Extraños casos de dos desaparecidos. Uno en la Patagonia; otro, en Rumania

Hace dos años y medio, en la ciudad de Comodoro Rivadavia medios periodísticos recordaron la desaparición –por ese entonces durante 10 años- de un hombre de 35 años: Hernán Soto. Ayer, en publicaciones argentinas y extranjeras fue difundida la aparición de Vasile Gorgos, perdido 30 años.

A continuación las historias:

El cambio de año que trajo dolor y una búsqueda eterna: se cumplen 25 años de la desaparición de Hernán Soto en Comodoro Rivadavia.

Hernán Soto hoy tendría 35 años, desapareció a los 10 cuando su familia fue a recibir el año nuevo al camping “San Carlos”, ubicado a unos 40 km al Norte de Comodoro Rivadavia. Ese fue el lugar donde lo vieron por última vez. “Por ahí hoy es un hombre hecho y derecho, quizás tiene una familia, tiene hijos ¿y si de él también soy abuela? Me estaría perdiendo algo muy lindo no?”, dice Marcela Soto, su mamá soñando con la posibilidad de encontrarlo en algún lugar remoto. A 25 años de su ausencia recordamos una de las desapariciones más angustiantes en la historia de la ciudad.

Sábado 1 de enero de 2022

Ese 1 de enero de 1997, luego de un día de juegos y diversión, Hernán fue a comprar una gaseosa a la proveeduría del camping  y nunca más se supo de él. Se calcula que ese día unas 1.500 personas estaban en el camping, pero nadie vio ni escuchó nada. Desde ese momento se inició un proceso de búsqueda que hasta hoy no arrojó resultados positivos.

¿Puede alguien simplemente desaparecer? En los últimos 20 años al menos 25 personas desaparecieron en Comodoro Rivadavia. Casos irresueltos y misterio alrededor de mujeres, hombres y un niño que desde hace 24 años es buscado por su familia.

Hernán Soto tendría 35 años; su desaparición  fue una de las primeras en Comodoro Rivadavia y por ello, asegura su mamá, no se tenía la experiencia suficiente para llevar adelante una investigación más exhaustiva, detallada. “Se cometieron muchos errores y hoy te puedo hablar como una experta”, le relataba a Expedientes Comodoro un año atrás.

Hernán era el mayor de cuatro hermanos: Rodrigo de 7, Alejandro de 5 y Daiana de 7 meses. Ese día la familia había decidido pasar el primer día del año en un camping. “Jugaron y después de que comimos se fueron a bañar a la pileta, Hernán se quedó cuidando la ropa de primos y el resto de los hermanos; cuando regresan vienen todos menos Hernán. Mi sobrino dice que le había dado plata para que se compre una Coca – Cola en la  proveeduría del camping. Nunca pudimos probar si llegó a entrar al lugar a comprar”, recuerda Marcela.

Inmediatamente comenzó la búsqueda, “nos dispersamos, hice el recorrido de la proveeduría, fui al baño, pase mirando por las hamacas y al no estar fui al fogón a avisar al resto, porque bueno una criatura de 10 años quizás pudo haberse ido por otro camino. También le pedimos a los dueños del lugar que por alto parlantes pidan por favor si alguien lo pero nada  la gente comenzó a irse del lugar porque terminaba el horario y bueno nos quedamos nosotros”. Esa noche su familia permaneció en el camping buscándolo, y así durante 20 días consecutivos.

Desesperación y errores

El día 3 de enero se encontraron marcas, huellas y dibujos de Hernán en una estancia vecina. “Ese día yo tuve que probar la existencia de Hernán mediante el certificado de nacimiento. En ese momento no me creían que eran su dibujos y la pisada, entonces su maestra que también estaba en el lugar ayudando a la búsqueda indica que eran sus dibujos”. Hernán sufría de epilepsia. “Tenía una faceta diferente al resto, para escribir, dibujar y demás. Todo el aprendizaje para él era diferentes, entonces yo podía asegurar que esos dibujos eran de Hernán pero no probar”, explica Marcela.

