Retrato: Soy reacio a acudir a los médicos y no me gusta que me saquen sangre

 

Así debo ser: Austero de palabras y de gestos. Soñador de versos. Limpio de corazón. Triste por naturaleza. Sin  odios ni malos pensamientos para nadie. Perdonador de injurias y de ofensas. Tímido sin remedio. Extranjero entre los míos. Callado. Amante del silencio y de los libros. A veces entre amigos y sobremesas empinador de la bombona. Criterioso y mesurado en política. No dogmático en religión. Respetuoso de las ideas ajenas, feliz de a ratos y ratón de biblioteca.

Nunca he creído tener la verdad, sino mi verdad. Porque al decir de Borges “la verdad o la tienen todos o no la tiene nadie”. Jamás la mentira y la infamia han manchado mis labios. Y siempre honestamente me he ganado el pan de cada día.

He tenido tiempos felices y otros con esas penas tan largas y mías. Como el primer bogavante he buscado el rumbo de mi vida por el ancho mar de mis vicisitudes.

Jamás he buscado pleitos y rencillas con nadie ni he contestado agravios ni ofensas. Traté y trato de seguir mi propio camino con ciertos valores, sin molestar a nadie. Sé que tengo defectos y me cuesta mucho superarlos.

En lo que salud respecta tengo al decir de Vicente Aleixandre “una mala salud de hierro”. Tal vez soy un poco hipocondríaco y muy reacio a acudir a la consulta de médicos y profesionales. No me gusta que me saquen sangre en ayunas. Eso sí soy afecto a tomar pastillas para los dolores de huesos. Aquí me permito agradecer a los facultativos amigos que hacen muchas excepciones con mi persona, porque en su mayoría son mis lectores. O sea que para algo sirve la literatura. Y a veces me conmuevo cuando voy a comprar a algún comercio y no me quieren cobrar. Así da gusto escribir.

Mis hijos, los propios y los del corazón, me miman sobremanera, igual que Irma mi fiel compañera, que me acompaña, soporta mis impertinencias y prepara con vituallas la mesa que casi siempre se llena de amigos.

Me gusta dormir la siesta, coleccionar baratijas, mirar el mar de Las Grutas, sin ser compulsivo jugar en el Casino, usar pasadores y pañuelos de cuello, abrigarme bien en invierno usando esa antigualla de las bolsas de agua caliente.

Me gustan las plantas, los árboles y los perros y los gatos, pero como no podemos atenderlos como se merecen me privo de su compañía.

Con respecto al cigarrillo dejé de fumar hace muchos años y han quedado varios ceniceros y pipas de adorno; pero a pesar que el humo hace daño no me molesta que otros fumen a mi lado pero sería más saludable que no lo hagan.

Soy austero y sencillo en el vestir: prefiero la ropa cómoda antes que las imposiciones de la moda: algunos pantalones, una bombacha de campo, camisas leñadoras y de grafa con amplios bolsillos y zapatos acordonados con suela de goma algo anticuados. En verano pantalones náuticos, algunas remeras, (musculosas no), zapatillas, pero siempre con medias y nunca jamás ojotas porque no me gustan para mí y tampoco verlas en alguien.

Cuando salgo a caminar por las calles de Valcheta llevo a mi amigo “el negrito” mi bastón que me ayuda en las caminatas y para espantar a los perros callejeros que no respetan ni siquiera a los poetas.

Auto ya no tengo porque es casi una familia más para mantener y ya con setenta años los reflejos no son los mismos. Prefiero el transporte público y estoy pensando en comprarme una bicicleta.

Me miro en el otro Jorge Castañeda que algunos aristas han pintado y como Borges ya no se cual soy: el de los retratos, el que escribe estas palabras o ese que otros ven.

Pienso que mi hija María Elena, artista plástica, al hacerme este retrato con cuatro trazos ha pensado que mis gestos lo dicen todo. Puede ser. Yo nada digo ni aventuro.

 

Texto: Jorge Castañeda

Escritor – Valcheta

 

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