Este texto del escritor Roberto Arlt forma parte de unas extrañas aguafuertes patagónicas que escribió durante el año 1934, como cronista del diario El Mundo. No es fácil de encontrar, por eso deseamos compartir con ustedes esta joya de la literatura.
Siguiendo el curso del río Limay se llega hasta la legendaria cuenca del Lago Traful, que fue, en un pasado no muy remoto, el lugar de reunión de las tribus indígenas, especie de congreso al aire libre. El nombre “Traful” significa “lugar de reunión” en su idioma, ya casi desaparecido.
Me propongo descubrir para mis lectores porteños este “palacio de oro” primitivo que se me antoja algo cósmico, como cuadra al marco de las primitivas Conferencias de la Paz o de la Guerra. Y ustedes dirán si estuve errado.
En un sólido auto de muchos caballos de fuerza capaz de subir una cuesta apuntalada contra la luna, salgo por el camino que conduce al Valle Encantado, un tanto escéptico porque ese nombre me predispone mal.
A dos leguas de Nahuel Huapi, el camino sube a una altura que produce vértigo, sobre el borde de un anfiteatro de montañas, en cuyo fondo, entre las islas verdes, serpentea el río. Los tonos de color del agua oscilan entre el azul marino pasando por los verdes de sulfato de cobre y los atornasolados del cuello de las palomas. Todos los tintes del acero al templarse se suceden en la superficie de la rápida y rizada sábana de agua. Repuesto del vértigo, sigo la pendiente del camino.
Una legua más allá, tropiezo con el As de Basto, una columna de piedra de sesenta metros de altura, recta, trabajada así por la naturaleza, cuyo terminal una nariguda cabeza de lansquenete con gorra de piedra. El camino alto, tortuoso, estrecho, de manera que el automóvil camina siempre a pocos centímetros del abismo, paraliza de terror, en ciertos momentos, el corazón del visitante, que se olvida del paisaje para pensar en una espantable caída.
Pero uno no se olvida de que puede rodar desde la tremenda altura al fondo del torrente, mitad verde como un sauce y azul hacia la base de piedra de la montaña, al contemplar el panorama inédito de aquel lugar.
¿Qué es lo que usted quiere imaginar?
¿Qué es lo que quiere imaginar usted, en estos círculos formados por conos de piedra lisa, recubiertos de un tapiz verde y filas largas de pinos y cipreses, entre los cuales, aislados, se yerguen monumentos de piedra volcánica que revisten formas más fantásticas que pudiera crear la imaginación?
Estos cerros están casi todos rematados por castillos medioevales, fortalezas del siglo diez, deformes y espantables, con poternas que son negros agujeros, almenas a las cuales asoman la cabeza tremebundos encapuchados de granito, puentes levadizos bloqueados por canónicos árboles verdes que dejan ver en la celeste porcelana del cielo, el recortado fondo de betún de un maravilloso país embrujo.
¿Qué es lo que quiere soñar o imaginar usted, señor, en el Valle Encantado?
No se quede corto ni tema en pedir. Todo es posible allí.
Nos encontramos en el país del Gran Brujo Negro. O del Dueño de la Vida y de la Muerte. O del Señor de los Encantamientos.
¿Qué es lo que quiere soñar?
Que la bruja de nariz de garfio y mentón de martillo robó a la princesa y la condujo, auxiliada por unos enanos negros y unos perros petrificados, a la corte del Rey de los Señores del Dragón. Pues su sueño no tiene nada de absurdo. Esta allí, dibujado, calado por el viento y el rayo en el Valle Encantado.
¿No le agrada esto, sino ver los encalonamientos de estatuas, un ejército que acorrala en un rincón del valle una manada de elefantes y búfalos auxiliados por formidables perdigueros? Es tan real como lo anterior.
Débil es la vista y la memoria para retener aparejadas ala mente tal diversidad de sucesivas maravillas. Ya es una columna fálica, que levanta a los cielos su simbología primitiva glorificadora del mundo que nace, ya un encapuchado siniestro cuya cabeza de lobo y buey recuerda los encantamientos de las magas perversas de Las mil y una noches. El paisaje es por momentos infructuosamente lunar y extraterrestre como el que se ve a través del cristal de un telescopio. Luego, uno tiene la sensación de que está viviendo y no soñando. Entonces se dice: He salido de la tierra; esta zona no pertenece ya a la geografía de la República Argentina.
Doce kilómetros tiene el Valle Encantado. Serpentea, pero jamás se aminora. Hacia donde uno vuelve la vista, la admiración necesita volcarse en adjetivos. Y todo allí es substancial. Posible. Se comprende la magia y el origen de las leyendas y de las mitologías. La piedra pasa por todos los tonos de iris, se descubren titanes de lava anaranjada, brujas de cartón piedra, podencos de hulla, buzos revestidos de una monumental escafandra, verdosos y grises de algas marinas.
Si no, son series de monumentos megalíticos, bastos de piedra clavados en el suelo como los menhires de la Bretaña, pero agujereados tan copiosamente que se cree estar en presencia de termiteras monstruosas, mientras el agua rápidamente se desliza entre los árboles que dan margaritas de gruesos pétalos de color lila y arbustos y yerbas cuyo tallo solitario y erecto parece guardar embutidas en la vaina transparente, semillas de azafrán.
Doce kilómetros maravillosos; se cierran los ojos para reposar la vista y el entendimiento; pero cuando se abren, nuevamente se tropiezan con crestados domos de piedra, catedrales cuyas agujas se han derretido, castillejos empinados, feroces, con murallas a cuyos pies asoman la cabeza dragones de piedra pómez y cocodrilos de pizarra, mientras arriba en los parapetos, geniales jorobados de piedra asoman la cabeza con un bonete…
En el Valle Encantado usted puede soñar lo que quiere. Cuando mire en redor, descubrirá que su imaginación es pobre junto a las historias mágicas que el tiempo ha cristalizado en la roca.
(El Mundo, 19 de enero de 1934)
Extraído de Roberto Arlt; El valle encantado de Traful en “En el país del viento. Viaje a la Patagonia (1934)”; Ed Simurg, Bs. As., 1997
Texto de esta nota difundido por Patagonia-argentina.com
Nota de redacción: Valle Encantado está ubicado a 62 km de la ciudad de Bariloche