tres mejores tesis de ingeniería del país. La ocasión fue el 47° aniversario de esta sociedad estatal rionegrina que conecta la investigación básica con la industria en las áreas de tecnología nuclear, aeroespacial, seguridad, ambiente y medicina y que se conecta con la CNEA (Comisión Nacional de Energía Atómica) y el Instituto Balseiro, en San Carlos de Bariloche.
Se presentaron 139 tesis de instituciones públicas y privadas de 16 provincias. Sólo 3 de cada 10 participantes fueron mujeres, aunque de los 3 ganadores ellas fueron mayoría: Natalia Díaz y Afra Fernández Zuvich lo hicieron en las categorías grado y doctorado, mientras que Sebastián Calvera López, ingeniero mecánico del Instituto Balseiro, ganó con la Mejor Tesis de Maestría.
“Las mujeres tenemos la tendencia de no presentarnos a estas cosas porque siempre nos parece que nuestro trabajo no es lo suficientemente bueno, el famoso síndrome del impostor. Así que saber que el 28% eran tesis presentadas por mujeres es un muy buen dato”, dice Garea.
El resultado reivindicó a la minoría. Si bien ellas son cada vez más, según datos del Ministerio de Educación de la Nación, las mujeres son el 28% del total de egresados de la carrera de ingeniería. Pero ellas crecen en la cantidad de estudiantes: en 2011 representaban el 21% y el año pasado ya llegaron al 29%.
“Podrías seguir ingeniería…”
A Natalia Díaz siempre le gustó estudiar. Desde muy chica soñaba con ser maestra, no se imaginaba otra cosa hasta que escuchó una palabra que le cambió la vida: ingeniería. “Vos podrías seguir la carrera de ingeniería”, fue la frase de Carina, la profesora de matemática de primer año de la secundaria, la escuela Sagrada Familia de Trujui, en Moreno.
Su mamá trabajaba en el servicio doméstico. El papá era electricista y panadero.
Ingeniería. La sonoridad de la nueva palabra le quedó picando por el resto de la secundaria. La buscó, porque ¿de qué trabaja un ingeniero? “La profe también me decía que apuntara alto, que no me conformara, que podía ir más allá de lo que pensaba o creía, que me animara, que fuera por todo. Me marcó y me alentó muchísimo”, recuerda Natalia. Ese fue apenas el principio de una carrera brillante en la Universidad Nacional de Moreno, marcada por el esfuerzo.
Fue una de las ganadoras del concurso del INVAP con su trabajo “Automatización de interferómetro tipo Twyman-Green NLP-TESA”, un desarrollo que acelera el proceso de calibración y mejora la precisión de las mediciones. La disciplina se llama metrología.
“Es extraño poner feliz y causar efecto en tanta gente sin esperarlo. Además de mis padres, desde mis vecinos hasta mi profesora y los directivos de la escuela. Muchos de la universidad. Para los de Moreno resulta muy significativo que una chica de acá haya podido estudiar y le hayan dado un reconocimiento, es una gran motivación. Haberme podido recibir ya es una hazaña. Es difícil, insume muchísimo tiempo, pero se puede”.
Trabajar y estudiar full time
Natalia cuidaba a su hermana menor y trabajó durante toda la carrera: vendía planes de financiación de propiedades, hacía guardias inmobiliarias. “Fue todo un sacrificio. Trabajaba para comprarme la calculadora o la computadora porque necesitaba usar ciertos programas. Lo que ganaba también lo destinaba a sacar fotocopias, pagar los viajes y comer algo en el recreo. Además, recibía la beca Progresar”, rememora.
La UBA ni siquiera había estado entre las posibilidades para ella. “No solamente el boleto del transporte es bastante más caro cuando vivís lejos. Muchas veces tenés que almorzar ahí, porque hay cursadas entre horas. Más el material de estudio, los libros. Es un montón de tiempo y dinero. Mis padres no podían”.
“Me anoté en electrónica porque es la única ingeniería que hay en Moreno, quería probar, ver si me gustaba, si me sentía cómoda. También me daba un poco de miedo eso de estudiar ‘una carrera que era para hombres’ y me preguntaba ¿por qué solo para hombres? Por algo será” – sospechaba-. Hubo varias materias en las que fui la única mujer, sobre todo en la especialización. Es importante que las chicas se animen, porque la ingeniería es hermosa y súper creativa”.
