Son muchos los testimonios que cuenta sobre avistamientos de Objetos Voladores no Identificados (OVNI) o los popularmente denominados “platos volador” aunque un gran número de ellos no guarden esa forma.
Es un fenómeno transversal que no respeta países, geografías ni climas. Hay apariciones por todos lados y se han escrito ríos de tinta sobre ellos. Y sin embargo el misterio se mantiene.
La provincia de Río Negro no ha estado ausente en esta materia y uno de los casos más resonantes fue el de rionegrino Dionisio Yanca, que tuvo una gran cobertura nacional y fue estudiado por especialistas y aficionados.
Y por supuesto la Región Sur –como tierra de leyendas y contadas no podía estar ausente, siendo el paraje de Nahuel Niyeu, la Meseta de Somuncurá y el Bajo del Gualicho los lugares de mayor incidencia de este fenómeno.
El caso que nos ocupa en esta nota fue minuciosamente registrado en un texto de Elías Chucair en su libro “El Maruchito”.
Cuenta don Elías que “En los boliches donde don Desiderio era puntual asistente y a la vez importante consumidor de bebidas, especialmente vino, los parroquianos y algún campesino que andaba de paso por el pueblo, todavía hablaban mucho de su muerte”.
“Hacía un par de meses ya que los mostradores de sus dos o tres boliches predilectos, no sentían apoyarse los codos, ni lo veían empinarse, con su particular manera, los vasos de vino”.
“Todos, en sus conversaciones relacionadas con el recién desaparecido, coincidan sin discrepancias, que Desiderio había quedado muy mal y se había transformado en otra persona, desde aquella noche que se le apareciera un enorme objeto luminoso”.
“En realidad, este fiel amigo de los boliches, parecía un tanto trastornado y sus facultades mentales no actuaban coordinadamente, después de haber observado aquello totalmente desconocido para sus ojos”.
“Lo que él había observado, fue visto también por algunos pobladores del paraje Carrilaufquen Grande, unos cincuenta kilómetros al norte de Ingeniero Jacobacci, una noche de agosto de 1980; los que no encontraban palabras para explicar y describir detalles de aquella sorpresiva aparición; pero eso sí, todos aseguraban que la noche había tomado la claridad del día, por la intensa luz que despedía ese objeto enorme nunca visto”.
“Cuando alguien que se creía entendido en la materia decía que aquello que había observado era un plato volador, lo menos que hacía él era reírse grotescamente, insistiendo que eso parecía ni más ni menos que a un hotel redondo con muchas ventanillas y que volaba largando luces verdes y amarillas que lo encandilaban y que quedaba aturdido por el ruido zumbador que despedía”.
“Desiderio vivió ese episodio cuando estaba instalado provisoriamente con su real en el paraje mencionado. Como en el pueblo no había trabajo, cosa común en los meses de invierno, estaba allí dedicado a la extracción de leña para un camionero que se encargaba de su comercialización”.
“Pero duró muy poco en ese quehacer…ni alcanzó un mes siquiera”.
“Después de aquella noche, no quiso nunca más regresar a su real, ni a buscar sus modestas pertenencias. Esa misma madrugada, horas después de la aparición, lo encontró uno de los pobladores del lugar corriendo despavorido y desorientado, en busca del camino que conduce al pueblo”.
“Según sus manifestaciones, llevaba varias horas disparando entre los matorrales sin dar con el rumbo que buscaba: el camino que llega a la ruta principal”.
“Luego de haber sido orientado por el paisano que lo encontró, llegó al costado de la ruta; y momentos después, ante las desesperadas señales que hacía Desiderio, un camionero le hizo un sitio en su vehículo para cercarlo al pueblo”.
“No le costó mucho trabajo al conductor del camión descubrir que el hombre que había levantado, estaba bajo los efectos de una circunstancia muy especial. Su rostro desencajado, su mirada cargada de ansiedad y sus manos temblorosas, lo decían todo”.
“Interrogado acerca de las razones de su estado, Desiderio pudo relatar muy dificultosamente todo lo que le había ocurrido, ante la inesperada aparición”.
“No cabían dudas que el hombre soportaba la pesada carga de un estado emocional muy particular que perturbaba la coordinación de sus actos”.
“Así anduvo varios días en el pueblo, como quién no encuentra el rumbo para encaminar sus pasos; y contando como un autómata, a diestra y siniestra, la experiencia vivida”.
“En los boliches que frecuentaba, algunos lo escuchaban con atención y seriedad, mientras que otros tomaban un tanto en solfa el episodio que le tocara vivir a Desiderio, allá en su real, en Carrilaufquen Grande”.
“Unos días después, en su rancho de adobes, piso de tierra y techo bastante deteriorado, que tenía en las orillas del pueblo, lo encontraron muerto una mañana”.
“Las dos manos cubrían los ojos inmensamente abiertos de Desiderio Ramos”.
“Sin ninguna duda, -concluye Elías- seguía acosado por aquella aparición”.
En fin, “cosas veredes Sancho, que no crederes”.
Texto: Jorge Castañeda
Escritor – Valcheta
Reedición
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