En las conversaciones diarias utilizamos expresiones, dichos y refranes que tienen origen, en su mayoría, de España y otros países de los que hemos recibido una corriente inmigratoria importante. Lo notable es que muchos de ellos son aplicados a situaciones o hechos que se los vincula a situaciones que, si bien no son exactamente las mismas se le asemejan, por lo menos en la interpretación.
Por ejemplo, si alguien adquirió algo a precio muy elevado, o tuvo que realizar un esfuerzo desmedido, seguramente se referirá a la operación afirmando que “me costó un ojo de la cara”.
Obvio que tal exageración por el costo de algo, no es tan así, sino que en la manera de significar lo que le ha costado acude a un viejo dicho que recuerda un hecho del siglo XVI en España durante las expediciones de exploración y conquista de las Islas Canarias, que estaban al mando del conquistador manchego Diego de Almagro.
Según que cuenta la historia respecto a los principales hechos que se sucedieron en la aventura de Almagro, se sabe que durante sus intentos de atacar la fortaleza inca perdió un ojo a raíz de un flechazo de los nativos que defendían sus tierras.
A su regreso a España, de Almagro se presentó al rey Carlos I, ante quien rindió informes de lo actuado para conseguir nuevas tierras para la corona española. En el encuentro, Diego relató que en las acciones por “defender los intereses y negocios de la corona” le había costado un ojo de la cara.
Según registra también la historia, parece que Almagro insistió con bastante fastidio, que en esas acciones él tuvo que pagar un alto precio, ya que le había “costado un ojo de la cara”.
El tema parece que tuvo una amplia difusión y no fueron pocos los que consideraban que el resultado de las expediciones había tenido un costo por demás elevado.
Al parecer, se habló tanto del suceso que más allá de mencionarse en el ámbito de la corte de gobierno, la versión circuló con tanta insistencia entre los soldados, como en el pueblo, al punto tal que llegó y con el tiempo se instaló entre nosotros y se escucha aún en estos días, cuando alguien hace referencia al costo de algún elemento que adquirió o el esfuerzo realizado para conseguir algo que necesitaba o pretendía obtener.
Otra expresión que adquirió gran difusión, cuando alguien hace referencia a que tuvo que atravesar por una situación inesperada y desagradable, que obviamente le produjo una sensación que le costó asumir y que el perjudicado la describe como que tuvo que “comerse un garrón”.
Es necesario aclarar que la palabra “garrón” deriva etimológicamente del término “garra” y así se denominaba, ya que era aplicada o de tal forma se designaba al “espolón del ave”, aunque la acepción que en nuestro medio se le adjudicó es otra, ya que se refiere en este caso al extremo de la pata de algunos animales.
La documentación relacionada con la aplicación del término o dicho afirma que hace referencia a animales cuadrúpedos, tanto sean lanares, vacunos, conejos u otros.
De acuerdo a lo que interpretan estudiosos que han analizado el significado o infieren a que se refiere el dicho, sostienen que luego que se ha atrapado un animal con fines de consumirlo para su alimentación lo último que pretenden los comensales, conformarse con el garrón.
Es habitual entonces que la economía que con frecuencia suele hacerse en cuanto el uso del lenguaje provoca que en ocasiones o comúnmente la expresión se refiera o indique una misma situación.
Por lo tanto, la utilización del dicho o la expresión indica exactamente lo mismo tanto cuando se pronuncia la formula como “se comió un garrón” o se la reemplaza con ¡que garrón!
Lo que en definitiva debe interpretarse es que quien debe pasar por una situación que no es totalmente de su agrado, como tampoco resultó muy agradable que si se ha capturado un animal para alimentarse alguien debe conformarse con la parte del “garrón” o sea el extremo de una de sus patas.
Texto: Eduardo Reyes, escritor de Viedma radicado actualmente en Las Grutas — Río Negro