Samuel Neman y Mariana Salomón escaparon de Siria y se radicaron en San Antonio Oeste

 

Muy cerca del puerto de Tartús, en la cordillera costera, más precisamente es lo alto de tres colinas y valles está ubicada la ciudad de Safita, en Siria.

De casas bien construidas en piedras blancas y negras alternadas, cuya gente se dedicaba especialmente a la agricultura en el siglo XIX. Allí, a fines de este siglo, nacieron Samuel Neman y Mariana Salomón. Era entonces, un pueblo de 3000 habitantes. Época en que el Imperio Otomano estaba llegando a su fin.

Esta ciudad, para quien sepa mirarla, podría contarle buena parte de la historia de la humanidad con sus descubrimientos geológicos y el asentamiento, en otros tiempos, de Sumerios, Fenicios y Cananeos y, un poco más adelante en el tiempo, el Chastel Blanc (llamado por los nativos, “Burj Safita”, que significa torre Safita), construida por los Caballeros Templarios que guarda entre sus muros la historia de Las Cruzadas.

Samuel era hijo y nieto de productores de verduras y frutas y trabajó junto a ellos desde muy niño. Conocía muy bien el trabajo de la tierra y, para quienes ejercían esta actividad, la vida había sido apacible y de progreso en un país perteneciente a la Mesopotamia, un extenso arco de tierra fértil que se extendía desde la costa mediterránea hasta las cuencas de los ríos Tigris y Éufrates.

Todo cambió, el imperio Otomano que alentaba la agricultura se había debilitado y habían comenzado los años de la Revolución Industrial cuyo efecto fue el crecimiento de la producción en masa y la aparición de las fábricas.

A medida que la industria se desarrollaba y se construían fábricas, cada vez más personas abandonaban el campo en busca de empleo en las ciudades, pero la formación de grandes centros urbanos trajo como consecuencia problemas sociales como la pobreza, la falta de vivienda y la contaminación.

Fue un período marcado por la transición de sociedades agrarias a sociedades industriales,

A los 16 años, Samuel, vio las pocas posibilidades de progreso que se le presentaban y decidió embarcarse como grumete en la marina mercante para aprender el oficio de marinero, aunque en realidad su sueño era llegar a América, la “Tierra Prometida”, como a él le gustaba llamarle.

 Recorrió los mares hasta llegar al Puerto de Buenos Aires donde desde hacía tres o cuatro años habían comenzado a entrar buques de grandes dimensiones, con carga de hasta 6.000 toneladas y operaba, casi recién inaugurado, el que sería conocido como el “Puerto Madero” en honor a su diseñador y constructor.

Dos de los hermanos de Samuel habían emigrado antes que él y lo esperaban en Buenos Aires.

Cuando Samuel les contó de su decisión de quedarse en Argentina, ellos le dijeron que, en el Sur, en la Patagonia, había un lugar, un puerto, llamado el Saco Viejo del que tenían noticias de un gran movimiento económico.

Sin pensarlo, Samuel emprendió el viaje al Sur aprovechando los días que el barco en el que trabajaba estaría en Buenos Aires. Una odisea, una carrera contra reloj. Sin caminos.

Corría el año 1905. Cuando llegó al Saco Viejo o Puerto de San Antonio Este, los pobladores estaban en pleno éxodo hacia San Antonio Oeste donde se instalarían las barracas y el nuevo puerto porque las condiciones de operabilidad para el puerto y los caminos eran muchos más favorables para vapores y carretas.

Pudo observar que el Puerto de San Antonio Este era un pueblo que se estaba desarmando a pesar de tener una aduana, juzgado de paz, oficina de telégrafo, barracas operando, una fonda, una herrería y hasta un pequeño cementerio.

 El agua dulce era escasa, no había luz eléctrica, tampoco gas, ni siquiera una radio. Los inviernos eran más crudos y el viento no tenía reparo. Los caminos eran huellas y el ferrocarril todavía no era una opción.

Lejos de desmoralizarse, Samuel vio futuro en las barracas que se estaban instalando y los barcos que comenzaban a llegar al Puerto de San Antonio en el oeste.

Con toda esta información regresó a Buenos Aires y partió hacia Siria nuevamente, a buscar a Mariana, su novia de 15 años.

Estaba decidido a vivir en Argentina, su lugar sería Puerto San Antonio Oeste, esa era su “Tierra prometida” y con Mariana.

