Era 23 de febrero de 1886 en Montescudo, un Ayuntamiento en las colinas de la provincia de Rímini, Italia. Entre hileras de viñas, olivos y árboles frutales, nació Luis, el sexto hijo de la familia Guidi.
Asunta, su mamá, en ese mismo momento, dejaba la vida.
Ana Tordi de Mauri, la vecina fue su madre sustituta y lo amamantó durante sus primeros años con el mismo amor que a sus otros hijos.
Luis creció bajo el cuidado amoroso de Cristóforo, su padre, y de sus otros hermanos entre las características casuchas de Montescudo con sus tejados cubiertos de tejas típicas de la Toscana y con las huellas de un pasado medieval, en una Italia signada por una crítica situación económica.
Los años pasaron y la falta de oportunidades y las tarifas transatlánticas más baratas que trajeron consigo los barcos de vapor, hizo que tres de los hermanos, Paride, José y Marietta, emigraran hacia América, la tierra donde los sueños de progreso podían hacerse realidad.
Al llegar a la Argentina, cada quien buscó su lugar, José, panadero, se instaló en Viedma donde pudo abrir su propia panadería, su especialidad le valió su sobrenombre, le decían “Pan Dulce”. Paride y Marietta encontraron su oportunidad en Choele Choel, donde abrieron una fonda.
Las noticias de los progresos de estos hermanos llegaban a la casa de Luis en Montescudo.
Él tenía 13 años de inquieta y soñadora personalidad, sueños como los de sus hermanos y no le faltó coraje.
Esos 13 años fueron suficientes para que se embarcara de polizón, escondido en la bodega de un barco y sabrá Dios como se las ingenió para llegar hasta ahí.
El frio de la bodega calaba los huesos, el aire salobre atacaba su sed, tenía hambre y el viaje duraría unos cuantos días, tal vez 21 o más, según los puertos que debiera tocar el barco. Pero Luis no pensaba en eso, en realidad lo ignoraba por completo, jamás había subido a un barco.
Escondido entre baúles, cajas y cajones, ya en alta mar, lo descubrió un marinero que se apiadó de él y le llevó agua y comida durante los días que duró la travesía.
Era el año 1899, finalizaba el siglo 18. Una etapa de gran prosperidad económica para la Buenos Aires, con la pujanza del modelo agroexportador que se había consolidado en torno al gran puerto de Buenos Aires.
La Avenida de Mayo, inaugurada cinco años atrás, primera gran avenida de la Argentina y una de las primeras de Sudamérica, edificios públicos ostentosos, los tranvías, tirados por caballos, el Hipódromo Argentino, daban un aire elegante y moderno a la ciudad, flamante capital de la Nación.
Ante la oleada de inmigrantes que produjo la ley de Avellaneda de 1876, surgen los conventillos que cobijaron a numerosos extranjeros, eran los arrabales de la periferia donde La pobreza y la nostalgia dieron lugar a diversas expresiones culturales, como el tango.
En la otra cara, Recoleta, Barrio Norte y Palermo, siguiendo las corrientes de moda, los más pudientes construían sus pequeños palacios.
A esta Buenos Aires llegó Luis, tan distinta de su Montescudo natal. Aquí fue donde sus trece años se hicieron conscientes de la decisión que había tomado y tuvo miedo. Miedo y soledad, tampoco sabía hablar español.
Pese a todo, buscó la manera de llegar hasta Viedma donde se encontró con su hermano José y trabajó un tiempo con él aprendiendo el oficio de panadero.
Tenía nostalgia de sus otros hermanos radicados en Choele Choel y allá fue a encontrarse con Paride y Marietta. Los ayudó un tiempo sirviendo en la fonda, pero no era la intención de Luis vivir bajo la protección de ninguno de sus hermanos.
Fue así que un mediodía, un parroquiano que había llegado a almorzar le cuenta que estaba de paso para un lugar llamado Pajalta, unos 150 kilómetros al Sur, donde pensaba poner un negocio similar. Hacen una cierta amistad, Luis ve la oportunidad de independizarse y se asocia con él.
Era Pajalta un puñado de casas dispersas en un paisaje agreste, atravesada por un viento permanente con inviernos crudos y veranos agobiantes donde se elevaba un cerro de piedra caliza con forma de sombrero y así lo llamó Luis, “Cerro El Sombrero”, sin imaginarse jamás que ese nombre perduraría en el tiempo y en los mapas de la zona.
