La violinista, una hermosa música y una figura desaparecida en la nube

 

Estaba de visita en la casa de unos parientes que vivían en un pueblo de provincia, más bien chico, al costado de una ruta nacional que desemboca en la capital. Las manzanas que le dan forma a este pueblo contienen muchos baldíos, no hay altos edificios, está la plaza y a su alrededor lo clásico, la municipalidad, la comisaría, la escuela y la iglesia. A un costado del pueblo y marcando el final del mismo la estación del tren, de ahí en más, alambrado y campo.

Era verano, el calor durante el día fue bochornoso, cerca de la medianoche y gracias a una suave brisa proveniente del Sur, el ambiente era más grato. Me acerqué a la ventana del living para mirar al cielo que estaba totalmente despejado y en el cuál brillaba una enorme luna llena. Tan hermosa visión hizo que sin pensarlo saliera al jardín, vi una reposera en la cual me senté reclinando el respaldo para tener una cómoda vista del cielo y la luna coronada de brillantes estrellas.

Al principio era todo silencio, hasta que mis oídos fueron siendo invadidos por los ruidos nocturnos del lugar, muchos de los cuales había olvidado al vivir ahora en una enorme ciudad dónde todo es cemento, escuchaba grillos, sapos, el arrullar de algún ave entre los arbustos, las ramas acudiendo sus hojas por la brisa y un sonido que no provenía de la naturaleza, y poco a poco fue lo único que se escuchaba, afiné el oído hasta que me di cuenta que ese sonido, ahora más claro, era el de un violín, provenía de lejos desde un costado del pueblo.

Mientras escuchaba tan maravillosa música y mirando hacia la luna fue que me sentí envuelto por su brillo tan potente que sumado a lo hipnótico de la música sin yo proponérmelo conscientemente fue que me puse de pie y como un autómata saliera hacia la calle comenzando a caminar hacia el origen de esa música. Sin mirar a nada más que la luna enfilé mis pasos hacia el origen del sonido, crucé todo el pueblo, llegué a la estación del tren y el sonido se escuchaba más claro y fuerte, como indicándome el camino.

Después de la estación continuaba una ancha calle de tierra bordeada por una inmensa arboleda. El camino terminaba en una tranquera después de la cual se erguía una enorme y antigua mansión hace mucho tiempo abandonada. Fue propiedad del fundador del pueblo y se cuenta que todos los materiales, obreros y arquitectos fueron traídos en barco desde Europa. Nunca se supo el motivo por el cual esa enorme y hermosa mansión, de un día para el otro fue abandonada por la totalidad de sus habitantes.

Crucé la tranquera y un absorbente rayo de luna me atraía hacia la mansión, desde dónde procedía la música, que se escuchaba cada vez más clara y bonita, llamándome. Así llegué hasta el frente de la mansión en dónde una amplia escalera de mármol se abría como un abanico hasta llegar a la galería de entrada, subí hasta llegar a la galería adónde unas enormes puerta de añeja madera y vidrios biselados, abriéndose me dieron paso hacia una especie de sala de estar enorme iluminada por la luz de la luna que se filtraba a través de una cúpula de cristal que coronaba el lugar.

Una escalera a cada costado conducían las dos a un pasillo superior, subí por la escalera del costado de dónde provenía la música, hasta llegar al pasillo desde el cuál pude ver el final, que desembocaba en una terraza inundada por el brillo lunar, dónde apoyada en la baranda del balcón se recortaba la figura de perfil de una esbelta mujer que de pie con gran maestría ejecutaba el violín haciéndolo sonar mágicamente. Totalmente hipnotizado por la imagen y la música avancé por el pasillo hacia la figura de la terraza, dos pasos antes de llegar todo se oscureció y el sonido cesó. Cuando llegué la terraza estaba vacía, no había violinista ni luz de luna, la oscuridad era total y no se escuchaba música alguna. Miro hacia el cielo y una enorme y oscura nube tapaba a la luna ocultándole el brillo.

 

Texto: Jorge Incola (Las Grutas- Río Negro)

 

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