El gaucho de la llanura pampeana no ensilla yeguas y viste de negro

 

En una de las interesantes y jugosas charlas que pude tener años atrás con Don Atahualpa Yupanqui, refiriendo al paisano de nuestro campo, sostuvo que mucho tiene del andaluz español y aseguró: “Entre otras cosas, por ejemplo, vestir de negro y no montar en yeguas”.

Si bien no he conseguido una terminante razón sobre esa posición, he escuchado algunas consideraciones o relación que se atribuye al gran artista plástico Rodolfo Ramos que afirma haber escuchado de paisanos de nuestras pampas: “El hombre que anda en yegua no sirve para testigo”.

En mis andanzas de niño y muchacho por los campos de los alrededores de mi pueblo, Coronel Dorrego, pude observar que las yeguas eran destinadas a otras tareas, como por ejemplo arriar las lecheras para el encierro nocturno, tirar del rastrín en la juntada de bolsas del rastrojo durante las cosechas, cumplir su tarea de cinchar desde las varas del sulky u otro carruaje, la dura y pesada labor de pisar el barro, si había hornos de ladrillo o la destacada función de “madrina” en las tropillas.

Retornando a las informaciones que sobre este tema vienen de España, el destacado escritor e investigador Don Máximo Aguirre explica que en la Edad Media los nobles al cumplir la mayoría de edad eran ordenados caballeros y entonces se les permitía montar a caballo.

Claro que debían hacerlo con ciertas e inapelables condiciones, ya que el montado tenía que ser macho y entero, posibilidad esta que se le negaba a la “plebe” quienes solo podían montar en yegua.

Debo hacer una salvedad respecto a las ocasiones en que entran en juego “las yeguas” y en este caso tengo que remontarme a mi etapa juvenil época en la que en Dorrego y la región, estaba muy arraigada la práctica del hipismo y prácticamente todos los fines de semana había actividad o carreras cuadreras.

Recuerdo que en el pueblo sobresalían varias yeguas que contaban con las preferencias de los amantes de la actividad, y entre ellas “la Sombra”, propiedad de Don José “Pepe” Nondedeu, ganadora de una seguidilla de carreras en el pueblo y la zona, que le dio un prestigio y notoriedad, que excedía el ámbito local. Obviamente, entre quienes defienden el tradicionalismo en toda su expresión, tienen profundas diferencias conceptuales.

Unos no admiten montar caballos que estén castrados, al asegurar que ello es lo mismo que montar en yegua, por lo tanto sostienen que el animal tiene que estar entero.

Otros sostienen que no se debe ser tan drástico en la aplicación del concepto, ya que, esa posición data del Siglo XV entre la Nobleza Ibérica que los hacía considerar deshonroso montar en yegua, por lo tanto consideran que se trata de una vieja costumbre española que ha perdurado en el tiempo.

Quienes respetan tal postura son principalmente los gauchos o paisanos de la llanura pampeana, ya que en otras regiones del país no se tiene en cuenta ni se considera esa diferenciación.

Cuando se habla o discute sobre el tema, quienes defienden la postura de no montar en yegua, recurren a trabajos literarios que los hay muchos, donde se hace referencia a esta cuestión.

Aparece entonces la cita a la obra “La tierra de todos” de Guillermo House, cuando en la conversación de dos paisanos, uno se refiere a la expresión de alguien que afirma; “vido usté alguna vez un gaucho que muente yegua?” pero no se va a encontrar que alguien exprese que es mejor ensillar un macho castrado, al que habitualmente se denomina “caballo”.

No faltara sin embargo alguien que mencione que “mi abuelo nombraba a un fulano que ensillaba en yegua.”, pero haciendo la salvedad que siempre existe la excepción a la regla.

Por otra parte, es bastante frecuente que alguien criado en la zona rural mencione que asistía a la escuela en una “petisa” muy dócil y mansa, o que le encargaran que encierre las lecheras. Sin duda alguna las posiciones antagónicas al respecto se mantendrán en el tiempo como ha venido sucediendo hasta ahora.

Por ello no podemos dejar de citar lo que sostiene Alejandro Gillespie en sus “Observaciones coleccionadas en Buenos Aires y el interior de la República” quien afirma que hasta el 1.800 “Las yeguas del país rara vez se ensillan o se dispone de ellas, sino que se conservan para cría y fines agrícolas”

En relación a la inclinación a vestir de negro, se pueden aportar numerosas razones, que seguramente merecerá entonces una nota exclusiva, en la seguridad que existen interesantes opiniones o posiciones al respecto.

Por ahora podemos adelantar que la mayoría de los Españoles que llegaron al país eran andaluces y el negro era el color que predominaba en su vestimenta

Texto: Eduardo Reyes, escritor de Viedma

Las Grutas – Río Negro

 

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