Muchos dichos y anécdotas del general Juan Perón son sumamente conocidos. Como Jorge Luis Borges, a pesar de estar en las antípodas en sus preferencias políticas, ambos poseían una gran erudición, muchas lecturas y, sobre todo un gran sentido de la ironía.
El general citaba frecuentemente una de sus frases preferidas traspolada a la acción política, tomada de los antiguos griegos a los que admiraba: “Todo en su medida y armoniosamente”.
Por esa influencia clásica era sumamente mesurado en sus ideas. Pero que lamentablemente tenía muy poca injerencia en sus hábitos, verbigracia, la adicción a fumar cigarrillos y el placer de la buena mesa. Sin ser un sibarita gustaba de los platos sencillos, pero también de algunos más refinados cuando estuvo de observador en Europa.
Se cuenta que el año 1950 fue algo complicado y la palabra inflación se oyó por primera vez en boca del General. “Eva Duarte inició entonces una campaña para que la población consumiera más papas que carne, cuyo precio no cesaba de aumentar. Se difundieron numerosas consignas por radio, se distribuyeron recetarios entre las amas de casa, se organizaron jornadas de reflexión y pregonaron las virtudes de una dieta equilibrada, con más cordero que vaca.
Pero los argentinos se habían acostumbrado demasiado al asado a la parrilla como para pensar en otra cosa. El mismo Perón no dejó de hacer, en su quinta de San Vicente, su asadito de fin de semana, que Evita odiaba, lo mismo que a esa suerte de parque zoológico que el General había instalado en los amplios jardines. Dice que fue en ese tiempo cuando el caudillo se aficionó al pastel de papas, que desde ese momento se convirtió en su comida preferida. A tal punto que en 1955, cuando debió exiliarse en Paraguay, derrocado su segundo gobierno, pidió al cocinero de la cañonera que lo llevaba que le preparara un pastel de papas como a él le gustaba: con abundancia de pasas de uva”.
Según cuenta el escritor Abel González en su interesante libro “Elogio de la berenjena”, el pastel de papas que le gustaba a Juan Domingo Perón “es un antiguo plato criollo que también disfrutó mucho Cornelio Saavedra. No vaya a creerse que por eso es manjar de militares: Jorge Luis Borges lo comía por lo menos una vez a la semana y Manuel Belgrano lo disfrutó luego de Salta. Domingo Faustino Sarmiento lo gustaba habitualmente y Mariano Moreno tampoco le esquivó el tenedor.
La receta es sencilla y se prepara fácilmente. Pero hay que tener cuidado con una cosa: el auténtico no lleva ni aceitunas ni salsa de tomate por arriba, como lo sirven ahora en muchos lados. El del General se hace así: Se rehoga una cebolla muy picada en cuatro cucharadas de aceite muy caliente. Se agrega un kilo de carne picada bien magra, que se mezcla y se deja cocinar a fuego lento hasta que esté hecho pero jugosa. Se retira, se sazona con sal y pimienta y se agregan cuatro cucharadas al ras de maicena. Se mezcla y se deja enfriar. Aparte se prepara un buen puré de papas con media taza de leche, unas yema, queso rallado, sal, pimienta y nuez moscada. Se cubre una fuente de horno con la mitad de la carne, se le echa huevo duro picado y 50 gramos de pasas de uva rubias sin semillas. Sobre esto se pone la otra mitad de la carne picada. Se termina con una capa abundante de puré de papas, se le añade queso rallado, unos trocitos de manteca y se lleva al horno buen caliente para que se gratine. Se sirve enseguida y se acompaña con un tinto ligero. Perón tomaba una copa de Trapiche Viejo, pero es vino que ya no existe. Un Merlot no le cae nada mal.
Texto: Jorge Castañeda, escritor radicado en Valcheta, ío Negro