Fari, el burro socialista de San Antonio Oeste

 

En una antigua revista “Argentina Austral”, del 1° de noviembre de 1930, se publicó un ameno relato sobre un burro de San Antonio Oeste, autoría de Raynaldo J. C. Ravazzoli, que por lo curioso y divertido del caso, merece ser reproducido íntegramente. Dice el cronista:

“Fari”, el burro de la barraca, era todo un personaje dentro de ella. Nunca creí que un burro tuviese aquellos rasgos característicos de la humana especie. Era cuasi un hombre, y como a nuestros antropomorfos, solo le faltaba la palabra para ser un excelente camarada.

Sospecho fundadamente que “Fari”, constituía en el fondo, un raro ejemplar de filósofo, con marcados ribetes; tendencias éstas, nacidas del contacto diario con el trabajo y los hombres.

El movimiento acompasado de las grandes orejas, la simpática posición que frecuentemente tomaba su pensativa cabezota negra y la viveza y penetración de sus morunos ojos, hablaban elocuentemente de las revolucionarias y exóticas ideas que rebullían en su cerebro.

Tenía sus días de buen y mal humor; como cualquier viejo solterón. Solía hasta permitirse la  libertad –muy atrevida en su humilde y desacreditada familia- de burlarse descaradamente de los peones que compartían con él la ruda jornada. Sólo existía un hombre a quién “Fari” respetaba entre todos y cuyos trazos de malhumor conocía a la distancia, pues –cosa rara- en esos momentos “Fari” marchaba a maravilla.

La personalidad que tanta influencia ejercía sobre él, era don Andrés, el capataz barraquero. Y no vayan a creer ustedes que don Andrés, con todo su reconocido ascendiente, ejercía sobre “Fari” un dominio absoluto, abrumador. Nada de eso, era bien relativo, y para mantenerlo debía echar a menudo, mano de los mismos, de las caricias, y hasta de los discursos. Sí, de los discursos persuasivos y afectuosos; pues “Fari”, como cualquier criatura humana, tenía también su corazoncito, su lado flaco diremos, y se dejaba enternecer.

“Fari” era dentro de la barraca el encargado  de hacer girar el molinete de la prensa para enfardar lana, y él estaba bien al tanto de la importancia del papel que dentro de la misma representaba, Puede decirse que de ello estaba orgulloso.

Tenía una noción exacta de sus deberes. Sabía que su turno terminaba inmediatamente después de haber hecho diez fardos. Llegado a esta altura, y a pesar de estar vendado, se plantaba heroicamente resuelto a no dar un paso más y no lo daba. En vano infinidad de veces le menudeaban palos, y aún cuando lo descalabrasen no lograban mayor éxito. En esas circunstancias intervenía el bueno de don Andrés, quién le palmeaba amistosamente el cuello y halándole cariñosamente le decía al oído: “¡Vamos, “Fari”, una vueltecita más… nada más que una vuelta”… y entonces “Fari” movía una y otra< oreja en señal de asentimiento y por fin se decidía a cumplimentar el pedido.

Nadie recuerda –ni el viejo don Andrés- durante los catorce años que trabajó “Fari” en la barraca, que no se plantara con una obstinada exactitud matemática, inmediatamente después de terminado el décimo fardo.

Cuando poniéndoselo en libertad se le sacaba las anteojeras, “Fari” se quedaba al lado de la prensa observando curiosa y atentamente como trabajaba su cofrade y reemplazante el asno “Castro”. Luego vagaba como una persona ociosa, como un pardo fantasma por la barraca, de la cual finalmente había precisión de echarlo.

Ocurría muchas veces, que la campana anunciando la terminación de las jornada lo sorprendía sin que hubiese llegado a los consabidos diez fardos.  En tal emergencia “Fari” se plantaba irremediablemente,  sin que existiese fuerza terrena capaz de obligarle a dar una vuelta más.

Eso sí, tenía a su favor la virtud de la puntualidad. Mucho antes del tañido de la campana indicando la reanudación de las tareas, “Fari” se presentaba personalmente a tomar su trabajo. .No hubo nunca necesidad de ir a buscarlo en la cuadra, como ocurría con su adlátere “Castro”. Era, según se ve, un animal consciente de sus de sus derechos y obligaciones.

Poseía amplios conocimientos del bien y del mal. Si la gente no andaba lista en las faenas demorando más de lo habitual, “Fari” impaciente y disgustado se dejaba llevar por sus nervios y les hacía una jugarreta. Lanzado al trote ligero hacía subir a destiempo la tapa de la prensa, y entonces eran indispensables las habituales pláticas y caricias de don Andrés, para hacerlo retroceder hasta el punto de partida.

Respetaba el descanso dominical en forma digna. Jamás pudo contarse –aún en los momentos de duro apremio- on su colaboración en tales días. Era socialista y católico. Cumplía estrictamente con la política en la jornada de las ocho horas y con la religión dedicando íntegramente el séptimo día de descanso.

Con el cierre definitivo de la Barraca y sus luengos años de constante trabajo, “Fari” se ha hecho acreedor a la jubilación ordinaria y con ella al descanso.

Lo hemos visitado –dice el autor de la nota- en su residencia de campo denominada “Las Máquinas”, distante más de siete leguas de San Antonio Oeste, donde barrunto que ha de pasar muchas de sus horas, recapacitando sobre la conveniencia de introducir improrrogables reformas sociales entre sus numerosos congéneres”.

Un pintoresco relato de época ambientado en un San Antonio que se fue para siempre.

 

 Texto: Jorge Castañeda

Escritor – Valcheta

 

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