Un crucero alemán fue capturado por la Prefectura de San Antonio Oeste

 

La población asentada en San Antonio Este, por razones económicas se trasladó hacia el Oeste, fue el éxodo que comenzó en 1905, y dio origen a la fundación de San Antonio Oeste el 10 de julio de este año.

El éxodo duró algunos pocos años y la Subprefectura instalada en el Este desde 1898 acompañó este traslado y se establece formalmente en San Antonio Oeste el 1° de abril de 1911.

Los hechos de esta historia suceden en 1914, año comenzado un jueves, según el calendario gregoriano. Año de muchos contrastes, mientras Henry Ford anunciaba la reducción a hora y media el tiempo del montaje del automóvil modelo T y Charles Chaplin hacía su debut en el cine mudo, la Primera Guerra Mundial cambiaba la realidad del planeta.

Victorino de la Plaza era el presidente de la República Argentina y el país se había declarado neutral con respecto al conflicto bélico.

Era gobernador del Territorio Nacional de Río Negro Pedro Serrano y Don Luis Peirano había resultado electo como el primer presidente del Concejo Municipal de San Antonio Oeste dos años atrás.

Por la estepa del Territorio Nacional de Río Negro el ferrocarril se abría paso hacia la cordillera resguardando la soberanía nacional de estas tierras remotas.

San Antonio Oeste era punta de riel del flamante ferrocarril y gracias a esto los trenes aguateros proveían el agua del Arroyo Valcheta para alivio de este pueblo de 1.575 habitantes, según el último censo.

En muy pocos años, apenas nueve desde su fundación, San Antonio Oeste había crecido en su población, comercio y actividades portuarias de manera vertiginosa.

Sobre La Marea los carros iban y venían en un incesante acarreo hacia y desde las barracas a los muelles que se iban sumando uno tras otro…uno, dos, tres…seis muelles.

Cada vez había más barcos atracados desde donde transportarían los frutos del país hacia Buenos Aires y el mundo y, en todas partes se oían lenguas venidas de otras tierras.

El 18 de diciembre de 1914, en horas de la mañana, ante la sorpresa de las autoridades de la Subprefectura local y la de varios vecinos curiosos, en la rada del Puerto de San Antonio Oeste, fondeó el buque alemán Seydlitz el que había estado caleteando en la costa patagónica para eludir a varios buques ingleses que lo perseguían desde Chile.

El subprefecto de San Antonio, Juan Carlos Marsengo, informó a las autoridades superiores quienes la trasmitieron al Ministerio de Marina.

Marsengo recibe como respuesta un telegrama que decía: “Aténgase a los reglamentos”.

– ¿Qué reglamentos? – se preguntó Marsengo, que los desconoce porque no existían en estos lejanos parajes y tampoco en su carrera había vivido una situación semejante que le diera alguna orientación para proceder ante tremenda misión.

Pero una orden era una orden y debía ser cumplida y, como buen subordinado, se embarcó, con un par marineros, en una falúa de la Subprefectura en dirección al buque anclado.

Con la autoridad que su cargo le otorgaba le hace saber al capitán del Seydlitz que estaba en aguas argentinas y, por lo tanto, ¡¡¡Debía respetar la neutralidad de la nación!!!!

Desde el barco alemán, una mercante, de 8.000 toneladas, que servía de apoyo logístico a la escuadra alemana, no respondieron a la intimación, salvo con algunas sonrisas burlonas hacia la mínima tripulación de la frágil embarcación a vela que pretendía hacerles frente.

En tanto, desde Puerto Belgrano había zarpado para proceder a la captura del Seydlitz el buque auxiliar de la armada “1° de Mayo” al mando del capitán de fragata Carlos Monetta.

La orden que recibe el subprefecto Marsengo fue que debía retener de alguna manera al buque alemán hasta la llegada del buque de la armada. Un verdadero problema.

A pesar de las burlas, realizaron varios viajes hasta el buque con distintas excusas, en los que un ciudadano sanantoniense de apellido Lahusen, requerido por Marsengo, oficiaba de cónsul (que no era) y de traductor.

Los intentos eran vanos, incluso la invitación al capitán y su tripulación a que desembarquen no dieron ningún fruto.

Al cabo de unos días arribó a San Antonio Oeste el buque “1° de Mayo” y el capitán Monetta para alivio del diligente subprefecto.

La cuestión parecía que pronto iba a llegar a su fin, pero se complicó cuando el capitán Monetta intimó formalmente la rendición del capitán del Seylitz, levar anclar y seguir su estela, orden que no fue acatada por el comando alemán.

Ni la potencia bélica de la nave de la Armada Argentina, ni el número de su tripulación –apenas veinte- eran suficientes para obligar al buque alemán que contaba con doscientos tripulantes.

Pero, así como el subprefecto Marsengo, el capitán Monetta también tenía una orden que cumplir y la cumpliría, el problema era como lo haría ante tan evidente disparidad de fuerzas.

Reunido con el subprefecto pensaron varias alternativas hasta que a Marsengo se le ocurrió la idea de, por medio del señor Lahusen, invitar al capitán del Seylitz, plana mayor y tripulación a comer un asado en tierra y, al mismo tiempo, cursar un telegrama a la embajada alemana en Buenos Aires para que se ordenara al capitán del Seylitz acatar la orden del buque argentino.

De esta manera ganaron tiempo y, después de varios asados, ablandaron la postura inicial del alemán a su vez que la embajada alemana lo instaba a ponerse a disposición de las autoridades argentinas.

El Seylitz fue escoltado por el buque “1° de Mayo” hasta la base naval de Puerto Belgrano, donde quedó internado hasta final de la guerra, mientras que su tripulación fue trasladada a la isla Martín García.

Así se cerró el caso mediante la “diplomacia del asado”.

Texto: Patricia Adriana Capovilla, escritora de San Antonio Oeste

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