También se encontraron huellas de adultos. Veinticuatro años después, su mamá pone en contexto lo que significó la búsqueda con las herramientas tecnológicas de esa época. No había celulares y lo más avanzado era el fax. No se preservó el lugar para su revisión y toma de huellas “entramos nosotros, los medios, los vecinos, todo el mundo, hoy sé que no se tendría que haber hecho. Pero en el momento de desesperación de querer encontrar a tu fa miliar no te importa romper un vidrio para entrar. Hoy por hoy yo podría exigir porque hoy sé que si cierran las rutas no saldría nadie, si cierran los aeropuertos o las terminales. Pero en ese entonces no teníamos la sabiduría desgraciadamente que tenemos hoy”.

Su hipótesis

Todas las fuerzas participaron en el rastrillaje, los dueños del camping mostraron su mejor predisposición y colaboraron durante la búsqueda pero después de 20 días sin resultados, se decía que continuar era en vano.  Durante todos estos años Marcela construyó su propia hipótesis sobre la ruta que pudo haber seguido Hernán y sus captores pero hasta el momento no pudo ser comprobada.

“Como sufre de epilepsia mi teoría –quizás es loca- es que a Hernán se lo llevan desde donde compró la gaseosa. Lo tuvieron encerrado tres días donde encontramos las marcas, de ahí lo sacan, ¿cómo? No sé explicarlo. Se lo llevan para entregárselo a alguien. Hernán hace convulsión, se asusta la persona y lo deja en un pueblo vaya uno a saber dónde. Puede que a raíz de la convulsión, la situación, el encierro y demás pudo haber perdido la memoria… ¿por qué no?. Puede que esté en otra ciudad sin saber quién es él, que le hayan puesto otro nombre o que le digan otro nombre”, comparte Marcela, quien sostiene que esta hipótesis es la que la impulsa a continuar la búsqueda. “También creo estar preparada para que me digan que lo mataron”.

Una vidente y nuevo rastrillaje

En agosto de 2019 El Ministerio Público Fiscal de Comodoro Rivadavia autorizó a la  Brigada de Búsqueda de Personas de la Policía del Chubut a que realice un nuevo rastrillaje en el camping, después de que una vidente mendocina dijo conocer el lugar dónde habría sido enterrado. Señaló una laguna donde debían buscar, pero una vez más sin resultados alentadores.

“Se te mueven las estanterías; yo tenía recuerdos de cómo era el lugar pero con la inundación (del 2017) vos decís ay! Qué pasó? No es gratificante volver porque cuando volvimos con la vidente ella aseguraba que Hernán estaba en un lugar, en una laguna y bueno, yo no quiero ese fin. Estuvimos en el sector de la pileta, de ahí fuimos a la laguna específica que es pasando el tractor que esta incrustado en un árbol y ése fue el único recorrido”.

La búsqueda fue infructuosa, pero ella no pierde las esperanzas de encontrar respuestas y cerrar una historia.

La búsqueda eterna

“Si alguien me dice que está en otra ciudad, yo no quiero romper lazos o destruir lo que él haya construido, al contrario, sumar como empezar a conocernos y sentir la tarea terminada. Hoy la mesa está llena porque llegaron los nietos, pero antes tenía siempre el lugar vacío. Ya hace varios años guardé las cosas de Hernán pero el cepillo de dientes seguía en su lugar.  Me gustaría algún día saber dónde está; él hoy es un hombre hecho y derecho, quizás tiene una familia, quizás tiene hijos. ¿Y si de él también soy abuela? ¿Me estaría perdiendo algo muy lindo, no? Tengo guardado todo, hasta los planos de los campos donde buscamos porque pienso que le pudieron haber dicho ´te regalaron, te tiraron´”.

Texto: Mariana García, ADN Sur

 El extraño caso del hombre que estuvo desaparecido 30 años, reapareció con la misma ropa y no recuerda qué le pasó.