Una tarde de verano, atendiendo a los pocos lugareños y a un grupo de hombres con carros cargados de lana y cueros que iban de paso hacia el Puerto de San Antonio Este, ve llegar un sulky del que se baja un hombre mayor, Luis reconoció aquella figura que, a pesar de los años, no se había borrado de su mente, era Cristóforo, su padre, que lo había buscado durante varios días para llevarlo de nuevo con sus otros hijos. No pudo negarse a la insistencia de Cristóforo y regresó a Choele Choel.
Sin embargo, Luis no pensaba resignar su independencia.
Cristóforo había despedido del Puerto de Génova a un niño, pero ahora Luis era un hombre resuelto a encontrar su propio camino y a los pocos meses de estar en Choele Choel montó un caballo y volvió a cruzar el río Negro hacia el Sur.
Varios días después atravesó la Salina del Bajo Gualicho y divisó a lo lejos el mar y un caserío, el Puerto de San Antonio Este y allí fue por trabajo. Consiguió enseguida gracias a otro italiano, don Giovanni Baronchini, dueño de un boliche, que lo relacionó con la firma Pegazano y Cía.
Era una empresa que se dedicaba a perforar pozos en busca de agua dulce. Lo contrataron para hacer perforaciones cerca de la salina con escasos resultados.
Al regresar al puerto desde la salina, va al boliche de Don Giovanniquien le dice que se va, que estaba cansado de la soledad, el aislamiento, la falta de familia y que le dejaba su boliche.
Era fines de 1904, Luis tenía 18 años. En el puerto se corría la voz de que, en el lado Oeste, en La Caleta, era más fácil encontrar pozos con agua dulce y los carros que venían del Sur o iban hacia el sur estaban parando en esa zona más conveniente por lo tanto el movimiento se hacía cada vez más intenso allá.
La empresa Sassemberg es la primera en trasladarse hacia el Oeste y el 10 de julio de 1905 desembarca los materiales para construir su barraca lo que da origen a la fundación de San Antonio Oeste.
Este hecho provoca el éxodo de toda la población del Puerto del Este, Luis desarma su boliche de chapa zincada y madera y con él instala en San Antonio Oeste su casa y comercio.
Junto con un socio, de apellido Luengo, construyen un horno y comienzan a hacer pan dando origen a la primera panadería de San Antonio Oeste.
Para mejorar su negocio vuelve a Viedma a la panadería de Juan y aprende otras especialidades.
El destino quiso que, Ana Tordi, la vecina que lo había amamantado en Montescudo cuando perdió a su madre, había emigrado con toda la familia y estaban radicados en Viedma. Juan va a visitarla, es un día de festejo y alegría. Aquellos niños, hijos de Ana, que Luis había dejado en Italia, ahora eran hombres y Raquel, la hija de Ana se había convertido en una hermosa mujer de la que Juan se enamoró a primera vista.
No tardó ni un segundo en decirles a los padres de Raquel que volvería a buscarla cuando tuviera su casa y su negocio terminados.
El 14 de septiembre de 1910, Luis y Raquel se casaron en Viedma y, tal como Luis había prometido ya tenía su casa y su negocio construidos en San Antonio Oeste en un terreno que había solicitado a la municipalidad, “allá, donde empieza la loma”, como le dijeron cuando se lo vendieron, hoy Avda. Belgrano y Avellaneda.
Tuvieron nueve hijos que trabajaron a la par de Luis en la panadería, fabrica de pastas a pedido y almacén.
Todos recibieron educación, dos de ellos bioquímicos y otro médico.
Los domingos todos los inmigrantes italianos se juntaban a comer, bailar y cantar las danzas de su tierra en la cuadra de la panadería, de esas reuniones surgió la fundación de la Sociedad Italiana de Socorros Mutuos que asistió a muchos italianos, que, como ellos, llegaban a la Argentina en busca de un futuro mejor.
En 1950, Raquel y Luis regresaron a Italia, a visitar su querido Montescudo.
Aquel niño que con solo 13 años viajó de polizonte, volvía a su tierra convertido en un hombre que escucho su propia voz para construir su destino, y en su corazón latía fuerte la Argentina, la patria que le dio todo.
El edificio de la Panadería Guidi, la primera panadería de San Antonio Oeste, todavía conserva su edificio, donde vive uno de los bisnietos de Luis.
Texto: Patricia Capovilla, escritora de San Antonio Oeste
Foto archivo ilustrativa