La falta de agua en San Antonio Oeste. Historia de una singular lucha

 

El siglo XX estaba en sus  inicios, por entonces, los siete Departamentos en que se dividía el Territorio de Río Negro recibían nuevos nombres por el decreto del 19 de mayo de 1904.

En el Departamento de San Antonio se produciría uno de los tres éxodos más significativos del país. La población del Puerto de San Antonio Este comenzaba a trasladarse hacia el Oeste en busca de un comercio más fluido y sobre todo más posibilidades de encontrar fuentes de agua.

 Este éxodo comenzó en 1905 y se prolongó por algunos años dando origen a San Antonio Oeste.

A pesar de ser el puerto más importante de la Patagonia desde donde salían las lanas, los cueros y las plumas hacía Europa, parecía no haber posibilidades de un flujo de agua que les permitiera a los habitantes una mejor calidad de vida.

Sin bien en el Oeste se encontraban más pozos, el agua dulce seguía siendo un bien muy escaso, Victorino Azilúla acarreaba desde el paraje Los Molinos y la vendía en baldes o llenando bordalesas.

El agua salobre de los pozos de las viviendas particulares ayudaba un poco, generalmente era usada para regar las plantas o para enfriar bebidas, la que producían las escasas lluvias se juntaba en los aljibes que no faltaban en los patios y en recipientes colocados debajo de las canaletas.

El agua que traían los barcos que entraban a La Caleta era solamente para las barracas con las que operaban y las bebidas alcohólicas eran el sustituto en muchas oportunidades.

El 13 de noviembre de 1908 desembarcó una comisión de ingenieros bajo la dirección del ingeniero Guido Jacobacci con el objetivo de construir la línea ferroviaria Puerto San Antonio – Nahuel Huapi.

Era por entonces ministro de Obras Públicas el Dr. Ezequiel Ramos Mexía, quien estaba cumpliendo con el sueño de “terminar con el riel lo que había comenzado a hacerse con la espada”, palabras textuales que Ramos Mexía le decía siempre a Julio Argentino Roca cuando hablaban de asegurar la conquista del desierto.

En apenas dos años se habían construido cien kilómetros de vías, el tren llegaba hasta Valcheta, la población sanantoniense había aumentado considerablemente y la necesidad de agua era cada vez más acuciante.

El 20 de marzo de 1910 el presidente de la Nación, Dr. José Figueroa Alcorta, desembarcó en Punta Verde del entonces Puerto de San Antonio Oeste para asistir, en Valcheta, a la inauguración de los 100 primeros kilómetros de vía del Ferrocarril del Estado.

Lo esperaban el gobernador Carlos Gallardo, el ingeniero Guido Jacobacci, un grupo de representantes de la población porque el pueblo todavía no tenía autoridades electas y público en general para pedirle que a través del ferrocarril se les abasteciera de agua desde el Arroyo Valcheta.

Prometió atender el asunto al regreso de Valcheta donde se dirigió, en un vagón presidencial construido para la ocasión, a participar del acto inaugural.

Allí lo esperaban con un cartel que decía:

“En 1810 se abrió a la vida una nueva nación, en 1910 se abre a la vida una nueva región”.

Los acontecimientos en Valcheta se demoraron más de la cuenta y el presidente regresó a San Antonio Oeste con el tiempo justo para poder salir de La Caleta aprovechando la pleamar, por lo tanto, no pudo atender el pedido de los sanantonienses que se vieron un tanto defraudados.

El gobernador Carlos Gallardo, sospechando del escaso tiempo del que disponía el presidente ya había hablado con él al respecto y conseguido la promesa de que el agua sería transportada gratuitamente por el ferrocarril en tanques especiales y el mismísimo gobernador se quedaría a cargo de cubrir todas las necesidades.

¡El tren aguatero! ¡Un río que corría sobre rieles! Y su recorrido era complejo.