Vasile, un ganadero rumano, salió de casa como cualquier otro día rumbo a un pueblo cercano… La travesía se prolongó por tres décadas

Por Sol de María, periodista de INFOBAE

 Eran las siete de la mañana y el aroma del café recién hecho ya se mezclaba con el frío aire de aquel amanecer en el pequeño pueblo de Bacău, Rumania en 1991. Vasile Gorgos, de 63 años, se preparaba para otro día de trabajo. Ganadero desde que tenía uso de razón, su vida giraba en torno a los viajes para cerrar tratos sobre la venta de ganado. Vasile no era un hombre de sorpresas; su rutina era tan predecible como el ciclo de las estaciones. Limpio y planchadosu conjunto de pantalones oscuros y una chaqueta de lana verde colgaba siempre del perchero junto a la puerta, listo para cualquier negociación que surgiera.

Aquella mañana, como tantas otras, recibió una llamada que lo convocaba a cerrar un negocio en un pueblo cercano. No era extraño, pero lo que sí lo era, es que Vasile, al salir de casa, no se despidió con el usual “volveré para la cena”. Solo dijo que no tardaría. Y, como de costumbre, compró su boleto de tren en la estación, un trayecto que conocía de memoria, Ploiești–Bacău. Nada en su rostro sugería que este día fuera a ser distinto.

Pero ese día, Vasile no volvió.

La familia comenzó a inquietarse cuando la noche cayó y él no regresó. Al día siguiente, la preocupación se transformó en angustia. Su esposa, su hija, y hasta los vecinos, acostumbrados a verlo cada tarde al volver de sus viajes, sabían que algo no andaba bien. Los días se convirtieron en semanas, las semanas en meses, y luego en años. La casa que antes resonaba con la actividad de un ganadero laborioso quedó en silencio, interrumpido solo por las visitas ocasionales de familiares y amigos, que venían a consolar, a ofrecer ayuda, o simplemente a compartir el dolor.

Los intentos de encontrarlo fueron en vano. Cada pista se desvanecía, cada testimonio era un callejón sin salida. Con el tiempo, la búsqueda cesó, y su familia, desgastada por la incertidumbre y el dolor, tuvo que aceptar lo impensable: Vasile Gorgos no volvería.

Bacău, el pequeño pueblo donde todos se conocían, quedó marcado por la ausencia de Vasile. En las tiendas, en la estación de tren, se hablaba en susurros de su desaparición. ¿Qué le había pasado al hombre que nunca faltaba a casa? ¿Por qué aquel día, aquel viaje, fue distinto a todos los demás?

Pero, lo que nadie sabía entonces era que esta no sería una historia de desaparición común. Porque 30 años más tarde, en una tranquila tarde de agosto, la misma puerta que él cruzó aquella mañana de 1991 volvería a abrirse para recibir al hombre que todos creían perdido para siempre.

La aparición de Vasile Gorgos

Tal como informó România TV News, uno de los medios televisivos más grandes del país europeo, el 29 de agosto de 2021 en la casa de la familia Gorgos, las luces estaban encendidas, pero el ambiente era más bien sombrío. 30 años habían pasado desde la desaparición de Vasile, y aunque el dolor había menguado, un vacío silencioso permanecía.

Entonces, cerca del anochecer, un ruido rompió esa tranquilidad. Un coche se detuvo frente a la casa, algo inusual en un lugar donde casi todos los vecinos se conocían y no esperaban visitas a esa hora. El motor ronroneó unos instantes antes de apagarse. Desde la ventana, alguien de la familia observó con curiosidad el vehículo extraño, preguntándose quién podría ser.

La puerta del coche se abrió lentamente, y lo que ocurrió a continuación dejó a todos atónitos: un anciano, con andar vacilante, comenzó a bajar. Llevaba puesta una chaqueta de lana verde, la misma que Vasile Gorgos había usado el día en que desapareció, tres décadas atrás. Las manos del anciano temblaban ligeramente mientras intentaba orientarse, mirando a su alrededor con una expresión de desconcierto.

La puerta de la casa se abrió de golpe. Uno de los familiares, con el corazón palpitando en el pecho, se lanzó al exterior. No podía ser él. No después de tanto tiempo. Pero ahí estaba: el hombre que, contra todo pronóstico, había regresado. Vasile los miró con la misma mirada de hace 30 años, pero había algo en sus ojos, una especie de niebla que nublaba sus recuerdos.

