El Gualicho domina, con su figura de genio maligno por excelencia, el ámbito patagónico desde hace varios siglos.
“Buscaba el Gualicho la partida de indígenas –contaba el maestro de escuela Demetrio Fernández, en los lugares inhóspitos y despoblados aledaños a Menuco Negro, siguiendo el rastro del pérfido enemigo y cuanto más frescos y cercanos lo veían, los caballos se encabritaron y por eso con mucho desconsuelo, lamentando no haberle dado alcance para evitar mayores males que se ciernen permanentemente en los hogares de las comarcas”.
Buscaba el Gualicho Tomás Femillán, indígena de ascendencia mapuche, cuando en 1938, en la estancia Huanulán, cerca de Ingeniero Jacobacci, enloqueció y mató a su mujer y a su hijito y se tiroteó con la partida policial, la que debió ultimarlo. Buscaba el Gualicho en los caños de la cocina, en la cabeza de su mujer…Y hubo de ser enterrado –dicen los testigos- con el cuchillo engarfiado en su mano derecha.
Como siempre, el maestro Elías Chucair, con su amena pluma recoge la historia que da miedo de tan solo leerla:
“-Tomás Femillán se enloqueció buscando el Gualicho. Así me contó Manuel Epuyán, la vez que le pregunté si sabía algo de lo que le había ocurrido a ese hombre, cuando mató a su mujer y a una criatura; y me agregó algo más todavía.
-¡Cómo no iba a saber lo que le pasó, si éramos compañeros de trabajo! Yo en aquella época, verano del 38, estaba en la estancia Huanulán y a Femillán lo veníamos viendo que no andaba bien… Una media mañana nos encontramos en el cuadro donde él cuidaba la hacienda; y me di cuenta que el hombre andaba como extraviado… Encaraba hacia distintas direcciones y se volvía para atrás… Ando buscando hace mucho tiempo al Gualicho, me dijo; y lo dejé nomás, para qué iba a seguir con él… Cada loco con su tema, dice el refrán… Pero al día siguiente nos quedamos todos de una sola pieza, cuando nos enteramos que la tarde anterior había matado a su mujer embarazada y a una criatura y que andaba disparando como loco por el campo… Cuando yo lo encontré al hombre, no podía pensar ni por las tapas que momentos después iba a cometer semejante cosa, por más loco que estuviera”.
“En las últimas horas de esa calurosa tarde, uno de los peones pasó por el puesto que estaba a cargo de Femillán y se encontró con ese cuadro aterrador. Sin pensarlo dos veces, se volvió de inmediato a la estancia para comunicarle lo ocurrido al encargado de los ingleses”.
“Esa misma noche se dio cuenta de lo sucedido a la Comisaría de Jacobacci; y al día siguiente una comisión policial integrada por el comisario Galisier, el sargento Perfetti, el cabo Lezcano y el agente Espejo ya estaban en el escenario del hecho, para tomar cartas en el asunto y apresar al matador”.
“Pero la Policía no pudo tomar a Femillán por las buenas; ya que éste amenazaba a las fuerzas del orden con un hacha y un enorme cuchillo en sus manos”.
Ante la imposibilidad de detenerlo por vía de los medios normales y viendo el peligro que significaba aquel hombre, la Policía para reducirlo comenzó a efectuar disparos al aire, pero lejos estuvo de conseguir su propósito y al verse atacados ciegamente, no tuvieron otra alternativa que abrir el fuego contra él, quien cayó sin vida”.
“Pero todo parecía estar signado por la tragedia. Una camioneta flamante cedida por el vecino René Casamiquela a la Policía para efectuar el procedimiento, cuando llegaba al pueblo aquella noche, chocó violentamente contra la parte trasera de un camión de Julio Panisse estacionado frente a la fonda de Amigorena…” .
“El fuerte impacto se sintió de varias cuadras del lugar y su violencia movió al camión largo trecho y lo llevó a chocar al coche del doctor Cortizo, también estacionado ahí, donde el galeno atendía a un enfermo”.
A consecuencia del choque, los tres cadáveres volaron por el aire; y al chofer, el conocido negro Flores, lo sacaron milagrosamente con vida de entre los hierro retorcidos que lo habían aprisionado, juntamente con el motor que se había introducido en la cabina”.
“Pero todo no terminó aquella noche en una calle del pueblo…”.
Desde entonces, allá en la estancia Huanulán, el puesto norte que ocupaba Femillán, y que está cerca de las vías férreas y de la ruta que van a Bariloche, comenzó a convertirse en tapera, porque nadie lo quiere ocupar hasta hoy… porque aseguran que en los alrededores del mismo aparecen luces malas y hasta se sienten algunos gritos por las noches”.
“Mientras tanto –finaliza Elías su relato- varios de los peones de aquella estancia que trataban con Tomás Femillán, siguen afirmando que se había vuelto loco buscando al Gualicho”.
Texto: Jorge Castañeda
Escritor – Valcheta (Río Negro)