Una leyenda tucumana habla de “El familiar”, diabólico embajador del demonio

 

El investigador  Adolfo Colombres afirma  que, lejos de ser una superstición, se trata de un relato verdadero, anclado en la cultura y sostiene que el hombre además de racional, es un animal simbólico.

Colombres agrega que, según la creencia popular, “El familiar” es embajador del demonio y guardián de los pactos que se celebran con él. Es un ente diabólico, que habita el inframundo. Añade el investigador que se trata además de un fetiche del infierno que se le ha concedido al patrón por un pacto satánico, alimentarlo cada año con la vida de uno de sus peones.

El pacto tiene un costo, consistente en que el dueño obtiene abundancia y prosperidad garantizada en sus negocios, con la única condición de mantener al “Familiar”.

De acuerdo a lo que se sabe, esta criatura sobrenatural se muestra con apariencias distintas según el lugar donde habita, aunque las informaciones coinciden que adquiere forma de perro de color oscuro, con uñas largas con las que puede atacar y desgarrar a un hombre de un zarpazo.

Lo describen con mirada de serpiente, cabeza corta de gato, ojos de fuego, de color oscuro con pelos en su lomo y arrastrando una cadena.  En algunos otros lugares se lo describe con cuerpo de jabalí y en distintos sitios sin cabeza, pero la más común o conocida es la figura de un perro muy grande y demostrando ferocidad, capaz de devorar a quien se le presente adelante.

La leyenda o historia era conocida también en La Rioja,  claro que con algunas variantes, distintos escenarios pero con su propia impronta.  Por allí, “El familiar” se trata de un huésped mimado o protegido que habitaba un sótano al que lo aprovisionaban con agua, alimentos y mobiliario, solo para él y cada vez que mejoraban las cosas en la empresa familiar, inmediatamente en razón del acuerdo pactado se beneficiaba también.

Se aseguraba entonces que el acuerdo del propietario con el demonio obligaba al empresario entregar su alma al final de su existencia,  pacto que debía cumplirse a ultranza.

Recordamos, no obstante, que la leyenda originaria surge en los ingenios azucareros de Tucumán durante el auge de esa industria  a comienzos del siglo XIX, comprendiendo además a Salta, Jujuy, Catamarca, Santiago del Estero y La Rioja.

Algunos sostienen que esta historia es producto de la imaginación popular que creó la leyenda atribuyendo la misma a un oscuro pacto entre un patrón que se afianzó y enriqueció abruptamente, con Supay (el diablo). El acuerdo aseguraba la riqueza del patrón, a cambio de la vida de uno de sus peones.

Dicho mito se afianzó y robusteció, provocando que por las noches  los peones creían ver ojos de fuego rondando los cañaverales y la creencia que el “familiar” se alimentaba de carne humana junto al espíritu de su víctima.

La leyenda aseguraba también que el “familiar” vivía entre las bolsas de azúcar o en las chimeneas de los ingenios o los sótanos de las viviendas. Junto al crecimiento de la leyenda se decía además que por las noches el patrón, en tiempos de cosecha liberaba al “Familiar” para que atrape su propia víctima o bien le señalaba el peón que le causaba problemas.

De acuerdo a los dichos, se conocía sobre la presencia del “familiar” por el fuerte olor a azufre y carne podrida, como el ruido que provocaba al arrastrar las cadenas. Otro elemento a tener en cuenta sobre el diabólico personaje es la actitud del patrón, quien solía asustar, amenazar o meter miedo con el “familiar” ante amenazas de conflicto, huelga u otras acciones, seguido de alguna desaparición misteriosa.

Quienes han seguido con atención el tema del diabólico monstruo afirman que la leyenda surgió en el Ingenio Santa Ana de Clodomiro Hileret, quien hizo una fortuna rápidamente, por beneficiarse con créditos blandos, que le permitieron armar un gran ingenio. El imaginario popular sostenía por lo tanto que había hecho un pacto con el diablo (Supay).

La creencia sostenía que el pacto demoniaco le confería  poderes económicos y políticos a cambio de la vida de uno de sus obreros por año y dejar el legado a su familia para que el “familiar” no muriera de hambre. De no hacerlo, la fortuna se perdería y la familia seria maldita. Por lo tanto, cuando ocurría un accidente en la fábrica, los obreros decían que el “familiar” se había cobrado la cuota.

Quienes han investigado diversos aspectos vinculados a la “leyenda” de “El familiar” afirman que el empresario Hileret falleció en forma repentina en alta mar en el barco que lo llevaba  a Europa. La información agrega que se lo veló a cajón cerrado al que le habían pegado una foto del muerto, lo que le agregó otros matices al mito popular.

Texto Eduardo Reyes, escritor de Viedma

Las Grutas   —  Rio Negro

 

 

 

 

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