El anciano tenía la misma ropa que vestía cuando desapareció. Incluso el boleto de tren en el bolsillo, aquel que compró para el viaje que nunca terminó, Ploiești–Bacău, ahora desgastado por el tiempo, pero intacto. Los años no parecían haber dejado huella en la vestimenta, ni en su billetera, que contenía algunas monedas viejas y un billete arrugado.

Antes de que cualquiera pudiera reaccionar, el coche, que permanecía con las luces apagadas, arrancó bruscamente, dejando una nube de polvo en el aire. Nadie alcanzó a ver al conductor. No hubo tiempo de hacer preguntas, de pedir explicaciones. El vehículo se perdió en la distancia, dejando solo el eco del motor y un sinfín de preguntas sin respuesta.

La familia, conmocionada, rodeó a Vasile. Había lágrimas en los ojos de su hija, ahora una mujer de mediana edad, que apenas podía articular palabra. “¿Dónde habías estado todo este tiempo?”, preguntó. Pero Vasile, con una voz serena pero ausente, solo pudo responder: “En casa. Siempre estuve en casa.”

Nada tenía sentido. 30 años habían pasado, pero para Vasile, parecía que solo habían transcurrido unas horas desde que se marchó. Las preguntas se acumulaban en la mente de sus familiares. ¿Cómo era posible que no recordara nada? ¿Quién lo había cuidado todo este tiempo? ¿Y por qué, después de tres décadas, volvía con la misma ropa, con el mismo boleto, como si el tiempo no hubiera pasado?

La confusión reinaba en la casa. Pero antes de pensar en respuestas, Vasile fue llevado al interior, donde, por primera vez en 30 años, la puerta se cerró con él dentro. Había vuelto, pero con su regreso, las sombras de un enigma más profundo se cernían sobre la familia Gorgos.

Qué sucedió con Vasile Gorgos

Al ingresar a la casa, Vasile Gorgos fue recibido por una mezcla de emociones que sus familiares no podían controlar. La alegría de verlo vivo se entrelazaba con una profunda inquietud. La hija de Vasile, que había pasado tres décadas entre el dolor y la resignación, le apretó las manos con fuerza, como si temiera que desapareciera de nuevo. El anciano, sin embargo, parecía no entender la urgencia en esos gestos.

Según detalla România TV News, se sentaron alrededor de la mesa del comedor, el mismo lugar donde tantas veces habían esperado noticias de su paradero. Vasile, ahora un hombre de 93 años, observaba cada rincón de la casa con una calma desconcertante. “¿Te sientes bien, papá?”, le preguntó su hija, tratando de ocultar la desesperación en su voz.

“Sí, sí, estoy bien. Solo un poco cansado”, respondió él con esa misma serenidad que parecía desconectada de la realidad que lo rodeaba. Pero sus ojos, aunque algo nublados por la edad, reflejaban una claridad que hacía difícil de creer que estuviera desorientado.

La familia decidió no esperar más y lo llevaron de inmediato a un hospital cercano para una revisión completa. Los médicos, sorprendidos por su caso, lo sometieron a una serie de pruebas. Su cuerpo, aunque frágil por la edad, no mostraba signos de abuso ni de malnutriciónSu salud era sorprendentemente buena, algo casi imposible de creer después de tres décadas de desaparición. Solo había algunos problemas neurológicos menores, pero nada fuera de lo común para alguien de su edad.

Lo más desconcertante fue su memoria. Vasile recordaba claramente a su familia, su hogar, e incluso el día en que partió para ese fatídico viaje en 1991. “Estaba en casa”, repetía, como si para él el tiempo no hubiera transcurrido de la manera en que lo había hecho para todos los demás. Sin embargo, no tenía ningún recuerdo de lo que había sucedido durante esos 30 años. Ni un solo detalle, ni un solo nombre, ni un solo lugar.