El agua se extraía del Arroyo Valcheta y se almacenaba en un tanque en la estación de Valcheta, el señor Patussi era el encargado de trasvasar el agua a los tanques del tren mediante una bomba y así lo hizo durante sesenta años junto con su familia.

En un tren especial, el agua viajaba a San Antonio Oeste y se descargaba en otro tanque en la estación desde donde se pasaba a los tanques de los camiones aguateros y con ellos se distribuía a las cisternas de las viviendas. En cada casa, mediante una bomba se subía a un tanque ubicado en el techo y recién entonces el agua corría por las cañerías.

Todo este proceso valió para que se comentara que los sanantonienses “masticaban” el agua porque además de todo ese trámite debía hervirse, “cocinarse”, para poder beberla.

Así transcurrió la vida durante 62 años, el agua debía cuidarse al extremo porque dependía de una cadena de acontecimientos para que llegara a los hogares y, si algo fallaba, hasta el próximo tren las cisternas estarían vacías.

Era muy común ver la cola de gente en la oficina de la aguatería anotándose para que el camión aguatero les llevara agua, los ferroviarios tenían prioridad.

Las plantas se regaban con el agua del último enjuague de la ropa, el baño personal se realizaba dos veces por semana, generalmente, los miércoles y los sábados. Las calles, todas de tierra, se regaban con agua del mar. Era imposible soportar una canilla goteando, para muchos de nosotros aún es así, ni hablar de lavar los platos dejando correr el agua sin culpa, o que se inunden los canteros porque quedó la canilla abierta.

La buena sombra de un árbol frondoso, tan común para otras localidades, significaba casi un milagro para San Antonio Oeste. Lo que era rutina para otros, como abrir una canilla y servirse un vaso de agua sin temor a que no estuviera hervida, fue desde antes que el pueblo se fundara, un sueño que muchos no alcanzaron a ver.

Muchas generaciones fuimos criadas en el más austero uso de un bien natural e indispensable para la vida y educados en no perder la ilusión de que alguna vez, el agua, como prometían los políticos, estaría entre nosotros, bendiciendo nuestras vidas con su abundancia.

 Y finalmente el 20 de agosto 1972 se inauguró en Canal Pomona – San Antonio Oeste y Don Cayetano Leiva, primer jefe de la estación Puerto San Antonio Oeste, hizo tañer la campana anunciando la llegada del último tren aguatero.

 El pueblo se vistió de fiesta, por primera vez brotaba, de una fuente, el agua a borbotones y, cayendo sobre nosotros, parecía invitarnos a beber sin límites.

“Cavarás la tierra, brotará el agua, beberá el pueblo”, se lee en la fuente.

 Frase bíblica, bautismo de esperanza. Y así fue.

Ya no serían necesarias las cisternas, ni las bombas, ni las colas en la estación. Los aljibes de las casas podrían llenarse de macetas con flores, los patios tendrían algo más que parras y malvones, los pozos de agua salobre no serían más un mal necesario, la plaza podría regarse con mangueras en vez de baldes tan medidos que significaban un vaso de agua para cada árbol.Pero, sobre todo, la escasez nos había dejado marcado a fuego, en nuestras conciencias, para siempre, el valor de una gota de agua.

 Estoy segura, que aún hoy, año 2024, si algún sanantoniense que ha vivido el antes y después de la llegada del agua corriente, viera, en cualquier parte, una canilla goteando o que pende de ella un constante hilo de agua por no estar en condiciones, no resistiría el impulso de tratar de cerrarla con fuerza.

Hoy, la escasez de agua a nivel mundial ha tomado mucha importancia, en las escuelas se habla del tema y, para crear conciencia, se muestran videos de lugares remotos en los que ya es un verdadero problema.

 A nosotros, los sanantonienses, para comprender lo que significa la falta de agua, solo necesitamos mantener viva nuestra historia.

 Patricia Capovilla, escritora sanantoniense

 Texto de su libro “Crónica de un pueblo con sed de progreso”. (En proceso de edición)

 

 

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