Huinca Renancó es una ciudad al Sur de Córdoba, cercana al límite con las tierras vecinas de La Pampa y a 200 kilómetros de Río Cuarto, rodeada por un extenso territorio en dónde los campos cultivados tiñen de diferentes colores el paisaje.
“Pozo de agua del cristiano”, como indica su nombre en lengua originaria, tiene sus comienzos a orillas de las vías del Ferrocarril Buenos Aires al Pacífico.
En esta ciudad, que actualmente es un conservado testimonio de ese pasado en el que el tren fue de vital importancia para el desarrollo de la región, Hugo Nicola pasó sus años más jóvenes decidido a entrar en la Escuela de la Fuerza Aérea de Córdoba.
Pero la vida tiene sus bemoles y quiso el destino que se encuentre con un profesor del secundario que había estado en la Patagonia unos meses antes y su relato de lo que vio fue tan elocuente que lo convenció y entusiasmó para que busque su futuro en el Sur.
En 1977 Hugo se instaló en Sierra Grande y la elección de este lugar no fue casual.
En 1944 se había descubierto el yacimiento de hierro de Sierra Grande. Después de años de exploración del suelo, en 1969, comenzó la explotación de la mina y ese pequeño poblado de unas pocas casas, una estación de servicio, un hotel y un destacamento policial, comenzó a escribir su historia grande.
La empresa HIPASAM SA se instaló y comenzó a realizar la explotación de hierro y durante más de 20 años hizo florecer a este pueblo de la costa Noreste de la Patagonia en la provincia de Río Negro.
Fue tan importante la explotación de la mina que llegó a convertirse en la más grande de Sudamérica.
96 kilómetros de túneles y más de 500 metros de profundidad daban trabajo a miles de habitantes que llegaron, como Hugo, de distintos puntos del país.
De sus sueños de volar en la Fuerza Aérea, Hugo comenzó a hacer su futuro en la profundidad de la mina, pero el aire, el viento, lo llevaba en su ADN, ya verá usted.
Con el tiempo formó su familia, nacieron tres hijas de su primer matrimonio.
La ciudad crecía de manera vertiginosa, a tal punto que sus habitantes se atrevían a competir con las ciudades cercanas mas establecidas como Puerto Madryn y San Antonio Oeste.
Sin embargo, la época floreciente para esta empresa se acabó y con ella, también la vida del pueblo.
En 1991, en un cambio de la política económica, el gobierno nacional de turno decidió mediante un decreto presidencial sellar su cierre.
A partir de allí, la incertidumbre se adueñó del lugar y la emigración de los habitantes llegó a convertirlo casi en un pueblo fantasma, sin llegar a matarlo. Familias enteras abandonaron todo y se fueron en busca de posibilidades de trabajo.
Los que decidieron quedarse vieron una posible salida en la empresa turística y comenzaron a apostar al desarrollo de Playas Doradas a unos 30 kilómetros de Sierra Grande.
Hugo se quedó. “Fui concejal, presidente del Concejo, estuve a cargo de la Intendencia en varias oportunidades, estuve a cargo de la Subsecretaría de Obras de la Municipalidad, hice mucha actividad política en la UCR.”
En el año 2006 falleció una de sus hijas. Por eso Hugo, cuando habla de su vida dice que Sierra Grande le dio todo, pero también le sacó gran parte de lo que es su vida.
Hugo se quedó y llegó otra niña a su vida, de su segundo matrimonio, una hija que hoy es odontóloga en Sierra Grande y dice Hugo: “Me devolvió un poco el alma por la pérdida de mi hija anterior y hoy soy feliz a lado de los seres queridos que tengo, de mis hijas, de mi esposa, de los hijos del corazón que son los hijos de mi esposa, de mis suegros, de mis amigos, mis hermanos, mis nietos y disfruto de la vida de jubilado después de haber trabajado casi 11 años en la empresa con los chinos cuando se reactivó la minera.”
Como dice José Ingenieros a los hombres fuertes les pasa lo que a los barriletes, se elevan cuando es mayor el viento que se opone a su ascenso.
Y precisamente, uno de los pasatiempos que tenía Hugo en su infancia en Huinca Renancó era remontar barriletes, arte que le había enseñado su padre de origen italiano.
Ahora, jubilado, resurgió ese entretenimiento que había tenido de chico de remontar barriletes y abrazó el viento de nuevo.
“Esto tiene una connotación que hace parte de mi vida, yo creo que como tengo una parte de mi corazón y de mi alma en el cielo, creo que subir un barrilete es como llevar un mensaje a quien yo tengo allá arriba y me acerca un poco, quizás sea mi imaginación, pero me divierte mucho y me da mucho placer y calma un poco mi angustia. Yo creo que mis tardes en Playas Doradas son, así, es elevar un barrilete.”, me dice Hugo.
Hace muchos barriletes, tiene muchos modelos. Alienígenas, tiburones, pulpos y medusas enormes pueden verse volar sobre Playas Doradas. Fabrica barriletes con lo que encuentra, reciclando materiales, bolsas de residuos, telas, los diseña, busca, lee, se informa, se conecta con amigos del mundo barriletero y le pone color al cielo de las playas de Sierra Grande.
Y agrega: “Hoy tengo 68 años, estoy jubilado, hago mantenimiento eléctrico aquí en Playas Doradas solamente por el hecho de mantenerme ocupado, hoy estoy más dedicado a mi casa, mi hogar, mi gente, me gusta mucho estar con ello y compartir los domingos de comida y también pasear junto con mi esposa, pero volar barriletes es mi actividad preferida”.
“A veces hay cinco barriletes en vuelo, aunque yo esté solo y a los turistas les llama la atención porque yo le pongo unas estacas en la arena y los cometas parece que volaran solos. Ellos, los turistas, también los vuelan”
Y hasta aquí hubiera sido una historia perfecta, Hugo está transformando desechos en arte, llenando de color una playa que de por sí, como todas las playas de la Patagonia, se viste de ocre y generando un recurso turístico.
Sin embargo, fue más allá y no se negó cuando su hija, María Belén, maestra jardinera en Sierra Grande le pidió que creara un taller de barriletes en la escuela donde da clases. El turno de la tarde de la misma escuela también se sumó y luego otro Jardín de Infantes de otra escuela de Sierra Grande y un tiempo después otro Jardín de Infantes de Puerto Madryn y la Escuela 360 de Playas Doradas.
“A estos talleres asisten los papás con los niños, ellos los decoran a su manera, a su gusto y trabajan los chicos con sus papás, que es un poco la idea, transmitirles un poco más la necesidad de estar al aire libre con sus hijos y compartir con ellos más tiempo, aleja a los niños de las pantallas de los celulares y computadoras y los pone en contacto con la naturaleza y su creatividad”, cuenta Hugo.
Remontar barriletes, un arte, una actividad, un recurso turístico. Costo cero y con el recupero de materiales que generarían basura, un motivo para la unión de las familias, una manera de recuperar la infancia.
Hugo Nicola, el hombre que doma el viento de Playas Doradas, con su iniciativa y creatividad puestas al servicio de una comunidad, hace feliz a mucha gente.
En el cielo hay una niña que lo mira y sonríe.
Texto: Patricia Capovilla, escritora sanantoniense