La familia y los médicos intentaron hacerlo recordar, le hablaron de eventos importantes, de la tecnología que había cambiado, de los familiares que habían fallecido en su ausencia. Pero nada parecía encender una chispa en su memoria. Para Vasile, el tiempo se había detenido el día que salió por última vez de su hogar.

A medida que pasaban los días, su familia se daba cuenta de que obtener respuestas sería más difícil de lo que imaginaban. ¿Cómo podía alguien regresar después de tanto tiempo sin envejecer más que lo esperado, sin señales de haber sufrido, y con una memoria tan selectiva?

Las noches eran las peores. La hija de Vasile a menudo se encontraba a sí misma en la cocina, incapaz de dormir, mirando fijamente la puerta que su padre había cruzado después de 30 años. Cada ruido en la casa la hacía saltar. ¿Y si volvía a desaparecer? Pero Vasile permanecía en su habitación, durmiendo tranquilo, como si nada hubiera pasado.

Los días se convirtieron en semanas, y la familia, aunque agradecida por su regreso, no podía ignorar el misterio que lo envolvía. El caso de Vasile se convirtió en un tema recurrente en las conversaciones del pueblo, en los titulares de los periódicos locales, y hasta en redes sociales. Todos querían saber la verdad, pero Vasile, con su memoria rota, no podía ofrecer respuestas.

Teorías y misterios

Las semanas posteriores al regreso del ganadero no trajeron la paz que su familia había esperado. En lugar de respuestas, lo que obtuvieron fue un torrente de especulaciones, teorías y rumores que solo aumentaron el misterio. La historia de su desaparición y su inexplicable reaparición comenzó a circular más allá del pequeño pueblo de Bacău, alcanzando titulares nacionales e internacionales.

Una de las primeras teorías que surgió fue que Vasile había decidido, por razones desconocidas, dejar su vida atrás. Quizás había encontrado un lugar donde empezar de nuevo, donde nadie lo conociera, donde pudiera vivir en paz. Algunos sugirieron que tal vez había formado una nueva familia, o que había querido experimentar una vida completamente diferente. Pero esta teoría no explicaba por qué habría regresado sin ningún recuerdo de esos 30 años, ni por qué volvía con la misma ropa y el mismo boleto de tren en el bolsillo.

Otros comenzaron a tejer hipótesis más oscuras. Algunos hablaban de un posible secuestro, tal vez a manos de alguien que lo mantuvo cautivo durante todo ese tiempo. Pero, ¿cómo es que no mostraba signos de maltrato? ¿Y cómo podía ser que, tras tantos años, regresara en tan buen estado de salud? La idea de que había sido objeto de experimentos comenzó a ganar terreno en las conversaciones. En un país que había vivido bajo el régimen comunista de Ceaușescu, las historias de desapariciones misteriosas y experimentos secretos resonaban con fuerza.

Fue entonces cuando se empezó a hablar del Bosque Hoia Baciu. Situado al oeste de Cluj-Napoca, en la región de Transilvania, este lugar era famoso por ser un foco de fenómenos inexplicables. El bosque, conocido como el “Triángulo de las Bermudas de Transilvania”, había sido escenario de múltiples desapariciones, avistamientos de ovnis y eventos paranormales. Se decía que las personas que entraban al bosque experimentaban una pérdida de tiempo, saliendo con la sensación de que solo habían pasado unos minutos cuando, en realidad, habían pasado horas, días o incluso más tiempo.

¿Podría ser que Vasile hubiera caído en uno de estos fenómenos? Aunque la idea parecía sacada de una novela de ciencia ficción, muchos en el pueblo comenzaron a considerarla seriamente. El Bosque Hoia Baciu se había convertido en un lugar de leyendas y miedos, y la reaparición de Vasile, con su falta de recuerdos y su estado aparentemente inalterado, encajaba demasiado bien en esas historias.

Los investigadores y periodistas que llegaron a Bacău se encontraron con una familia que, aunque agradecida por el regreso de Vasile, estaba atrapada en un torbellino de preguntas sin respuesta. Los vecinos, por su parte, contribuían a alimentar las teorías. Algunos afirmaban haber visto luces extrañas en el cielo la noche en que Vasile regresó, otros aseguraban que el coche que lo dejó en casa tenía un aspecto “fuera de este mundo”.