Hoy trabaja en el INTI y es docente universitaria. Sigue viviendo en Moreno y con su novio Emanuel, a quien le falta casi nada para recibirse también de ingeniero, comparten la misma pasión y ahora están armando su propio laboratorio en la casa en la que conviven.
Con 25 años, Natalia se convirtió en una fuente de inspiración para su propia familia. Su mamá, Laura (46), acaba de terminar el secundario en paralelo a su trabajo de siempre. Y se anotó en la carrera de Biotecnología, en la Universidad de Moreno.
Otra ganadora: Afra Fernández Zuvich
La historia de Afra está marcada por algo tan profundo, intenso y personal como perseguir un sueño. Tanto insistió y persistió, aunque las circunstancias hayan intentado correrla del camino en más de una oportunidad, que un día lo logró. Y con creces.
Llegó a lo más alto de su carrera cuando terminó su doctorado en Ciencias de la Ingeniería por el Instituto Balseiro, hace muy poco, y el día en que le llegó una notificación: su tesis había ganado y se había convertido en “la Mejor”, luego de haber sido evaluada por un jurado de expertos convocados por INVAP.
Su investigación y desarrollo pone el foco en un tema fundamental para la crisis climática que hoy se vive a nivel global: el proceso de transición energética, donde la energía nuclear resulta indispensable para la diversificación y combinación de tecnologías con bajas emisiones de carbono.
Es cordobesa, tiene 45 años y además del título de doctora, tiene el de ingeniera Química más la especialización en Reactores nucleares y su ciclo de combustible. También es técnica superior en Industrias Alimentarias y casi licenciada en Biotecnología (completó hasta tercer año), además de contar con varios cursos de posgrado, publicaciones científicas, participaciones en congresos y una patente (vinculada a su desarrollo de tesis doctoral). También es docente. Vive en Bariloche, está casada, tiene tres hijos y una energía arrolladora. No deja de sonreír y agradecer.
La trayectoria de Afra está marcada por las mujeres de su familia y se remonta a sus abuelas y tías abuelas.
“Mi bisabuelo era el médico del pueblo Ballesteros, en Córdoba. Tuvo seis hijas mujeres y las hizo estudiar a todas. Todas eran profesionales, mi abuela era farmacéutica y sus hermanas se dedicaron a la bioquímica, la escribanía y la docencia. En mi familia no existía el mandato de la época de quedarse en casa para cuidar a los chicos. De hecho, dos de mis tías abuelas decidieron no tener hijos y eso jamás se cuestionó”, cuenta.
“La mujer puede tener hijos o no, casarse o no, estudiar, trabajar para tener su sustento económico, su independencia y poder decidir”. Afra dice que tuvo que superar discriminaciones, y que en el ámbito de la ingeniería, ciencia y tecnología los varones son mayoría. “Te das cuenta cómo ellos tienen su mundo, arman y se reparten todo entre ellos”.
Afra se mudó a Bariloche con la beca del CNEA (Comisión Nacional de Energía Atómica) hace más de 10 años. Al principio le costó un poco, hasta que en 2017 coincidió con Arturo Bevilaqua, su director de tesis y compañero de trabajo.
Hubo match inmediato. El doctor Bevilaqua, ingeniero Químico y Nuclear, recién volvía de Europa a Bariloche para terminar su carrera y jubilarse, por eso “quería profesionales para poder dejarles todo lo aprendido en su vida laboral”, le dijo a Afra.
Juntos desarrollaron un método de síntesis nuevo con el que se puede fabricar combustibles nucleares.
Con la ayuda del Conicet, obtuvieron la patente en tiempo récord y hasta tuvieron interesados para comprar el proceso, como la compañía Westinghouse, la primera productora de combustibles nucleares del mundo.
“Elaboramos seis informes técnicos para adaptar este proceso a las condiciones de la empresa. Pero todo quedó frenado en el proceso burocrático argentino. Es una pena porque la patente, aunque nosotros somos los autores, está a nombre de la CNEA y el Conicet y es en estos organismos donde hubiese entrado el dinero.”
Texto: diario CLARÍN
Título original de la nota: Cada vez más mujeres ingenieras: quiénes son las egresadas que rompen el molde