Le llevó dos años hacer los preparativos y estudiar una salida, las dificultades eran muchas, pero dos de ellas eran más que eso, podrían ser grandes problemas: Mariana era menor de edad y él no podría dejar Siria si no cumplía primero con el servicio militar a los 18 años que Samuel tenía entonces. Su trabajo en la marina mercante le ayudó a ejecutar su plan.

Subió a Mariana al barco donde trabajaba y la escondió dentro de uno de los botes salvavidas debajo de la lona con la que se cubrían los botes.

Todas las noches, Samuel escondía entre sus ropas un poco comida, pan y un frasco con agua que sacaba de su cena y se la llevaba a Mariana.

 En cuanto a él, sabía que era desertor y que ya no podría regresar a su país porque iría preso así tuviera 100 años. Y, tal vez, ninguno de los dos vería nunca más a su familia.

Llegaron a Buenos Aires en el año 1907 y de allí a Puerto San Antonio Oeste.

Fue entonces cuando Samuel supo que no se había equivocado en su elección. En el puerto de San Antonio Oeste, en La Caleta, el vapor Columbus, de 800 toneladas operaba en el puerto para la firma Sassemberg que había instalado sus barracas y construido uno de los muelles. También lo hacían la firma Peirano, Podestá, Benito y Cía, con sus barracas y muelle propio donde operaba el vapor Río Negro.

La fonda de Juan Paderno, la herrería de Tarruella y el Hotel Comercio habían sido desarmados en el este y vueltos a levantar en el oeste como muchas viviendas particulares.

Para 1907, cuando llegaron Samuel y Mariana, las nacionalidades de los habitantes del Puerto de San Antonio Oeste eran argentinos, españoles, chilenos, italianos, uruguayos, franceses, ingleses, austríacos y dinamarqueses. Las profesiones: criadores, amas de casa, jornaleros, comerciantes, herreros, carpinteros, cocineros y empleados.

Fiel a la actividad que había aprendido de su padre y su abuelo, Samuel se conectó con chacareros de Patagones a los que les compraba verduras y frutas que se las enviaban en un comienzo en carretas y muchos años después en tren.

Comenzó su actividad comercial como verdulero abasteciendo a los sanantonienses y también a los barcos que llegaban al puerto como “El Americano”, “El Asturiano”, “Esquel” y “Pomona”.

 El comercio de Samuel fue una bendición para los sanantonienses cuya dieta consistía sobre todo en carnes y derivados de la harina o enlatados que llegaban por el puerto ya que la escases de agua no les permitía cultivar frutas y verduras por lo tanto,muy escasas y, hasta ese momento, nadie había iniciado una actividad comercial con esos productos.

Samuel y Mariana levantaron su casa de chapa y madera, como todas las de aquel momento, frente a lo que actualmente son las instalaciones del Club Ferrocarril en la Avenida Comercio, (hoy Hipólito Irigoyen)y construyeron su hogar donde nacieron sus ocho hijos: Jorge, Miguel, Elena, Juan, José, Yamil, Samuel y Mario.

Crecieron en la cultura del trabajo ayudando a su padre, haciendo el reparto a domicilio en bicicleta y vendiendo naranjas en la cancha de futbol los días que había partido. Luego la vida los llevó por otros caminos.

Samuel Neman fue el primer verdulero en San Antonio Oeste y también el primer proveedor naval.

 El Puerto de San Antonio Oeste dejó de funcionar con la llegada del ferrocarril, se desarmaron los muelles y las barracas dejaron de operar.

Durante la intendencia de Pedro Vera, en 1942, se había inaugurado el Mercado Municipal dondey Samuel tenía un puesto de venta, allí continuó con su comercio.

Samuel y Mariana fueron de los que se quedaron a pesar de todo clavando en este suelo raíces profundas y era de gravedad extrema hablar, delante de él, mal de la Argentina o de su pueblo. No se lo permitió a nadie, ni siquiera a sus hijos y quien lo hacía, se ganaba un enemigo.

Mariana falleció en 1968 y en 1970, Samuel, de tristeza por la pérdida de su compañera.

Una historia de amor por su mujer y su Tierra Prometida a la que le legó lo mejor de su ser: sus hijos, nietos y bisnietos que hoy integran la gran familia sanantoniense.

 

 Texto: Patricia Capovilla. Escritora sanantoniense

 Fuente: “Crónica de un pueblo con sed de progreso” de Patricia Capovilla. (En proceso de edición)

 Testimonios y fotografías: Jorge Neman. Nieto de Samuel Neman y Mariana Salomón.

 

 

 

 

 

 

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