Mientras tanto, Vasile continuaba viviendo su vida con una extraña normalidad. A pesar de todas las preguntas, a pesar del misterio que lo rodeaba, él seguía afirmando que siempre había estado en casa. Sus palabras eran inquietantes, una y otra vez repetía lo mismo, como si para él, el tiempo realmente no hubiera pasado.

El Bosque Hoia Baciu y sus historias continuaron siendo un punto de referencia para explicar lo inexplicable, pero la falta de pruebas concretas dejó a la familia Gorgos y a todos los que seguían el caso en un estado de incertidumbre. El regreso de Vasile trajo consigo una carga de preguntas que, con cada día que pasaba, se volvían más difíciles de responder. El pueblo, y quizás el mundo entero, se quedó esperando una explicación que quizás nunca llegaría.

Los días transcurrían lentamente en Bacău. Aunque la vida exterior retomó su ritmo habitual, en el interior de la casa de Vasile las cosas eran diferentes. El pueblo observaba desde lejos, con una mezcla de respeto y temor. El misterio de Vasile había dejado una marca en la comunidad, y aunque los rumores y las especulaciones continuaban, la atención mediática que alguna vez fue abrumadora, comenzó a desvanecerse. Los periodistas, atraídos inicialmente por la extraña historia, encontraron nuevos temas que cubrir, y los vecinos se resignaron a aceptar que el caso nunca tendría una explicación clara.

El tiempo avanzó y, con él, la salud de Vasile comenzó a deteriorarse. Los pequeños olvidos que al principio parecían normales para alguien de su edad se volvieron más frecuentes, más preocupantes. Los problemas neurológicos, diagnosticados poco después de su regreso, se hicieron más evidentes. A veces no reconocía a su hija, o se perdía en sus propios pensamientos, mirando fijamente el boleto de tren que siempre llevaba consigo, como si estuviera buscando respuestas en ese pequeño trozo de papel gastado por el tiempo.

El pueblo seguía su vida, pero el caso de Vasile Gorgos continuaba siendo una historia recurrente en las conversaciones. Se había convertido en una leyenda local, una de esas historias que se cuentan en voz baja, en las noches frías, cuando el viento susurra entre las ramas de los árboles y las sombras parecen cobrar vida. La casa de los Gorgos, antes un lugar común, ahora era vista con una mezcla de curiosidad y miedo. La familia, por su parte, había aprendido a convivir con el misterio, aunque nunca del todo en paz.

Un año después de su reaparición, Vasile se fue a dormir temprano una noche de otoño, después de haber murmurando algo mientras observaba el viejo boleto de tren. A la mañana siguiente, su hija lo encontró en su cama, con la expresión más serena que había visto en él desde su regreso. Vasile había fallecido durante la noche, en silencio, llevándose con él las respuestas que todos habían buscado desesperadamente.

El funeral de Vasile reunió a todo el pueblo. La iglesia estaba llena, y las miradas de los presentes reflejaban tanto respeto como incomprensión. El enigma de su desaparición y regreso quedó sin resolver, pero su muerte trajo consigo un extraño alivio. La familia Gorgos, aunque devastada por la pérdida, encontró en ese adiós una especie de cierre, una aceptación tácita de que algunas preguntas nunca tendrían respuesta.

Después del funeral, la casa de los Gorgos volvió a su habitual silencio. La hija de Vasile guardó el boleto de tren en una pequeña caja de madera, junto con otras pertenencias de su padre. El misterio de Vasile Gorgos, aunque ahora parte del pasado, seguía vivo en la memoria de su familia y en las leyendas del pueblo. Pero con su muerte, la necesidad de respuestas se desvaneció lentamente, dejando en su lugar una calma resignada.

El pueblo de Bacău continuó con su vida, y con el tiempo, la historia de Vasile se convirtió en una de esas historias que se cuentan a las nuevas generaciones, con un tono de asombro y un toque de miedo, como un recordatorio de que hay misterios que el tiempo nunca resolverá.

 

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