Las lavanderas nocturnas. Uno de los oficios más dignos y necesarios

 

El oficio de lavandera es uno de los más dignos y necesarios, sobre todo en épocas pretéritas cuando todavía no existían los electrodomésticos que cambiaron la vida a obreras y amas de casa.

Seguramente que todo recordamos los piletones y las tablas de lavar que usaron nuestras abuelas y en mi caso personal la buena de mi madre, tan glosadas con mucha nostalgia en las letras de tango.

Se cuenta que generalmente en la naciente ciudad de Buenos Aires eran las morenas quienes se dedicaban a esa tarea en la orilla del ya llamado “río de la plata”. Entre otros. “La lavandera” del genial Prilidiano Pueyrredón.

La escritora George Sand rescata en un texto de delicada prosa la truculenta leyenda de las lavanderas nocturnas:

Un fragmento de la misma dice: “He aquí, en mi opinión, la más siniestra de las visiones del miedo. Es también la más difundida, pues creo que se encuentra en todos los países.

En torno a las charcas estancadas y a los manantiales límpidos; en los brezales como a orillas de las fuentes umbrías; en los caminos hundidos bajo los viejos sauces como en la llanura abrasada por el sol, durante la noche se oye la paleta precipitada y el chapoteo furioso de las lavanderas fantásticas. En determinadas provincias se cree que evocan la lluvia y atraen la tormenta al hacer volar hasta las nubes, con su ágil paleta, el agua de las fuentes y los pantanos. Pero aquí hay una confusión. La evocación de las tormentas es monopolio de los brujos conocidos como “conductores de nubes”. Las auténticas lavanderas son las almas de las madres infanticidas. Golpean y retuercen incesantemente un objeto que se asemeja a ropa mojada pero que, visto de cerca, no es sino el cadáver de un niño. Cada una tiene el suyo o los suyos, si ha sido varias veces criminal. Hay que evitar observarlas o molestarlas; porque, aunque tuviera seis pies de alto y músculos en proporción, lo agarrarían, lo golpearían en el agua y lo retorcerían no más ni menos que como un par de medias”.

Dejando de lado el relato truculento de la célebre escritora francesa (tuvo un amor apasionado con el músico Federico Chopin, Pablo Neruda, poeta mayor de Chile y del mundo, dejó una maravillosa a una lavandera nocturna.

“Desde el jardín, en lo alto, / miré la lavandera. / Era de noche. / Lavaba, fregaba, / sacudía, / un segundo sus manos/ brillaban en la espuma, / luego / caían en la sombra. / Desde arriba / a la luz de la vela / era en la noche la única / viviente, / lo único que vivía: / aquello / sacudiéndose / en la espuma, / los brazos en la ropa, / el movimiento, / la incansable energía: / va y viene / el movimiento, / cayendo y levantándose / con precisión celeste, / van y vienen / las manos sumergidas, / las manos, viejas manos / que lavan en la noche, / hasta tarde, en la noche / que lavan / ropa ajena, / que sacan en el agua / la huella / del trabajo, / la mancha / de los cuerpos, / el recuerdo impregnado / de los pies que anduvieron, / las camisas / cansadas, / los calzones / marchitos, / lava / y lava, / de noche.   La nocturna / lavandera / a veces / levantaba / la cabeza / y ardían en su pelo / las estrellas / porque / la sombra / confundía / su cabeza / y era la noche, el cielo / de la noche / la cabellera / de la lavandera, / y su vida / un astro / diminuto / que encendía / sus manos / que alzaban / y movían / la ropa, / subiendo / y descendiendo, / enarbolando / el aire, el agua, / el jabón vivo, / la magnética espuma.  Yo no oía / no oía / el susurro / de la ropa en sus manos. / Mis ojos / en la noche / la miraban / sola / como un planeta. / Ardía / la nocturna / lavandera, / lavando, / restregando / la ropa, / trabajando / en el frío, / en la dureza, / lavando en el silencio / nocturno del invierno, / lava y lava / la pobre lavandera”.

Texto: Jorge Castañeda

Escritor – Valcheta (Río Negro)

 

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