¿Qué sería del monte patagónico sin su majestad el piquillín?
Según la pluma enjundiosa del escritor Jorge Oscar Balbuena, el piquillín es un arbusto espinoso, no tan “agresivo” como el alpataco porque no se arrastra sino que tiene forma de pequeño árbol, además que sus espinas son más pequeñas y de punta no tan afilada. La principal virtud de esta planta es su leña de primera calidad. Sus troncos son de madera rojiza y muy dura que al encenderse forma una brasa de gran poder calórico y buena duración. Es el combustible para las cocinas a “leña” o “económicas” porque al alimentarlas con gruesos troncos, estos permanecen encendidos por horas generando calor sin terminar de consumirse”.
La planta de piquillín “tiene hojas muy pequeñas y abundantes que le dan a su copa un colorido que va desde el verde agrisado hasta el gris muy oscuro casi negro según las variedades, lo que le permite destacarse entre el resto del monte que también es verde pero mucho más claro.
Por otra parte –acota Balbuena- al igual que la jarilla permanece con hojas durante todo el año; el alpataco en cambio, en invierno queda pelado de hojas y solo conserva las malditas espinas. Los botánicos hablarían de hojas perennes en un caso y hojas caducas en el otro”.
El piquillín adulto sirve de sombra, aunque escasa para el ganado ovino, “por eso en las épocas en que ese ganado reinaba en los montes, debajo de los piquillines no crecía el pasto”. Con respecto a lo llamativo de su fruto nuestro escritor ya citado escribe que “es muy atractivo a la vista porque suele cubrir la planta en el mes de Enero dándole, según la variedad, un colorido que puede variar entre el naranja muy clarito, casi transparente, hasta el mismísimo negro pasando por toda la gama de naranjas, rosados, rojos y bordó. Ese fruto es un verdadero manjar para las ovejas que lo comen con voracidad, pese a que su hocico suele quedar sumamente irritado y hasta lastimado por los roces con las espinas del arbusto. Los pájaros y los roedores del monte también se hacen un festín cuando vienen veranos de mucho piquillín”.
“Las frutas son en su mayoría esféricas; solo algunas algo ovoides; su diámetro puede variar entre dos y cinco o seis milímetros. Su pequeño volumen es ocupado en un 50% por un carozo demasiado grande para el tamaño de la fruta. A muchos –y muchas- les gusta el fruto del piquillín. En otras zonas del país, con ese fruto y otros de los monte se hace o hacía el arrope, especie de dulce o jarabe muy espeso propio de las zonas rurales”.
Con respecto a la recolección de leña de piquillín dice Balbuena que “lo primero que hay que hacer al enfrentarse a la planta elegida es desramarla o desgajarla. Consiste en darle certeros golpes con el caño o varilla a todas las ramas más delgadas, de modo que vayan quebrando y cayendo poco a poco hasta que la planta quede reducida a troncos totalmente pelados, despuntados y expuestos a las herramientas del trabajador”.
“El tronco principal y la raíz –las partes que más rinden como leña- se sacan cavando a su alrededor con el lado azada del pico hasta ponerlas al descubierto, y palanqueando con el otro extremo de la herramienta hasta poder hacharlas”.
Hasta aquí la excelente descripción de las plantas de piquillín por Jorge Oscar Balbuena escrita en su ameno libro “Vivir en el monte”, que trata “aspectos desconocidos de la vida rural en el norte patagónico, durante la primera parte del siglo XX”, de lectura imprescindible para conocer las tareas cotidianas del hombre de campo, su entorno y sus costumbres.
Durante muchos años el desmonte indiscriminado del monte patagónico, sobre todo en la región Sur de la provincia de Río Negro, casi agotó a esta planta tan servicial y amiga del hombre, provocando la desertificación de los campos, hasta que su tala fue prohibida, en una buena medida para su conservación.
Piquillín rey de la estepa/ tu fruto quiero comer/ y la suerte me darás/ en las cosas del querer. Rojos quedaran sus labios/ quién lo pudiera saber/ amores niña en los campos/ a ti quisiera volver. Piquillín señor del monte/ quiero verte florecer/ y que el rojo de tu fruto/ su suerte me dé otra vez. Si le dices que la espero/ yo te lo agradeceré/ dulces me esperan sus labios/ ¡piquillín hasta más ver!
Jorge Castañeda
Escritor – Valcheta
Foto gentileza: Salvador Luis Cambarieri
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